Sunday, December 30, 2007

Discos del 2007
El otro día en la casa de un escritor me preguntaron si podía ayudarles con un problema de su correo electrónico. Explicado en un lenguaje más literario que técnico me dieron a entender que tenían la casilla llena, por lo que había un problema al recibir y enviar mensajes en el Outlook. Sin prometer nada, prendo la computadora. IBM Activa. Recuerdo que por el año 95 tener una Activa era estar un paso más adelante que el resto de la humanidad, llegar con la uña a rasguñar el futuro. Recuerdo incluso una propaganda en donde el monitor de la este modelo de computadora chorreaba un mundo de colores, lleno de veleros rojos, familias volando felices en aladelta, mares verdosos y escenas del Wolferstein II, como si fuera el augurio de un mundo tecnológico desde un eufórico punto de vista que sólo podría salir de la cabeza de alguien como Comte. Cuando prendo la torre y el monitor respectivamente me repito en voz baja, Wolferstein, por Dios. Windows 98’. Al menos no era el 95’. Como era de esperar, la computadora, más que computadora es una carreta, y para que se configuren todos los íconos del escritorio –miles, listas de supermercado en formato Word, prólogos, mails, fotos de familiares en el extranjero, acceso directo al Paint, archivos de sólo lectura, una carpeta que dice París- estoy tres minutos, mirando el monitor con cara de 0 a 0. Es ahí que me conecto a Adinet. Por más que era obvio que iba a suceder, aquel conocido sonido de la conexión precipita toda una serie de recuerdos que estaban completamente dormidos en mí. De golpe aparecen las noches de I-Mesh bajando b-sides de Radiohead, el reproche familiar por el teléfono ocupado por aquel sonido alienígena, las dos lucecitas verdes marcando el latido de uno y su computadora, el reproche de haberse quedado dormido bajando un archivo y el subsiguiente temor a la factura de fin de mes, las flores verdes y rojas del ICQ y las tardes en lo de el fino, esperando diligentemente un minuto y medio por página para sacar información sobre el proyecto bluebook.
La internet ya había cambiado al mundo, pero el adsl terminó por revolucionarlo. La circulación de información nos ha acercado a personas, artistas, movimientos que de otra forma iban a estar sepultados por el desconocimiento. Ya ni siquiera tiene sentido pronunciarse a favor o en contra de la internet, la internet es, está por fuera de las opiniones, como respirar o tener piel. La internet y su crecimiento abrumador es un fiel espejo donde se puede ver cómo uno cambia con los años el carácter y las necesidades de. Resulta ridículo que en el pasado festejáramos bajar a 7.0 kbps una canción. Hoy en día, me bajo discos a un promedio de 40 kbps, y lo que esté por debajo de esa tasa, puede suscitar molestias o incluso furia.
En fin, así como cambió la velocidad de acceso a información, el terreno de la música no es un terreno que permaneció intocado. A mis quince años, comprar un disco incluía una especie de ritual en el que sólo me permitía escuchar ese disco por una semana. Recuerdo incluso un día haber comprado dos discos y elegir uno para escuchar la primera semana y dejar el otro para la siguiente, parado, en mi mesita de luz, todavía forrado con el nylon de los discos importados que llegaban a CD Warehouse. Este año llegué a bajarme once discos en un día, vía simultánea con el e-mule y los link de descarga en páginas como nodatta y mutantsounds. Al acceder a tanta cantidad de música, los artistas se empiezan a desdibujar, uno no recuerda los nombres de ciertas canciones como antes, y el ritual de escuchar el tema con la letra al lado se queda un poco de lado. Es una escucha vertiginosa, escuchar una cosa para enseguida esperar otra. Los gustos son cada vez más precisos, al punto de que ya resulta imposible ser clasificado dentro de cierta tendencia o escuela. El otro día leía la nouvelle Portland, de Alejandro Ferreiro, y en una parte del libro relataba cómo un día se le ocurrió hacerles ofrendas a las hormigas, dejarle una ración excesiva de alimentos al lado del hormiguero y esperar a ver qué pasa. En el libro relata como, después de un aparente primer período de frenesí, de un día para otro dejaron de salir del hormiguero. Parecía como que se hubieran quedado satisfechas o que hubiera una revuelta interna que las hubiera imposiblilitado a salir de su metrópolis subterránea. Pienso si no ocurrirá lo mismo con los melómanos, si algún día de tanta música dejaremos de salir a la calle, empachados, conectados a nuestros audífonos como esos autómatas lobotomizados que tanto les gustan retratar algunas distopias de ciencia ficción.
Ante todo el caudal inagotable de discos, en los albores de este 2008 ya casi presente, me siento obligado a tomar el calderín y sacar mis discos favoritos de este año. En un principio había pensado hacer una lista independiente de la fecha publicación del material discográfico, lista que tendría posiblemente a Godspeed you! Black Emperor encabezando todos los charts. Más allá del fanatismo por los canadienses (es más, Canadá se convirtió por un momento en el epicentro de mis intereses musicales, con un auge similar al que tuvo Seattle a principios de los noventa), este posiblemente fue el año de Cat Power, consumiendo indiscriminadamente todo lo que tuviera que ver con ella, y siendo The Colors and the kids el último tema que me descalabró por completo, de esos temas que te cambian la vida. También, Sr Chinarro tuvo un papel importantísimo, convirtiéndose Luque no sólo en una de las voces, sino también plumas más influyentes en mucho tiempo. Si hiciera una lista de los diez discos que más escuché en el año, al menos tres de Chinarro estarían en ella (nosequé-nosecuántos, La primera Opera envasada al vacío y El por qué de mis peinados). En otro lugar del globo, Can hizo estragos, descubriendo en Suzuki/Czukay y compañía un universo nuevo del que se me abrieron bandas como NEU!. Por su parte, el indie hizo estragos, convirtiéndome en fan definitivo de Pavement, Yo la tengo, My Bloody Valentine y The Telescopes, bandas con las que no había tenido una relación tan aceitada en el pasado. Hubo reconciliaciones con bandas que en un principio no me había interesado (ver post anterior) y Robert Pollard escaló posiciones en mi altar politeísta, como bien lo dije, encabezado por nuestra máxima deidad, Robyn Hitchcock. También hubo música excéntrica y bastante inaccesible, principalmente nutrida por medio de Mutant Sounds, como Steaming Coils, Blurt y Catherine Ribeiro.
En fin, un conjunto de bandas que poco o nada tuvieron que ver con el 2007.
A pesar de haber estado mi escucha enfocada principalmente en estos discos, viendo una gran cantidad de blogs como este, este y este, me pareció más pertinente hacer la lista involucrando a discos sólo pertenecientes a este año, una lista que se terminó de completar recién este último mes, accediendo a discos de los que no había escuchado ni hablar.
(También pensaba hacer una lista de las películas del año, las cuales incluiría a Zodíaco, La vida de los otros, La canción más triste del mundo, entre otras, pero creo que sería un abuso, y terminaría resultando en un post kilométrico que muy poca gente leería).
Bueno, acá la lista:


10-Damo Suzuki/Omar Rodríguez López- Please heat this eventually
Un disco que apareció a principios de año y que pasó injustamente desapercibido. Ya mencionando el nombre de Damo Suzuki (el ponja que nos hacía delirar tras el micrófono de Can) y Omar Rodríguez López (una de las guitarras más eclécticas e intensas que ha dado la música actual), se sabe que es un disco que no nos dejará indiferentes. Con The Mars Volta, una de las bandas más poderosas y arriesgadas de los últimos años (al menos en el circuito mainstream), Omar Rodríguez López, junto a Cedric Bixler Zavala había compuesto dos discazos, De-loused in the comatorium y, lo que parecía ser un suicidio comercial, Frances the mute, terminando por demostrar lo contrario no sólo en ventas, sino en calidad. Fue entonces que hicieron este disco bastante irregular, Amputhecture, en el cual, me parece, se les fue la moto. No es necesariamente más extraño que sus predecesores, pero los tejanos optaron por más climas y muchas canciones que prometían ciertos estallidos que nunca ocurrían. Incluso podría decirse que había, al menos, quince minutos al pedo, exceso que acentuaba ciertas carencias, más que realzar el riesgo musical. Es por esa razón que luego de ese disco y una hemorrágica producción de álbumes solistas, veía este trabajo de Omar con nada más ni nada menos que el señor Suzuki como una prueba, como una forma de demostrar que seguía vigente.
El disco más bien es un EP, y básicamente es un solo tema, cantado con esa forma tan particular que tiene Damo Suzuki, estructurado como una zapada entre él y el tejano. La forma en que entran y salen las voces y las guitarras, más que un diálogo es un psicótico monólogo interno interpretado por varias partes del mismo psiquismo, unas órdenes repetitivas y vehementes que brotan desde nuestra cabeza. Lo que aparece en la tapa, en vez de una árida estepa, tendría que ser una selva: saxos venenosos como ranas azules, las flautas pasan por encima de la base como si saltaran de liana en liana, la voz es un verdadero rugido, y la guitarra a veces es pantera, a veces candirú, a veces enjambre de hormigas. Toda una fauna invasora, en un disco que hace culto a la intensidad por encima de la forma y el tiempo.

09-Battles- Mirrored
En un medio bloggero bastante inclinado hacia el indie, donde, por momentos, “música progresiva” parece ser una mala palabra, llega este discazo, una banda que es como la reencarnación alienígena de Fripp en la era de las máquinas. Lo que funciona espectacular en este proyecto de ex integrantes de bandas como Don Caballero y Helmet es ese vendaval encapsulado, esa apariencia de violenta experimentación, pero que nunca sale de órbita. Los tempos marcados por el baterista parecen insostenibles, como si amenazaran a romper con toda posibilidad de melodía, y sin embargo, en un momento preciso, lo que parecía ser una fuga asintótica de la guitarra, termina por encastrar en su justo lugar, como la última pieza de un puzzle, como una cópula matemática casi tautológica. Esta banda representa el math rock llevado a sus máximas consecuencias, como si partieran de la física euclidiana del resto de la música y se aventuraran en el oscuro mundo de la mecánica cuántica. Para una más detallada explicación del fenómeno Battles, aventúrense en este lúcido post de Sensei Magazine

08-Arcade Fire- Neon Bible
Posiblemente este disco fue el lanzamiento del año. No tanto por la música (que sí, es muy buena), sino por toda la prensa que se había generado alrededor del disco, en esos cada vez más comunes casamientos entre el indie y el mainstream. Arcade Fire estaba bajo la lupa, y tenían todo para arder como una hormiga bajo el sol, como había ocurrido con bandas como los Stone Roses, ahogados en la propia piscina de expectativas que se había gestado a su alrededor. Tenían tan sólo que hacer un disco mediocre, y ya cumplirían con la moira de tantas bandas que revientan como el Hindemburg. La única diferencia es que los zeppelines están vacíos por dentro, y a esta banda le queda mucha, mucha música por mostrar. Y entonces sí, aparece este disco que no sólo iguala a Funeral, sino que lo supera en algunos aspectos. Los arreglos son excelentes, y hay canciones que se parecen nutrir de los mejores elementos del postrock canadiense, pero lo que resulta genial, sobre todas las cosas, es la interpretación vocal de Buttler y Chassagne. Mientras el primero tiene una forma de cantar que recuerda a lo mejor de ese Bruce Springsteen storyteller, con esa voz firme y a la vez trepidante, la vocalista tiene una voz angelical pero fuerte a la que sabe sacar el mejor provecho. Creo que el tema paradigmático en cuanto a este recurso vocalístico es Antichrist Televisión Blues, un tema cuya letra todavía no leí (no puedo entender las letras de oído, las necesito tener escritas al lado, y estoy escribiendo esto en el Word, sin internet, por lo que no puedo echar un vistazo), pero independientemente de lo que diga, cuando después de esas largas estrofas de Buttler llega el coro, ese increíble coro, es imposible no sentir esperanza, como algo cercano a una epifanía religiosa, por más que se estuviera cantando sobre matar ballenas bebé o hacer tráfico de órganos con niños tercermundistas.
07-Robert Wyatt-Comicopera
Después de unos cuantos años en relativo silencio, Wyatt nos viene con este trabajo que, a mi parecer, es lo mejor que ha hecho desde Rock Bottom (ojo, me faltan escuchar algunos discos). El ambiente onírico y hasta cierto punto amigable de Shleep se siente invadido por una atmósfera enrarecida, con temas con un sonido más triste, y otros decididamente… ¿violentos? Sí, es imposible no erizarse los pelos de la espalda con el verso “You have planted all your everlasting hatred in my heart”, repetido al final de Out of the blue, una de las canciones anti bélicas más extrañamente intensas que he escuchado en los últimos años. El disco, sobre todo en su último tercio es decididamente político (incluso el disco finaliza con una sorprendente –de sorpresa- versión de Hasta siempre comandante), pero queda lugar para el amor y esas atmósferas de ensueño que teje el viejo de Canterbury. El otro día leí una nota en donde decía que con el tiempo perdió cierta capacidad para llegar a agudos, pero que su trompeta se convirtió en un self accesorio, como si fuera una segunda voz que le devolviera lo que le quita el tiempo. Y es realmente así, confirmando que con o sin trompeta el viejo sigue teniendo una de las voces más genuinas del rock. Extra ball: No se suelen encontrar discos en donde aparezcan nombres como Brian Eno y Paul Weller al mismo tiempo


06-SantaCruz- Sabú
Música para ir gritando por las ventanas de Dodges prendidos fuego en autopistas que cruzan el desierto de Atacama. Música para apagarse un pucho en la frente. Música para juntar a cien personas en un apartamentito del centro, de esos diminutos que se lo alquilan al doble de precio a cándidos estudiantes del interior. Música para ponerla al mango en ese apartamento, mearle en la cara a menores de edad pasadas de alcohol, encontrar tríos y cuartetos en una misma sudorosa habitación sobre un mismo colchón pelado, ir a la cocina, elegir una persona al azar y partirle una botella de vodka en su cabeza, logrando que todos los presentes se prendan a la piñata, para darse con vasos, tablas de planchar y sacacorchos. Música para arrojar televisores desde novenos pisos, para estacionar automóviles dentro de piscinas. Música para arrojarse de un avión sin paracaídas: a huevo.
Todo eso es Sabú, el primer trabajo editado por una banda que tendría que haberlo hecho desde hace mucho. Recuerdo la primera vez que escuché SantaCruz. Era una de mis primeras salidas con la que terminaría siendo mi novia, y andábamos vagando por el centro, buscando BJ, lugar al que solía ir sin tener idea alguna de qué banda tocaba. Igual, realmente la banda importaba poco, todo era una excusa para tomar algo de cerveza y seguir apretando impúdicamente. Recuerdo haber entrado en medio de un tema de la banda. Estoy seguro de que es un adorno de mi recuerdo, pero al pagar las entradas y abrirse la puerta del local, fue como si se abriera una ventana en medio de un temporal bajo techo, como si fuera una ráfaga de viento revolviendo papeles, desparramando cervezas y arrancando cortinas. Sudor, mucho sudor. Era noviembre, y todos los integrantes tocaban descamisados. Sudor, sí, mucho sudor. El guitarrista era una palmera, cuyo pelo no dejaba ver el rostro. No entendía cómo un baterista podía abollar los platillos y gritar tan furiosamente al mismo tiempo. El sonido era fortísimo, taladrante, no sabía si me gustaba. Sólo sabía que no podía dejar de escucharlos. Sin saberlo a ciencia cierta, casi de una forma intuitiva, SantaCruz se convirtió en una de mis bandas favoritas del “Rock uruguayo”. “Rock uruguayo” entre comillas, porque tiene poco o nada que ver con lo que se suele relacionar con rock uruguayo. Para los que no conocen a SantaCruz, podría sugerir a los Natas pasados de merca, en vez de marihuana. Podría sugerir un stoner rock con su herencia bluesera más inflamada. Podría dar muchos calificativos, pero me quedaría corto. El gran logro del disco, algo frente a lo que incluso yo me mostraba bastante escéptico antes de escuchar el resultado final, es haber podido trasladar sin pérdidas la magia y fuerza de las presentaciones en vivo de la banda a un formato estudio. Todo lo que es SantaCruz está en Sabú, desde la voz frenética de Mauro Ricco en Tu perfume, hasta los coros dionisíacos de Stargirl Blues, desde las densas atmósferas en su versión más stoner, hasta el desenfreno sexualizado de Hot Nipples. Por esto y por mucho más, este es uno de los mejores y más intensos discos del 2007.

05-Radiohead-In rainbows
La ironía de In rainbows es que, habiéndose tomado la libertad de que la gente establezca el precio por lo que escucha, (lo que, poniéndonos un poco románticos, resultaría ser un statement sobre la música más allá de la facturación), terminó haciendo que la gente hablara sólo de eso, olvidándose de la música. Y la verdad es que es una lástima, porque es un disco hermoso, redondito, con todos los momentos que debe tener. Mucha gente dirá que no hay tanto riesgo como en el Kid A, el Amnesiac, o incluso el Hail to the Thief, y probablemente tengan razón, desde el The bends el sonido de Radiohead no resultaba tan accesible. Sin embargo, ese reencuentro de Radiohead con la melodía pop sale sin lesionados y con algunos momentos de tremenda belleza. La seguidilla de los primeros cuatro temas es muy pero muy buena, desde la inmersión en las fosas de las islas Marianas de Weird Fishes, como si la voz de Thom Yorke fuera como esos luminosos peces prehistóricos mostrándonos los secretos del suelo oceánico, hasta el bajo hipnotizante de Bodysnatchers, pasando por la intimista Nude. Y en el final hay una nueva seguidilla de temas de gran belleza, con esa tradición propia de dejar un tema gigantesco cerrando el disco (Videotape)
En fin, lo que empezó siendo la robótica voz de un feto sumergido en una cámara criogénica (Kid A), pasando por una mutación transitoria de un orwelliano rebelde en tiempos de Bush y Chomsky (Hail to the Thief), en este disco termina por consolidarse en una voz más intimista, como si aquel personaje del video de Paranoid Android se terminara por mudar con su ángel guardián, paseando en ese helicóptero invisible y relatando lo que ve a su paso.

04-Triángulo de amor bizarro- Ídem
El disco redondo del año. No hay nada que sobra, todas y cada una de las canciones son geniales, se puede pasar de principio a fin sin saltearse ninguno de sus doce temas. Tomen My Bloody Valentine, Stereolab y Mercury Rev, agiten, agreguen más y más fuzz y unas voces espinosas, y ahí tienen Triángulo de amor bizarro. El disco debut de los gallegos es lo mejor que se puede conseguir en español, y podría decir que es el mejor disco shoegazer (por ponerle un nombre) en mucho, mucho tiempo. No sólo el muro de sonido es enloquecedor, sino las mismas voces, que aparecen tras los velos de la distorsión (como es costumbre en bandas de este género), pero con una esencia diferente, con letras tan francas como extrañas, como si la banda escupiera verdades directamente de su inconsciente. De ahí provienen versos completamente imprevisibles “Llevar navajas siempre es conveniente” y títulos cuya nomenclatura recuerda a la de ciertos readymades dadaístas. Creo que en materia vocalística, la diferencia con bandas como My Bloody Valentine es que si en los irlandeses la sensualidad reflota con cierto aire etéreo, en Triángulo de amor bizarro repta, aguijonea, o suena completamente desquiciada (escuchar Isa vs. El partido humanista), como si los tipos tomaran como mentor más a Alan Vega que a Kevin Shields.
En fin, rock estridente, aguijoneante y resbaladizo.

03-Of Montreal- Hissing fauna, are you the destroyer
Este es el disco paradigmático de cómo han cambiado mis gustos en este último año. Pensar el Hissing fauna, are you the destroyer en una lista del 2005 sería como pensar a Pappo pinchando discos en la fiesta Creamfields. Uno de los puntos fundamentales sobre este disco es la notable desconexión que hay entre el ritmo de ciertos temas y el contenido que encubre. Pop hasta los huesos, al borde del kitsch, con esos efectos de órgano intrusivos y algunos coros sampleados, sin contar con la increíble y maleable voz de Kevin Barnes, detrás de ese envoltorio aluminado, cuando uno empieza a indagar en las letras se encuentra con un nihilismo desbordante, un nihilismo que no necesita dioses ni demoños, que no necesita suicidios altruistas, que ni siquiera necesita el spleen. No, todo eso, esa pregunta que tanto obsesionó a franceses y alemanes se puede resolver en la pista de baile. Tiene estrofas que lo pueden matar a uno de la risa (“i spent the winter on the verge of a total breakdown while living in Norway. i felt the darkness of the black metal bands but being such a faun of a man i didn't burn down any old churches just slept way too much just slept”), pero todas las canciones, desde mi punto de vista, todo el disco está hecho para ese tema descomunal que es The past is a grotesque animal. Es una obra casi teleológica, todas las frustraciones, toda la resignación, el pop, todo desemboca a ese enorme agujero negro que está en la mitad del disco. Posiblemente sea la mejor canción de los últimos tres años, y creo que diciendo esto no estoy exagerando. Toda la mierda del nuevo milenio encapsulada en doce minutos, versos durísimamente verdaderos como “how can i explain i need you here and not here too”, la nada como un crater inmenso en cada intento de acercamiento entre las personas, el momento en que grita “the mousy girl screams violence violence she gets hysterical”, con una expresividad precisamente histérica, un histeriquismo que no escuchaba desde las increíbles interpretaciones de Gordon Gano en temas como Kiss off o Add it up. El motorik, una carretera hacia el abismo, una pista de baile en pleno incendio, pero con la gente bailando, bailando y sudando, sin importar que a pocos segundos se le caiga el techo encima, let's tear our fucking bodies apart but let's just have some fun

02-La hermana menor-Todos estos cables rojos
El disco que más escuché en el 2007. Acordarse de memoria letras como Ray-Ban blues es algo difícil, por su extensión y articulación, y sin embargo a fuerza de persistencia y fascinación me la terminé acordando de memoria.
Como lo dice Ezequiel en este post, quizás es un disco demasiado largo (personalmente, creo que algunos temas están demás), pero en este mismo exceso se concentra la principal esencia de La Hermana Menor: el disco comprende todas las facetas de la banda, pero en su versión más cruda y purpúrea. Un poco diferente al Ex, que concentraba una mayor unidad en materia de sonido, este disco pasa de la orfebrería pop más fina (Batería de Jesús no es sólo el tema que más escuché en el año, sino una de las mayores joyas pop de la música uruguaya de los últimos años), hasta el violento descontrol free de Dragón mata sirena; por los bondadosos climas de La casa de Margarita, a la misantropía hecha carne de Inútil; desde Bandera Azul, que tiene todas las cadenas de carbono para ser un himno generacional, hasta el descolocante intimismo de Escala en Ezeiza, tema ampliado en ese post de elbailemoderno cuyo link dejé arriba. Pero, a mi parecer, lo más destacable del disco son las letras de Tüssi, ponderación que tengo entendido que no le suele generar mucha gracia, pero que no tengo otra que remarcar. La habilidad de escenificar ciertas situaciones, como pasaba en el Ex con Nada que hacer, se encuentra potenciado y refinado con temas como la pirómana Julia dice, o la honestidad merquera de Cirugía fantasma et swingers delight, una ida y vuelta por la noche montevideana. Y a lo mejor no, ahora repasando todos los temas, no da para quitar ninguno, como si quisiéramos desconectar una bomba de tiempo con sólo cables rojos.


01-Dinosaur jr- Beyond
2007 fue un año marcado por los comebacks. Casi todos ellos, puro clin caja. Las ligas de papi fútbol volvieron a llenar estadios, y por ellos desfilaron la versión holística y sin calorías de The Police, Soda Stereo diet, desgasificada y una reunión de Led Zeppelin de la que no puedo hablar mucho, pero que me genera todas las dudas. Entre todas estas vueltas, completamente inesperado para toda persona que supiera cómo habían quedado las relaciones entre Mascis y Barlow, aparece Dinosaur jr con este disco ENORME, un Dinosaur jr que no había sido el mismo desde el Bug, por más lindos que sonaran algunos temas del Where you been. Muchos dirán que es más de lo mismo que hacían antes de la separación, pero esa misma noticia no me puede dejar más contento. La sensibilidad de Mascis en la vocalística, aquellos punteos endemoniadamente hermosos persisten, siendo la encarnación sónica de la felicidad. Los que leen asiduamente el blog ya deben estar recontra podridos de que les repita lo mismo, pero This is all I came to do, con aquel punteo inicial haría mover ligeramente la cabeza para adelante y para atrás a todos los hijos que cargan el ataúd de su padre en un entierro. La producción del disco es igualmente ponderable, desde el mismo momento en que escuchas los primeros punteos de Almost Ready, uno sabe que Mascis, más allá de su look Gandalf, siempre ha sido el mismo. La guitarra hiper saturada en temas como ese y Lighting Bulb nos conduce sin puertas cancel al principios de los noventa, unos años que a esta altura del partido ya comenzamos a ver con nostalgia.
Si en el futuro considerara al 2007 como un año feliz, en gran parte estaría implicado este disco.

Thursday, December 20, 2007

Après-Coup
En mis años adoles-centes, más de una vez me ocurrió un hecho muy peculiar. Había una compañera de clase que nunca me había llamado la atención, que la conocía quizás desde mis cinco años y no me movía un pelo y, súbitamente, ante un ligero movimiento suyo, un juego de sombras que se le dibujaba en su perfil, una palabra pronunciada como en cámara lenta (labios diciendo “obvio”, “radiohead”, “inevitablemente”, o una risa atragantada), una vestido de fiesta de quince envolviendo el cuerpo de manera completamente diferente, un lunar encontrado en un terreno oculto del cuerpo, el brillo de un ojo, un olor perdido y reencontrado, una disculpa o una torpeza, todo el andamiaje en que sostenía mi indiferencia se derrumbaba, colgándome (por no encontrar otra palabra) súbitamente con esa mujer. Después de ese momento, uno se preguntaba qué había estado haciendo todo ese tiempo, si era ignorancia o completo hechizo el hecho de que uno no hubiera percibido aquello que ahora resultaba indispensable, aquello que ahora dolía como ninguna otra cosa.
Prácticamente lo mismo pasa con la música o las películas. Por alguna razón, King Crimson no me llamaba en absoluto la atención, intentaba que me gustara para acumular puntos melómanos, y luego de discos y discos escuchados, incluso algunos comprados de por medio (con ligera aceptación de mi parte), reescuché Starless and bible black y se produjo esa misma sensación de desmoronamiento de todo lo demás, como si fuera una auténtica revolución en que se quemaran iglesias, se saquearan tumbas y se levantaran nuevos ídolos de mármol. Incluso el deslumbramiento tenía efecto retroactivo, y todos aquello temas que antes me parecían anodinos, pronto me parecían fascinantes, podría decirse incluso que indispensables. Algo similar me sucedió con:
-Buenos Muchachos (hubo un momento preciso al escuchar Ooh Uoh en que descubrí que la voz de Pedro Dalton era como un instrumento acústico perteneciente a una tribu olvidada por Margareth Mead o Levi Strauss)
-Sonic Youth (ya relaté la situación, pasé de un grupo que no me llamaba la atención habiendo escuchado “Bad Moon Rising” a un automático fanatismo escuchando entredormido los primeros temas del Daydream Nation)
-La Hermana Menor (al escuchar Shuriken una sensación de extraño intimismo me tomó por completo)
-Velvet Underground (el “disco de Warhol” lo había escuchado varias veces con total indiferencia, y a la vigésima vez que escuché Heroin, algo en mí llegó a la conclusión de que era uno de los mejores temas de la historia).
-Jesus Lizard (similar a lo que dice Benito en este post, al principio me pareció algo medio feo y sin gracia, y luego esa misma fealdad fue lo que me catapultó a ese tórrido mundo de gente usando excremento como lápiz labial)
Incluso, uno piensa cuantas veces tuvo la oportunidad de conocer aquella música y todo aquella época donde escuchaba pronunciarse el nombre de esas bandas o películas con un oído extrañado o indiferente (no creerían la cantidad de veces que me recomendaron “Apocalypse now” hasta que la vi efectivamente), y parece absurdo que se haya negado casi sistemáticamente a oírla, como esos escritores que se consagran recién en su decrepitud y toda la comunidad artística se pregunta qué había pasado en todo ese tiempo.
Hubo tres sucesos similares que me sucedieron en los últimos meses que me provocaron un efecto de deslumbramiento bastante similar.

Las plaquetas que nunca existieron para el sangriento valentín.
Loveless había sido un disco problemático. Me lo había bajado cinco veces a mi computadora: una en una computadora sucumbida ante una invasión troyana, otra olvidado en una computadora de México de la que me despedí demasiado pronto, y tres más bajados y despreciativamente eliminados del disco duro, luego de escucharlos y no encontrar nada aparentemente interesante.
¿Qué podría garantizar que la sexta vez me terminaría por fanatizar?
La situación la recuerdo perfectamente. Andaba revisando blogs, y entro a este post de COTOX, que de forma similar a otra entrada mía, exponía una lista de temas relacionado a ciertas sensaciones que se le despertaban al pasear por su ciudad en un día primaveral. Entre unos temas de Animal Collective y The Clientele, estaba “When you sleep”, tema que había pasado por mi total y completa indiferencia las veces anteriores. Casi por llenar tiempo, en una madrugada en donde no había prácticamente nada para hacer, puse el tema. Algo se descalabró, no podía creer lo que estaba escuchando, era uno de los mejores temas que había escuchado en mi vida, solo que no me había dado cuenta hasta entonces. Terminó el tema, lo escuché tres veces más, sin hacer otra cosa que ver el timer del tema pasar sus cuatro minutos, doce segundos. Era tal mi nueva fascinación que me dio hasta un poco de vergüenza confesar mi anterior indiferencia, metiendo en el post un escueto comentario en el que parecía como si ese tema me hubiera gustado de toda la vida. Y en efecto, es que muy probablemente es así. Como un trauma que recién tiene efecto cinco años después, catapultado por un hecho aparentemente nimio, es muy probable que el tema desde el primer momento en que le escuché me haya fascinado, sólo que no tenía un sostén biológico/psíquico para hacer metástasis/síntoma con el resto de mi cuerpo/mente. Porque es increíble que no le parezca genial a alguien, por lo menos a alguien que ya esté acostumbrado a Fender Jaguars picapedreras. Incluso, había escuchado el resto de los shoegazers, y me gustaban mucho The Telescopes y The Jesus and Mary Chain me parecían tremendamente simpáticos. Había un terreno fértil en el que sin embargo no se había podido desarrollar debidamente las semillas de Shields y cia.
Loveless es brillante de principio a fin, un disco que es increíble que está grabado en MONO, un disco cuya producción vale cada una de las 250.000 libras que se invirtieron en ella. La forma en que tienen de crear una nube entre sonidos que podrían provocarle una aneurisma a uno, sólo es comparable a obreros siderúrgicos extrayendo algodón entre la escoria del hierro. Un disco que es imposible creer de haber sido grabado sin flangers ni wah wahs, un disco que prácticamente es la creación de un solo hombre, Shields, como aquellos descubrimientos científicos que en el pasado tenían un solo responsable, diferente a lo que ocurre en la actualidad, en donde la creación de un nuevo disco de hip hop merquero, o un shampoo que sólo se diferencia del anterior por el olor alegando propiedades alquímicas, hay una horda de científicos y especialistas en marketing dispuestos a controlar cada una de las variables. Pero más allá de toda la revolución técnica que el disco implica, nunca se podrá olvidar la sensualidad angelical de un tema con “To here knows when” o “Sometimes”, la canción más parecida a una serena ventisca que haya escuchado en mi vida.
MBV es de esas bandas en que no da para lugar hacer una apreciación de gustos, es algo que va más allá de eso, su legado e influencia es tan importante que cualquier juicio, incluso de los buenos, como este, resultan tan absurdos como pronunciarse a favor o en contra de la muerte.
Había una herida que había estado sangrando, sólo que yo no me había dado cuenta.

Bajar loveless, vía sinbatería
Globo al aire
La música debe ser de las pocas cosas en que siempre recaí pero como un espectador sin llegar al hecho concreto de hacerla. De antemano, me condenaba como un duro para la guitarra, y cuando recién empezaba a hacer ciertos avances, tuve que dejar para ir a psicólogo. Lo más cercano a la elaboración de algo relacionado con la música fue un breve período en que oficié de productor de un disco de un amigo llamado Pedro Restuccia. El proyecto era tremendamente ambicioso, y hace poco me alegré de enterarme de que lo que había sido dos tipos pasandose meses en el ACID, mezclando pistas, mientras uno tomaba Colet y otro Biotop de durazno, terminó en un trabajo muchísimo más profesional, con una labor obsesiva característica de Pedro, que de seguro habrá dado sus frutos. Lo más ambicioso de todo, era adaptar ciertos poemas míos a algunas canciones de Pedro, proceso que resultaba prácticamente imposible por mi afición a los versos largos y mi poca simpatía por la rima. Sin embargo, hubieron dos elementos que hicieron aquella labor posible: cambiar el orden de la producción, es decir, darle los poemas a Pedro y que él de ahí inventara las melodías, y mi incipiente gusto por Spinetta, artista que terminó por ser coagulante entre dos personas que progresivamente iban cediendo a gustos cada vez más centrífugos. La influencia de Spinetta fue por doble partida. Me vino la idea de que el disco debía sonar como una mezcla entre Madre en años luz y Kamikaze, y de ahí comencé a escribir pensando en ciertas melodías. Pero sin lugar a dudas, el otro punto fundamental fue la escritura del flaco, la que a partir de allí me permitió concebir ciertas bondades de la rima y de los versos un poco más cortos. Letras como Ella también y Cantata de los puentes amarillos me cambió la forma de concebir la confección poética, aspecto que no sólo influyó en aquel proyecto conjunto, sino que cambió bastante mi forma de escribir.
Curiosamente, a este disco que está por sacar Restuccia, se le acopla el lanzamiento de mi primer poemario, llamado Caja Negra. Es un libro cuyo poema más viejo data del 2002, pero que tomó un rumbo diferente y serio en el 2005, a partir de un mail aparentemente en joda que le envié a el fino. En dicho mail, entre toda una sarta de frases sin sentido, escribí “Hay que volver a ser el hermoso excremento, fuera de todo molde, libre de oler y repugnar”, concepción un tanto nietzscheana que sentó el punto de partida de todo lo que vendría a escribir después.
Tuve la oportunidad de presentarlo con personas muy importantes de la literatura uruguaya, como lo es Omar Prego, Luis Bravo, María Angélica Petit y Mariella Nigro, sumándole un prólogo de Amanda Berenguer y una presentación genial de Ojos del cielo, una banda integrada por Gustavo y Marcelo (tremendas guitarras de Buenos Muchachos) y la increíble violinista Viviane, banda que dejó completamente impresionados no sólo a amigos míos, sino a gente bastante mayor.


Bueno, en fin, el libro aparentemente va a estar en librerías la última semana de diciembre, y me parece que mejor dejo acá de hacerme autobombo.
A lo que venía era que hace un tiempo escuché en vivo una versión que hizo Pedro de un poema mío. El tema se llamaba Cristal, y yo lo había pensado con cierta melodía que sorprendentemente se terminó asemejando bastante con la versión de Pedro, sólo que mantenía una diferencia fundamental en el estribillo: mientras que en el estribillo “Cristal/hoy te caes otra vez”, mi versión mental estaba cargada de una especie de dulce resignación, en la versión de Restuccia había algo esperanzador, unas notas que subían como si en los añicos del cristal se encontrara el material para hacer algo nuevo.Hay un momento que marca una diferencia fundamental entre la Solaris de Stanislav Lem y la versión de Tarkovski, y es en una escena donde Kelvin está discutiendo con uno de los científicos y este último le responde que el hombre en el espacio exterior sólo busca espejos. Tanto en el libro como en la película se dice literalmente lo mismo, pero en la forma de decirlo el mensaje cambia radicalmente. En el libro de Lem, el buscar espejos en el espacio exterior, singnifica de cierto modo ese desprecio cientificista de lo asintótico que resulta el conocimiento de la cosa en sí para un observador que nunca puede ser neutral. En la versión tarkovskiana, sabiendo lo tremendamente religioso que era el tipo, la frase deja entrever la completa necesidad del humano para encontrarse a sí mismo en el otro, precisamente, una especie de llamado al humanismo por sobre la ciencia. Efectivamente, cuando yo escribía “cristal/hoy te caes otra vez”, para mí esos añicos en el suelo eran hojas de afeitar traslúcidas, mientras que para Pedro eran diamantes, lentes de telescopios para establecer contactos con otros mundos. Creo que en el manejo que se le da a esos dos versos, se concentran todas la diferencias de nuestra forma de ser, de una forma más diáfana que cualquier soliloquio psicologicista.
Luego de pasar más de un año sin escuchar nada de la música de Pedro, me levanté con unas ganas, o más bien una necesidad imperiosa de escuchar unas maquetas que el me había dejado antes de que nos avocáramos al proyecto. En efecto, todas esas canciones me seguían gustando como la primera vez, pero había algo completamente distinto, una nueva significación de las melodías y sus versos que me hizo desvelarme hasta las diez de la mañana, escuchando el disco como tres veces de corrido. Incluso llegué a desear que se mantuvieran los temas exactamente iguales, con ese micrófono grabando ambiente, con esos trasteos y ocasionales desafinaciones, una cierta belleza low fi a la que me referí una vez, hablando sobre Guided by Voices. Es así que por mera casualidad, unos días después de aquello, me llegó un mail de Pedro con un enlace de un tema escrito por mí, llamado Globo al aire. Sólo lo había escuchado una vez en vivo y me había agradado tremendamente, acordándome extrañamente de toda la melodía y un particular rasgueo de guitarras. La nueva versión tiene todos los chiches y posiblemente no podría ser concebida de una mejor manera. Sin embargo, podría decirse que Pedro hizo una versión libre del poema, tomando lo que necesitaba y dejando lo que estaba de más o era imposible de hacer encajar con la melodía. El poema original de Globo al aire nunca me terminó de convencer (no es casualidad que no esté incluido en Caja Negra), pareciéndome en cierto modo demasiado romántico (de romanticismo), una veta que con el tiempo fui atemperando, gracias a Dios. Escuchándolo ahora, pienso que el tema tiene todo para hacer enfurecer a un escritor, ya que todos los versos supuestamente más sofisticados fueron extirpados, quedándose el cantante con los más sencillos, los más transparentes de todos. Y es entonces que me doy cuenta que a pesar de esta mutilación, el tema me parece aún más hermoso, y ahí es que voy al poema original y me doy cuenta de que sí, que realmente todo lo otro que había escrito estaba de más, y que Restuccia, siendo uno de los tipos con mejor oído para la melodía que conocí personalmente, siempre tuvo la razón. Y termino de escuchar Globo al aire y no puedo pensarlo de otra manera, y sí, a lo mejor sí, el hombre y el escritor buscan, necesitan encontrar espejos y no hojas de afeitar en el espacio exterior.
Bajar single Globo al aire+letras+tapas (bajarlo dura un minuto aprox.)

Pequeñas treguas
Hace un par de meses mi novia y yo cenamos en el living con mis padres. Aunque no recuerdo qué era lo que comíamos, me viene a la cabeza el hecho de que era un plato que involucraba para comerlo cierta destreza de ejecución, como puede pasar con esos babilónicos chivitos que se escurren por el costado de nuestra boca, o algún trozo de carne para el que se requieren habilidades de neurocirujano para separar la grasa de lo comestible. Sorprendentemente, la programación de televisión abierta había caído en ese agujero negro entre Gran Hermano y Bailaindo por un sueño, programas que son vistos por mis padres con una actitud, podría decirse que hasta metódica y responsable. La charla había derivado a ciertas escenas clásicas de nuestra estadía en México, país frente al cual mi padre suele quejarse estando ahí, pero suele añorarlo cuando está en Montevideo, como toda clásica golondrina uruguaya. Generalmente despotrico contra ciertos elementos de la cultura mexicana, hecho que en realidad está fundado más que en una verdadera apreciación sociológica, en una opinión bastante influenciada por las circunstancias en que me sentí obligado a pasar dos largos meses, unos años atrás (podría decirse que fue una especie de exilio o un rapto sin rescate comandado por mi familia). Aún así, mientras estábamos haciendo sobremesa, y contra todas las expectativas, le pedí a mi padre que pusiera cierto DVD, petición que en un principio el resto de mi familia, inclusive mi novia, creyó como una de mis muchas ironías, pero que pronto entendió que era un pedido fidedigno.
Para empezar a hablar del video, cabe señalar que siempre consideré que mi padre tiene un horrendo gusto en música. Le gusta productos que perfectamente podrían figurar en la programación de Radio Disney, como puede ser La oreja de Van Gogh, La quinta estación, o Shakira (recuerdo a mi padre obligándome a escuchar “Tu veneno” repitiendo escolásticamente cada verso de la colombiana como si fuera una verdad jamás antes pronunciada). A la terrible lista integrada por románticos latinos como Cheyenne, tiene una gran afición por la música mariachi. A ver si me entienden, a la mayoría de la gente le resulta algo exótico, y hasta divertido la música de mariachi, siendo muy bien recibidos al tocar en un restaurant al estilo “La Lupita” o “Roma Tijuana” (de esos en donde el guacamole está hecho con palta, en vez de aguacate), pero cuando uno pasa unos meses en México, aquello que podría resultar “exótico”, en semanas se vuelve incómodo y en meses, insoportable. En la trilla de un tren que nunca se detiene En la estela de un barco que naufraga En una olilla, que se desvanece En los muelles los apeaderos los trampolines los malecones: Hay Mariachis. Aún peor que este suplicio, como mi padre es gran aficionado a esta música, cada vez que íbamos en su auto había una posibilidad de cuatro a cinco que encajara algo de Vicente Fernández. o Juan Gabriel.
Por estas y muchas otras razones, mis padres prácticamente no podían creer el hecho de que les había pedido para poner un tema de José José en el DVD. Los bloggers pensarán también ¿José José?, ¿Cómo es posible que este tipo que suele tener una veta más cercana al indie que cualquier cosa termine por postear algo sobre un cantante melódico mexicano? ¿Cómo un post puede saltar de My Bloody Valentine a José José?
El tema no es tanto la canción, sino el video. La historia es la siguiente (según me la contaron algunos amigos mexicanos): en 1970, José José era prácticamente desconocido, tan sólo un pibe que cantaba en su pueblo y en algunos eventos como palenques y cosas por el estilo. En México hay un evento llamado Festival de la Canción Latina (más tarde llamado OTI), que vendría a ser un concurso de canto en el que participan tipos de todas partes del país. Si bien está principalmente integrado por músicos bastante conocidos, se dejaba algunos cupos para jóvenes promesas. La cosa es que llega este tipo, muy joven, y se pone a cantar. Más allá del hecho de que la canción no es tan mala para ser un género que no comparto en absoluto, el tipo se pone a cantar y lo genial del video es, no tanto las tomas del José José en sí, sino más bien la filmación del público y sus alrededores. Más o menos en la mitad del video de youtube que les dejé abajo, hay un tipo que mira la presentación con uno de los rostros más fidedignamente anonadados que he visto en video. El tipo está con la boca abierta, como si fuera un agujero en la cañería por donde escapa su alma. Los ojos abiertos de par en par, el tipo no hace nada, está tieso, catatónico, mientras ese “chavito” desconocido canta. Lo llamativo de esto es que ese hombre sorprendido aparentemente era toda una figura de la música mexicana, un tipo que ya había cantado en ese festival y que sencillamente dedicó despreocupado una parte de su tiempo a ver un show que no prometía nada particular. O sea, una figura consagrada viendo completamente estupefacto, la performance de un músico desconocido. La reacción del resto del público no es muy distinta, se ve una gran cantidad de otros tipos consagrados de la música mexicana completamente hechizados por la presentación, gente aplaudiendo hasta magullársele las manos, y lo mejor de todo, un José José muy pibe, que no tiene idea de cómo saludar al público, que una vez que termina empieza a saludar para todos lados, más desorientado que un perro en una cancha de bochas. Lo genial del video es presenciar un momento importantísimo en la historia de alguien, algo similar a lo que puede generar ver ciertas glorias deportivas, con esa cuota de júbilo y sorpresa que caracteriza tales situaciones. Porque cuando vemos esas imágenes, muchos sabemos el final de la historia, un pibe joven que a apartir de ese preciso momento se hace famoso, que haría millones y los despilfarraría en sus excesos, un tipo que a sus cincuenta y pico de años ya no podría cantar, y que estaría al borde de la quiebra si no fuera por un amigo que le robó y le retuvo su dinero para que no mandara a parar todo al tacho, como acostumbraba hacer el mexicano. Y aún sabiendo tal desastroso desenlace, ese momento encapsulado no deja de ser glorioso, la imagen de un tipo haciéndose famoso súbitamente (una fama diferente de las famas fáciles formato video amateur que hay hoy en día) y el rostro documentado del resto de sus colegas sintiendo que están frente a un hecho histórico.


Nos quedamos viendo el video, sin decir una palabra. Fue ahí que me di cuenta que al estar viéndolo con mi familia y mi novia (a la cual mi padre posiblemente no aceptaba del todo en un comienzo), sentí todo aquello como una pequeña tregua.

Thursday, December 06, 2007

Nuestros temas felices
Lagañas de ámbar encapsulando al sueño como pequeños mosquitos prehistóricos. Sábanas calientes lamiendo extremidades. La alergia matutina, la nariz aguada derramándose saladamente hasta el labio. Resaca desalcoholizada, de esas en que el aire arde y la luz duele mucho más. Una camiseta del Tago Mago que ofició imprevistamente de pijama. El sudor de un domingo de diciembre (sí, ya: diciembre). Y el sueño, el sueño omnipresente, pero la certeza de que ni siquiera dormir era una buena forma de hacer pasar el tiempo. Vamos a convenir que no es una forma buena de empezar cualquier día. En esas ocasiones lo mejor es pegarse una ducha, quitarse todo sedimento de lo que pudo ser la noche y el sueño anterior (algo de unos perros atacando a una chica por las inmediaciones de un faro) y volver a la cama, un poco menos tibia que antes. Sin embargo, había vacío y colita de cuadril en el noveno piso, y el deber familiar llamaba (soy uruguayo pero nunca me fascinoooo el asado). Dos y media de la tarde. Toda la familia ya estaba despierta, lavándose los dientes, discutiendo por una calza, apurándose mutuamente, desarrollando sus actividades de seres vivientes. Me encerré en el cuarto. Nunca fui un tipo de humores, pero eran demasiados términos a favor de una ecuación desastrosa. En el suelo: dos camisetas, un calzoncillo envuelto en esa Yamaha EG303 que nunca llegué a tocar convincentemente, algunos apuntes, papel higiénico hecho bolitas, la caja del Icky Thump (milagrosamente intacta). Como primera actividad del día, decidí poner algunos discos sueltos en sus respectivas fundas, y colocarlos en mi particular orden que muy poca gente comparte (orden de gusto ascendente y según manecillas del reloj, cuanto más a la derecha, más ponderado). Cuando voy a poner el Daydream Nation en aquella caja con la imagen de la vela encendida digo, ¿por qué no? Pongo el disco, suena Teenage Riot. Aparece el intro de las guitarras, luego la voz de Kim Gordon (spirit desire/spirit desire/we will fall). Me quedo parado, de calzoncillos, observando el parlante. Mi madre entra a prepo en el cuarto, me grita algo que no sé si es una orden, una puteada o una felicitación, y cierra la puerta. Cuando se termina la intro, las guitarras encarnan en su presencia definitiva, resulta imposible no mover la cabeza y los hombros, balancearse espasmódica, pero suavemente ante la batería de Shelley, subir el volumen a 80, hasta que todo el cuarto es un globo aerostático relleno de ruido. Uno se tienta y termina siendo un aspirante al campeonato de guitarra aérea, con una Fender Jaguar invisible colgando bastante bajo, aporreándola, encajándosela contra la cadera. Me quedo de calzoncillos mirando el parlante latiendo como un corazón plateado, me quedo cantando sobre la voz de Thurston Moore “He acts the hero/he paints the zero/in his hand”, y me quedo en ese autismo de 6:58 min, aún cuando mi madre regresa hablándome sobre carne, decibeles, duchas y vecinos. Pronto me olvido que es domingo, me olvido de las lagañas y de la ropa pegajosa, dándome cuenta de que no podría estar haciendo otra cosa.
Cómo puede ser que una canción pueda saltear la cotidianeidad, el malestar físico y los sentimientos de inutilidad de una, sin análisis de la transferencia, sin asociaciones y sin fármacos. Sólo se necesita eso, Teenage Riot a todo volumen, entrando por las orejas, por las costillas, por el riñón. Son esos momentos en los que súbitamente, uno entra en el extrañamente epifánico descubrimiento de su felicidad.
Pero la felicidad, esa palabra. Hubo un momento traumático, podría decirse fundante en mi pubertad, mientras veía a Nacional dar la vuelta por el Estadio Centenario. Entre los festejos me vino el peso en el estómago, la náusea de darme cuenta de que aquel era un momento de felicidad, pero que el equipo no saldría campeón todos los aperturas y clausuras de la historia por venir, y que aquella felicidad iba a convertirse en recuerdo en el mismo momento en que entrara al auto, dejara unas monedas al cuidacoche y nos volviéramos con mi padre escuchando al Toto da Silveira. En fin, una de las primeras e impactantes nociones de que la felicidad no es más que un complicado patchwork de alegrías y tristezas, con las costuras a la vista y lleno de sietes sin zurcir. Parece una berretada filosófica, pero fue un sentimiento intenso y –remarco- fundante, tan violentamente verdadero como el momento en que nos llega la noción de que nuestros padres posiblemente morirán antes que nosotros.
Nunca fui una persona que buscara en la música un suplemento para su tristeza. De cierto modo, tratar de encontrar algo que levantara el ánimo en una canción, una película o un videojuego, en cierto modo era una manera de bastardear a la tristeza, negarle la dignidad que le corresponde, tratar al arte como una prostituta veterana pero cumplidora. Es más, en la adolescencia aquellos momentos de padecimiento eran intuitivamente buscados y recurría a la música a menudo como un mero vehículo de conmiseración. Creo que, como dije en un post de julio, en esa pequeña herida sin plaquetas que quedó, el punk entró como anillo al dedo. Sonic Youth abrió la puerta, y después entró Glenn Branca, Joy Division, Bauhaus y todos esos pibes tan poco amigables. Sin embargo, aún dentro del punk hay toda una serie de temas que son de por sí muy felices, más allá de lo que hablen (¿cómo no sentir el impulso de bailar escuchando “Natural’s not in it” de Gang of four?), e incluso temas de por sí homogéneamente agradables, e incluso hermosos (sin ir muy lejos, algunos temas de los Ramones, los Pixies o los Buzzcocks).
Sin embargo, este año fue cualitativamente diferente con respecto al tratamiento de la felicidad en la música. Podría decirse que el 2007, aún entre la escucha de bandas Hardcore y cosas más bien oscuras, fue mi año de reconciliación con el pop, o mejor dicho, con los temas melódicos. Bandas y músicos como Belle and Sebastian, Elliot Smith, Ariel Pink, Carmen SanDiego, o incluso Pavement hubieran sido impensables por el Agustín del 2006, alguien que consideraba que bellas melodías era sinónimo de palomez, como si hubiera un decálogo escrito en piedra de lo que debe sonar y hablar el rock.
Pero incluso definir un tema como alegre es un punto más complicado de lo que parece. Debo confesar que sin tener una gran capacidad de entender una letra sin tener trascripción de la misma al lado, la alegría de un tema suele entrarme por la melodía, y en base a esto, puede generarse bastantes trampas. Por ejemplo, hay temas de bandas como Belle and Sebastian que son una hermosura, pero si uno va a las letras, lejos de lo que uno podría pensar, como pasa con Ease your feet into de sea algunos resultan ser temas auténticamente tristes (no cito a los Arab Strapp, porque ahí si que es un bajón, por lo menos las composiciones del Philofobia). Incluso, volviendo al ejemplo de Gang of four, es difícil pensar en letras tan abiertamente combativas y de izquierda, y sin embargo el ritmo de esa guitarra en staccato es imposible de resistir, siendo un tema que podría alegrar a la fiesta más burguesa y paqueta que podría armarse en Lotus o en un yate anclado en la isla Gorritis. También suelen ser igualmente tramposos aquellos temas en donde la felicidad que irradian se vuelve demasiado autoconsciente. Es quizás un problema particular que veo en el ska o en el reggae actual, en donde subsiste tal necesidad de irradiar buena onda, que termina por resultar en un mero ejercicio de felicidad completamente vaciado de sentido. Aún igual, temas que en su rúbrica contenían un cierto desenfado alegre y auténtico pueden ser víctima de un vilipendio espiritual del mismo a manos de una difusión carente de toda ética o sentido común, volviéndose por difusión y constancia en un producto frío y soso (no olvidarnos el tema paradigmáticamente alegre que es Walking on sunshine de Katrina and the waves, segmentado, mutilado, empaquetado y distribuido como un verdadero producto cárnico por propagandas como la de Movistar y otras).
En fin, hacer una selección de los temas más alegres, una especie de cama elástica al fondo del abismo, es una tarea ardua que se contamina (o se nutre, como ustedes quieran) por la propia experiencia personal de uno, y donde eclosionan simultáneamente muchísimos criterios en juego.
En una iniciativa sin precedentes en este blog, compuse un compilado de los temas más felices que hayan existido (o al menos haya escuchado) en mi vida. Abajo les dejo el link, en el cuál podrán contar con los temas en formato mp3, y posiblemente luego, en la sección de comments, un enlace para bajar una tapa y contratapa que estoy diseñando. Inconscientemente con este disco estoy tejiendo la red debajo del trapecista, consolidando un material que al menos a mí podría hacerme bajar sin negociadores del pretil de un edificio. Esto es Felicidad encapsulada, pura, sin destilar.

Disco:
Rompa el vidrio en caso de estar triste Vol. 1
Bajar del tema 01 al 09
Bajar del tema 10 al 17

Temas:
01-Sonic Youth- Teenage riot
02-Dinosaur jr.-This is all I came to do
03-The chills - Look for the Good in Others and they'll See the Good in you
04-The Replacements-Bastards of young
05-MC5- Kick out the jams
06-My bloody valentine- when you sleep
07-Sophie Ellis Bextor-Mixed up world
08-PoP-Pop goes my heart
09-Wreckless Eric-Whole Wide World
10-Jaime sin tierra- Carretera a 80
11-Guided by voices-Motoraway
12-Gorky’s Zygotic Mincy-Spanish Dance Troupe
13-Robyn Hitchcock-1974
14-Dave Matthews band-#41
15-Belle and Sebastian-Ease your feet in the sea
16-The Radio department- Keen on boys
17-New Order- Celebration

Viendo la lista, se pueden sacar un par de conclusiones:
Hay una supremacía bastante remarcable de los circuitos pertenecientes al por antonomasia llamado indie rock. Tenemos a Sonic Youth, Mascis y sus amigos (si es que Barlow puede ser considerado su amigo), The Chills, The replaceents y, bueno, en realidad casi todos están dentro de esa veta bastante indie, con algunas excepciones nítidamente pop como Sophie Ellis Bextor, o el ala más hardrockera de la lista, comandada por los motherfucking MC5. Es interesante esta elección de género, ya que es una idea compartida con mucha gente de mis alrededores. Incluso, navegando por los blogs, parecería haber ciertas bandas que se articulan como un saludo masón que abre las puertas a una cofradía secreta de adoradores de la misma música, una hermandad tácita, sin decálogos ni estatutos, pero arácnidamente elaborada a través del enmarañado mundo de la fibra óptica.
Como toda lista, hay ausencias visibles, ausencias de auténticos estilos que pueden generar estados de verdadera ataraxia, como puede ser la bossa nova, de la cual confieso saber muy poco hasta la fecha. Incluso dentro de circuitos en que nado más suelto, faltan algunas bandas que habrán musicalizado el mejor momento de la vida de muchas personas, como pueden ser los Pixies, The Magnetic Fields o Wire. Incluso, una banda tan deprimentemente catalogada como The Cure, resulta ser bastante variopinta, y tiene temas auténticamente hermosos e incluso alegres (sí, el término es bastante engañoso, hay canciones que detrás de su apariencia más bien dulce y regresiva, esconde un mensaje más bien macabro, como puede ser “Close to me”).
De toda la lista, el tema feliz por excelencia creo que sería "This is all I came to do", un tema del que hablé en este post, y que recalco que de haberlo escuchado en mi adolescencia, sería una persona completamente diferente. Hablando precisamente de adolescencia, hay muchos criterios que puede a una persona generar estados de euforia un tema, pero sin lugar a duda, uno de los motores principales para generar tal tipo de sentimiento, es la sensación de ser llevado por una canción a una época de tu vida que viviste, o en mi caso, un período de mi vida que quizás me gustaría haberlo vivido de otro modo. Efectivamente, temas como Teenage Riot, This is all I came to do o Look for the Good on the others... me remontan a un pasado ficticio que me gustaría haber vivido, una adolescencia ideal en la que me hubiera soltado más, donde podría haber escuchado esta música, la cual en aquel entonces estaba completamente fuera de mi conocimiento. Es Agustín en su version más proustiana, en busca del tiempo perdido. Es decir, siento una verdadera debilidad en lo que se refiere a ciertos himnos generacionales, como el tema Bastards of young, esa hermosa canción en la que Westerberg dice todo lo que tiene que decir una canción adolescente, y gritando a garganta picada como muy pocos lo pueden hacer. Curiosamente, es un sentimiento que emerge en muchas personas, que me hace recordar a algo que me dijo mi primo sobre un tema que está lejos de estar dentro de mis favoritos, pero que igualmente comprendo: Lucas considera que siempre que escucha 1979 de los Smashing Pumpkins le viene nostalgia de una vida que nunca vivió. Creo que es exactamente lo mismo que me pasa con algunos temas de esta lista.
Otra punta por la cual entender la selección es, no tanto el potencial de bienestar como un algodonoso sentimiento de homeostasis, en el cual se disipan todos los temores (la versión aterciopelada de la felicidad), por otra más activa, más apuntada al factor euforizante de la música, aquella que nos hace saltar, destruir hoteles y do it in the back sit (la versión en cuero de la felicidad). El tema por excelencia en este caso, según mi humilde opinión, es el de MC5. Ya desde el momento en que escuchamos el Kick out the jams motherfuckkeeeeer!!! un parásito se instala en el lóbulo frontal, se transporta eléctricamente hasta el cerebelo, nos hace perder la coordinación motora, tenemos que saltar, arrojarnos desde terrazas a piscinas, mear en adolescentes borrachamente dormidas en fiestas de quince, vomitar de felicidad desde el balcón para descapotables estacionados. No creo encontrar una canción que concentre de mejor manera la herencia dionisíaca del rock, siendo potencial desencadenante de esas euforias que duelen al día siguiente, adentro, arriba y abajo.
Hay gente que no puede separar la concepción misma de felicidad de ciertas estaciones. La estación elegida par excellence es el verano, aunque ciertamente yo prefiero la primavera. Un tema auténticamente primaveral es When you sleep, de My Bloody Valentine, un tema que puede convertir a los aguijones peludos de los plátanos en un hermoso útero dorado en el que nos quedamos flotando. Ninguna alergia, conjuntivitis o angustia sexual por los escotes emergiendo del frío y la lana del invierno, puede empañar el estado de bienestar que genera aquella ola de distorsión de las guitarras de Fields y la carnicera Bilindia.
Sin embargo hay un tema que sí se escapa del poder concentrador del equinoccio de septiembre, siendo marcado a fuego con el sol del verano, la playa y todos aquellos estereotipos:
Sophie Ellis Bextor es un fetiche, lo sé muy bien. La mina prácticamente no es humana, con una belleza abrumadora que la hacer parecer más un T1000 de porcelana que una mujer de carne y hueso (¡por favor, esos pómulos!). Desde la primera vez que la vi siempre me obsesionó, como una encarnación de algo prefabricado, pero igualmente adictivo, como la última droga sintética. Es imposible no pensarla como el experimento malévolo de un científico británico dispuesto a esclavizar a todo el género masculino. Es de aquellas bellezas tan virginales como malignas que tienen sólo ciertas niponas. Y aún así, cuando uno podría pensar que aquello es algo que sólo queda en un fetiche visual, también sucede lo mismo con la música. Las melodías, las letras, la puesta en escena, la mezcla de los discos, detrás de todo aquello debe haber un equipo interdisciplinario de médicos, físicos, semiólogos, músicos y psiquiatras de Viena, que deciden en coloquios bianuales cómo será el nuevo disco, el vestuario, determinado hi hat en una canción, la forma en que Sophie pronunciará lover, el carmín que usará al pronunciar esas palabras. Todo está medido, y todo sale así de redondo. Es así que no es excepcional que la tipa haya logrado algún que otro tema que logra quedarse enquistado en la mente, que una vez escuchado se introduce mitocóndricamente en lo más profundo de nuestro ser. Siempre consideré a la música de verano (quizás algo despectivamente), como música con la que uno puede imaginarse a una mina caminando por una pasarela. En este tipo de temas, entran como anillo al dedo canciones más bien pedorras como Can’t get you out of my head de Kylie Minogue, pero este es uno de esos extraños casos que zafan. Mixed up world es una canción fresquísima, que puede convertir un 76 repleto de hinchas sudorosos de Rampla Juniors en un oasis de agua cristalina con olor a aloe vera. Es un producto maquiavélicamente pop, diciéndonos Sophie que si nos sentimos medio confusos, recordemos que es un mundo bastante mezclado, y sí, sé que aquello que dice fue posiblemente escrito por cinco cirujanos de lo hip contratados por el sello, y posiblemente nos estén mintiendo, pero es una mentira que me gusta recibir una y otra vez, y sobre todo si viene de la boca de S.E.B.
Otro tema alegre de artesanado perfecto (como si hubiera un arquitecto celestial que definiera la divina proporción de un tema pop), es la canción cantada por ese grupo ficticio llamado “PoP”, creado exclusivamente para la hermosa comedia romántica, “Letra y música”, de la que comentaba en un post anterior. Todo en la canción es ridículamente ochentoso (y si no les parece, fíjense en el videoclip), desde esa intro de sintes, hasta ese látigo digital lleno de reverb que suena en el estribillo, desde la indumentaria llena de volados que lleva de una forma dignamente absurda Hugh Grant, hasta el verso completamente cursi “You are gold and silver” (¿no es mejor que sea de oro y nada más?). Pero al ver ese tema se genera lo que yo llamo el Meat Loaf syndrome: uno lo ve una vez, se ríe, le parece ridículo. Lo ve por segunda vez, sigue cagándose de la risa y se lo muestra a sus amigos. Cuando está sólo, para recordar ese momento gracioso con los amigos lo ve una vez más, y así ad infinitum, hasta que uno se da cuenta que no puede seguir viviendo sin escuchar ese tema una vez más. Efectivamente, el tema se te mete dentro y no te lo podés sacar, y cuando llega la parte del cast en la película y ponen nuevamente el tema, uno se encuentra a un escalón de convertirse en un tarimero con una rutina perfectamente sincronizada para el tema.
No estaría errado si considerara que el anterior tema es inseparable de la película en que está inserto. Efectivamente, eso es lo que ocurre con otra canción que está en el compilado: Whole wide world, de Wreckless Eric. Me doy cuenta que entra entre mis temas más alegres no sólo por la melodía, sino por la escenificación al borde de la conciencia, casi como una sinestesia, de aquel hermoso momento actuado por Will Ferrell y la Gyllenhaal en “Stranger than fiction”.
De la misma manera que uno escenifica con las canciones algunos momentos de películas, es incorrecto pensar que no puede ocurrir con escenas particulares de la vida misma de uno. Ahí la canción entra en un terreno subjetivo bastante difícil de ser trasmitido, ya que alguna persona bastante peculiar hasta podría asociar algún tema de Emperor (los noruegos, no Godspeed) con el dulce recuerdo del nacimiento de su hija o Lady Shoes, de The Jesus Lizard con la primera vez que habló con su novia. En esta camada de temas autorreferenciales encuentro Keen on boys, canción con la que escuchándola en un verano, mientras me bajaba del COT en Mario Ferreira y caminaba hacia la casa de mis abuelos por una calle de Atlántida, sentí un estado cercano a la lisergia, viendo de golpe todo muchísimo más colorido, y un viento fresco proveniente de la playa Eden Rock (playa que queda entre la mansa y la brava), sintiendo una paz que por un momento sentí como una tímida aproximación de la muerte. Además es un temón, hacen un uso de los sintetizadores similar a lo que logran My bloody Valentine o The Jesus and Mary Chain, una piscina de distorsión en la que nos sumergimos, sentándonos en el fondo, viendo el sol pálido y trepidante desde el techo de agua. Además, luego de leer la letra varias veces, no puedo decir otra cosa más que remarcar lo asombrosa que es, la descripción de una noche en donde pasaron cosas que no se podrán repetir, versos que nunca supe precisar por qué me fascinan tanto, como si fuera una confidencia contada entre murmullos por un amigo, “That night I slept on his couch/With my back turned to the wall/Nothing assumed but you know?/You know…"
Con los veranos en Atlántida también asocio a Robyn Hitchcock, al que luego de verlo en ese monumental video que es “Storefront Hitchcock”, lo convertí en una de las deidades más privilegiadas de mi altar politeísta (DEG, dixit). El tipo es sencillamente un genio, y creo que aquel verano habré visto aquellas canciones suyas y sus increíbles monólogos, fácil, unas quince veces. Las ocurrencias del tipo son absolutamente geniales, y las melodías realmente hermosas, para los que no lo conocen, un tipo hermosamente influenciado por Syd Barret, que puede hacer un tema alegre sobre la muerte por cáncer y articular versos como I know who wrote the book of love/It was an idito/It was a fool/A slobbering fool with a speech defect and a shakin' hand/And he wrote my name/Next to tours/But it should have been David Byrne or somebody. Pero sin dudas, el mejor tema de aquella presentación es 1974, un glosario de pequeños detalles de aquel año, un compendio de particularísimas memorias que, curiosamente, se acoplan al método de asociaciones que vengo haciendo en esta lista de temas. Caminar con 1974 enchufado al oído es algo que se siente cualitativa y hasta geográficamente diferente. En cuatro minutos uno entra y sale de ese año, sin poder evitar alguna que otra secuela. (You've got hair in places/Most people haven't got brains/Ooh).
Como venía diciendo con 1974, hay música que se nutre recíprocamente con el acto de caminar. En el caso de Motoraway, tal como lo indica el nombre, el efecto se logra con los viajes en automóvil. El viaje como acto de desprenderse de todo, no solo de las cuestiones materiales, el abandonar no sólo lo malo, sino lo que parecía prometedor y nos garantizaría un mejor vivir, esa escisión radical del mundo, más que sentirse angustiosamente forcluida, se transfigura en una hermosa calidez en el pecho, en la cual ya podemos ser nosotros.
When you motor away beyond the once-red lips
When you free yourself from the chance of a lifetime
You can be anyone they told you to
You can belittle every little voice that told you so
And then the time will come when you add up the numbers
And then the time will come when you motor away
Oh, why dont you just drive away?


Pollard es un genio. Punto.
El otro tema de ruta por excelencia es Ruta a 80 de Jaime sin tierra, la canción más pacífica que se pueda haber compuesto, una canción tan pacífica que podría curar quemaduras de tercer y cuarto grado, de poner los parlantes a sonar cerca de la zona afectada. La descripción de lo que se puede ver desde la ventanilla de un automóvil a 80Km/hora, es de los paisajes más placenteros que se pueden haber compuesto en una canción pop, sencillamente describiendo el entorno, casi sin enarbolar metáforas o alusiones al propio campo subjetivo del recitador, una descripción objetiva, descentrada, que desde su sencillez cala hondo en un terreno generalmente viciado de temas empalagosos o sobreexcitados.
Finalmente, están esos temas que sencillamente tienen, más allá de las palabras y las circunstancias en que uno la escuche, una melodía hermosa, en los cuales la felicidad irradiada es prácticamente un hecho material, científicamente comprobable. Tal es el caso del tema de los simpáticos galeses Gorky’s Zygotic Mynci, así también como #41 de Dave Matthews Band, tema el cual a mis dieciséis años creía la expresión más diáfana que podía haber del amor.
Finalmente, Ceremony, increíble pensar que aquellos pibes de Manchester tiempo atrás hubieran compuesto temas como “The eternal”, o “Atrocity exhibition”.

Monday, November 26, 2007

Escopofilia II : vhs, dvd, cable, e-mule
Hace unos días estuve por comprarme vía Amazon un libro de Thurston Moore que trataba sobre la generación casete, ese objeto que hoy en día es prácticamente un último vestigio de una civilización perdida. En realidad nunca le tuve particular aprecio a los casetes, siempre supe que en algún momento iban a ser ampliamente superados por otra cosa. Más allá de eso, tuvieron su impronta en mi pasado, cuando me armaba diferentes compilados que conservo aún en día, o como cuando grababa con técnicas de espionaje dignas de la KGB algunos toques y conciertos a los que asistía (sólo después de un tiempo me di cuenta que eso de ir al baño del bar y colocarse un microscópico micrófono por debajo de la ropa era un esfuerzo más bien innecesario). A mi quince años, sólo eran unos pocos los que tenían una grabadora de cd’s, artefacto que era ansiado y venerado por nosotros, púberes, como si fuera la piedra filosofal de Flamel. Incluso, eran pocos los lugares en donde se podían conseguir juegos de computadora truchos, siendo Low Cost (av. Brasil y no me acuerdo qué otra calle), la versión en local de Ciudad del Este. Entonces, sí, no había otra, a los casetes entonces. Aún así, gran parte de nosotros sabíamos que aquel artefacto le quedaba poquísimo tiempo de vida, ante toda la magia del cdr y el dvd que se empezaba a hacer ecos desde la cueva tecnológica que se encontraba todo Uruguay.
Cuando hablo de casetes, también me refiero a los videocasetes, artefacto que está sucumbiendo al mismo destino que su versión de audio. Incluso, hace unos meses se me rompió mi videocasetera y anduve buscando un lugar donde comprarme una nueva, y me percaté de que no sólo en general no se hacen más, sino que también salen bastante más caras que los reproductores de dvd. Aún así, con las videocaseteras tengo otro tipo de aprecio, principalmente porque todavía en estos años hay algun material que se puede conseguir exclusivamente en este formato, sobre todo si hablamos de cinemateca, cuyo recambio generacional ha sido un poco más lento que el de otros videoclubes. Los videos de cinemateca, esa es otra cosa. Si bien ya desde la primera vez que vi Stalker me fascinó, no fue hasta después de haberme comprado el dvd, que logré apreciar lo grandioso que era el film en cuanto a su fotografía. Sin dudas, hay algunas películas que ha sido pergeñadas para ser vistas en cine y cualquier adaptación, por más salomónica que sea la decisión, es un auténtico asesinato. De cinemateca recuerdo también intentar ver “Detrás de un vidrio oscuro”, con las subtítulos blancos camaleónicamente emplazados justo sobre el suelo de la isla en que vivía y filmaba la mayoría de sus films Ingmar Bergman, un suelo y un cielo más blanco aún que el de las letritas (y digamos que no manejo el sueco muy bien). También recuerdo ver “La batalla de Argel” sin ningún problema, hasta que en los tres minutos finales el tracking me tendió su más traicionera emboscada, teniendo que poner pausa en cada parlamento para poder leer entre la estática los subtítulos, como si fuera Jean-François Champollion intentando descifrar qué fue lo último que se dijo. Y después está la peor de todas, mi inocente involucración en el asesinato de los siete samurais: sí, a todos los socios de cinemateca que se frustran al recibir la noticia de que ya no hay copia en vhs, fue mi videocasetera la que mató a los siete samurais, como las manos de Átropos cortando la cinta de su vida.
Aún así, ya el síndrome de los ocho años se empieza a percibir, y los casetes se están convirtiendo (como en el caso del Zárston) en un auténtico objeto de fetiche (el otro día estuve a punto de comprarme en el centro una versión del Goo en casete, así que uno nunca sabe). Hoy en día, sin embargo lo que manda es el e-mule, aspecto de la internet que junto con el YouTube está tirando abajo toda aquella concepción de la caja boba y los televidentes como meros receptáculos pasivos del material audiovisual, ya que por fin, uno puede elegir qué ver (o al menos yo). Todo esto es una pequeña y colgada acotación a las críticas a cuatro películas que vi en cuatro formatos distintos: The Aristocrats (cable), Punk:Attitude (dvd), Orfeo Negro (vhs) y Speaking for trees de Cat Power (e-mule –ya sé, eso no es un formato)

CABLE: The Aristocrats (Paul Provenza)
La idea es sencilla, quizás demasiado sencilla:
Decenas de comediantes hacen su propia versión sobre un mismo chiste.
A casi nadie le parecería material para hacer un documental de alrededor de noventa minutos, sobre todo porque existiría la idea de que a la décima vez de oír el mismo chiste, la cosa dejaría de ser graciosa (y es algo que ni siquiera una trouppe de comediantes como George Carlin ni Jason Alexander -para la muchachada: George Constanza- podría remontar). Sin embargo, es un chiste con una base bastante definida, sobre la cual cada uno puede improvisar, como una dimensión del chiste en su forma más jazzística. Incluso, uno se da cuenta de que el chiste no tiene la construcción típicamente orgásmica del humor: una narración que va in crescendo hasta el climax en donde se juegan los boletos de hacernos cagar de la risa o dejarnos completamente inertes. No, para cuando llega el final (que sí es importante, pero que no tiene muchas variantes) uno ya ni siquiera le importa, el desarrollo es tan intenso que poco importa cómo termine.
Ahora bien, el chiste no sólo no es normal en su estructura, sino en su temática. La cosa es más o menos así:
Un tipo entra a la oficina de un buscador de talentos y dice: “tengo un gran número que les va a encantar”, el buscador de talentos, medio displicente le dice “¿What you got?” Y entonces el tipo le dice que es un “family act”. El ejecutivo le pide que prosiga y ahí el tipo empieza a relatar un espectáculo en el que “Saló o los 120 días de Sodoma” parece una película de Julia Roberts. Y cuando digo que el acto es jodido, me estoy refiriendo a algo realmente jodido: sodomía, cropofagia, incesto, fistfucking, lluvias doradas, mutilaciones, pedo-necro-zoo-geronto (filia), la que usted le guste, y así, ad nauseaum hasta donde al comediante se sienta satisfecho. Luego de explicar con total naturalidad toda esa atrocity exhibition, el busca talentos, horrorizado le pregunta (solo por llenar el aire viciado de perversión) ¿y cómo llamas al acto?, y el tipo responde “The aristocrats”.
Sí, lo sé, nunca fui un gran contador de chistes, puedo sacarle risas a la gente, pero con la estructura del chiste tengo menos swing que bailando salsa. La idea es esa, un acto terrible impactando, colisionando con el título tan irreverentemente inocuo del acto. Pero sin lugar a dudas lo que hace al chiste es quiénes lo cuentan. En cierto modo me recuerda algo de lo que venía hablando con pez rabioso hace unos días, terminando por decirme algo como “vos tenés a Bob Dylan tirando veinte mil palabras por verso en Subterranean Homesick Blues, pero si agarrás a una persona cualquiera, lo más probable es que haciéndolo se parezca a un retrasado mental”. Precisamente, podría hacer resucitar a Sade y a Leopold von Sacher-Masoch (en serio) y hacerlos trabajar juntos para escribir el cuento más inmoral, asqueroso y violentamente perverso de la historia, y posiblemente no nos harían reír de la manera que lo logra George Carlin o Sarah Silverman. Sí, en la risa que nos genera hay mucho del placer de no tener en el mero oír que cargar con el bagaje culpógeno de la descarnada dimensión del acto (después de todo, es sólo un chiste), de poder ser el personaje más sádico del mundo por unos minutos, pero hay algo en la ejecución que es una rúbrica personal inimitable y en la cual se encuentra toda la esencia del chiste.
El chiste puede demorar lo que uno quiera, desde minutos a una hora. Sólo hay que acordarse de dos palabras: The aristocrats. Son esas dos palabras, el resto (una de las pocas veces que no siento ataduras al decirlo) es completamente libre. Es interesante ver la escalada de obscenidades hasta imposibles: ¿cómo pueden darle a una madre el hijo, el abuelo, el padre y el perro al mismo tiempo? ¡Es ergonométricamente imposible!. En el documental hay largas disertaciones sobre si es mejor comenzar o terminar con las heces, hay incluso toda una colección de neologismos que podrían competir con la glosolalia de Tolkien. Incluso luego del film se me ocurrió escribir mi propia versión del chiste, de la manera más purpúrea y escatológicamente violenta que mi mente fuera capaz de producir, y extrañamente me sorprendí a mí mismo de lo que uno puede pensar si se lo propone. Acá es donde pondría originalmente mi versión del chiste, pero pensándolo bien, por el momento me abstengo y sigo haciéndoles creer que soy una persona decente. Resumiendo todo esto, el documental nos tira al verdadero y encantador espanto del verbo en toda su supurante carnalidad imaginada y temida.
El film nos deja en un dilema casi moral, y hasta semiológico se podría decir. Desde términos lacanianos, siendo la realidad (no lo Real) algo construido por las ficciones de lo simbólico (y siendo imposible la idea de la realidad como tal sin esas ficciones simbólicas que la construyen), ¿cuál es el límite para decir que podemos decir todo esto lavándonos las manos del asunto? ¿Hasta qué punto no somos sodomitas o asesinos desde la enunciación misma de estas mismas violaciones que tanto nos divierten? Siendo todo acercamiento a lo Real un movimiento asintótico, ¿por qué es menos real decir, o siquiera imaginar esto, quedándonos tranquilos de que no somos realmente violadores? ¿Hay realmente un límite entre la enunciación y el acto? ¿Hay un acto de por sí?
En fin, son un conjunto de preguntas que me hago cuando veo este film, pero ahora voy al youtube y miro esta versión de Gilbert Gofftried, y Lacan, Zizek, Saussure, Bataille y Derrida se van por el water. Sí, una vez más, me cago (simbólicamente) de la risa.



DVS: Punk:Attitude (Don Letts)
Con tiempo y persistencia terminé por consagrarme como el tipo más complicado de hacerle regalos en mi familia y grupos de amigos. No es que me vayas a regalar algo y te lo tire por la cabeza, o que ponga cara de asquito y te diga que lo importante es la intención. Ni siquiera es que realmente me disguste el regalo (es difícil disgustarse con algo que, en el peor de los casos, se puede prescindir o deshechar). En realidad soy bastante bueno en eso de la empatía y los usos sociales. Aprecio los gestos de todo tipo, aún así me regales “El manual del guerrero de la luz” de Paulo Coehlo, como medio de encontrar un nuevo camino en mi vida. Pero ahora sí, si realmente te importa que me guste el regalo, ahí sí que la tenés complicada. Todo en lo que gasto ha sido prácticamente lo mismo desde mis quince años: compact discs, libros, vinilos, discos compactos y cd’s. Cada tanto me pego una visita a Buenos Aires y me desvalijo la Bond Street, pero de ropa, prácticamente lo único que gasto es en camisetas Hering para estampar otros dibujos sobre ellas. El problema es que no soy fácilmente encasillable en prácticamente ningún género: me gusta el jazz, pero no cualquier jazz (eso sí, jazz rock no), me gusta New Order, pero por ahí me salís con un disco de Erasure y lo más probable es que lo use más como cuchillo de untar que como disco compacto. Mi madre ya se dio por vencida y cuando se va a Mexico directamente me pide una lista de las cosas que me podrían interesar que me trajeran de ahí (en lo que se refiere a material musical realmente no se pueden negar las ventajas de ser un país vecino de Estados Unidos).
En fin, mi novia estaba en una situación bastante complicada cuando cumplimos tres años. Yo ya le había regalado un baulcito, de esos bastante rústicos y de madera oscura, el cual en el mismo momento de “abonarlo” tenía la certeza de que le iba a gustar. Según me contó unos días después de la fecha, el día anterior a la misma anduvo a la deriva por 18 de julio, sembrando el terror cual vikingo en varios locales de música, probando decenas de discos en estaciones de prueba, preguntando y solicitando asistencia, quitando y mezclando los discos de lugar. Incluso llegó a la tienda Rarities (una tienda en la que todo uruguayo melómano reconocerá por los delirios persecutorios de su dueño), dando vuelta casi literalmente el lugar, y casi comprando un disco de Lou Reed que, cuando le estaban haciendo la boleta, se dio cuenta de que salía mil pesos. Ya desesperanzada, la gesta cuenta que mi novia llegó a CD Warehouse del Gaucho, donde terminó optando por un DVD del cual tenía serias dudas sobre si me iba a gustar o no. Todo esta epopeya terminó por confirmar la regla de que María es la persona que más me conoce en el mundo. Dudando, dudando muchísimo me entregó el regalo envuelto en un sobre que no tardé en romper (sí, soy de los que rompen los sobres), y ahí me encontré con Punk:Attitude, un documental que había visto apenas un poco en MTV y que estaba a punto de bajármelo por el e-mule. Acá meto un copy paste de un comentario mío en dragonlieder: “Hace un año recibí una buena sorpresa de un medio del que ya hacía mucho tiempo que había dejado de esperar algo: estaba viendo MTV y de repente aparece un documental llamado "Punk:Attitude". Lo primero que pensé era que todo iba a ser un pequeño racconto de bandas obvias con la excusa de mostrarte el último tema de Avril Lavigne, o (algo un poco menos decadente) una historia en la que todos eran hippies hasta que apareció Johnny Rotten y se pudrió todo, similar a lo que se suele pensar de Nirvana, como algo creado por generación espontánea. Muy diferente a lo que pensaba, fue un documental con interesantes invitados y con la mención de bandas que casi nunca habían sido siquiera pronunciadas en aquel canal: material audiovisual de concierto con Alan Vega dándose en la cara con un micrófono, los Screamers, DNA, Theoretical Girls y ese gran entrevistado que suele ser Glenn Branca(…)”. A cada rato uno piensa que se van a olvidar de alguien, y entonces aparece, quizás cayendo en un efímero namedropping, pero mencionado al fin. El documental tiene tremendo ritmo y prácticamente no te hace llevar ningún disgusto. Igual queda claro que es un documental semi introductorio, a muchas bandas se le dedica cierto tiempo y luego prosiguen con otras. Por ahí, la única cosa objetable que se me ocurre es que es un documental mucho más estadounidense que europeo, en el que parecen estar cumpliendo cierta deuda con el Reino Unido, vía Sex Pistols, y que luego mencionan muchísimo menos en comparación a Nueva York o Los Angeles mismo. Esto se ve en el hecho de que el post punk es prácticamente pasado por alto (de Joy Division tenemos apenas una mención, y PIL no recuerdo siquiera que hayan sido comentados). Por supuesto, en toda construcción siempre hay un juego de invisibilidades que permite salir a la imagen del fondo (pah, me parezco a un psicólogo social), siendo bastante justificable el asunto. Creo que la banda ninguneada en el documental es Pere Ubu, banda inclasificable por no ser punk propiamente dicha, y en todo caso ser postpunk habiendo sido pergeñada antes de que el movimiento en Nueva York tuviera verdadero nombre. Es decir, es una banda postpunk antes del punk, algo que en el fondo no es más que onanismo terminológico, pero que intenta de explicar lo innovadora y poco encasillable que es la banda de David Thomas. En una entrevista que leí hace un tiempo se le pregunta:
“-Do you see the punk movement as positive, apart from the unfortunate racist minority?

-No the punk movement was a conservative and corporate-oriented affair whose sole object was to divert rock music from the serious goals of what was called the new wave in 1973. That term was later co-opted to mean the same as punk. Punk had at its root the notion that rock music should only serve to sell blue jeans and promote simplistic (commercial) solutions”-. Pucha, eso también habría estado bueno de incluir en el documental.
Lo genial de Punk:Attitude fue que creó una diáspora de otras cosas que me terminé bajando o escuchando, como el libro “Please kill me” y algunos varios documentales como “American Hardcore” y “The decline of western civilization” (que junto a “Urgh!” y “Another state of mind” debería dedicarles un post completo).
El momento que más me impactó, sin lugar a dudas fue una presentación de Patti Smith cantando “Land”, sobre todo en la parte que canta “when suddenly he gets the feeling he’s been surrounded by horses, horsem horses”. Una pequeña confesión: nunca había escuchado seriamente a Patti Smith. Son increíbles aquellos momentos en donde uno viendo algo apenas unos segundos, se da cuenta de que ese “algo” será una parte muy importante de su vida. En efecto, desde el mismo momento en que esuché ese tema de la señora Smith, supe que sería una de mis cantantes femeninas favoritas. Es en esos momentos en que uno se pregunta qué estuvo haciendo todo este tiempo.


VHS: Orfeo Negro (Marcel Camus)
Más allá de que siempre hubo algo que mi impidió encastrar bien con la cultura brasileña, como si fuera una ficha de otro puzzle tratando de entrar a la fuerza en una fotografía del cerro de Corcovado, siempre me interesó ver esta película. Hubo varios malentendidos entre medio, pensando en principio que se trataba de un documental de las tradiciones afrobrasileras y alquilando por equivocación Orpheé de Cocteau (una hermosa equivocación, he de decir). Después, unos meses atrás había efectivamente alquilado la película, pero por un problema que involucraba a los cabezales de la videocasetera (el eterno karma de cinemateca, com venía diciendo arriba) tuve que devolver la película sin haberla visto. Fue así que tras muchas tentativas finalmente vi Orfeo Negro.
El film fue dirigido por Marcel Camus (otro de los errores: al principio me habían dicho que la película había sido dirigida por el padre literario de Meursault), pero con bastante guita y equipamiento puesto por Francia y Alemania, tanto que en el Oscar ganado como Mejor Película Extranjera, la película fue catalogada como película francesa (algo que me parece más bien ridículo). A su vez, la película era originalmente una obra dramática compuesta por Vinicius de Moraes, llamada “Orfeu do Carnaval”.
La película es una versión del mito de Orfeo (dios griego de la música), que con su lira encanta a todas las mujeres, pero que se enamora perdidamente de Eurídice, la cual es buscada por Hades para traerla de nuevo a su reino. Estoy en la disyuntiva de contarles cómo sigue el mito, porque efectivamente es lo que sucede en el film… pero bueno, la historia cuenta que el dios de la muerte logra secuestrar a Eurídice. Orfeo, lira bajo el brazo, desciende a los oscuros terrenos para volver a su amada a la vida. El final de la gesta, según lo cuentan los griegos, es más bien trágico, teniendo dos versiones igualmente jodidas para el pobre Orfeo (uno en que es despedazado por las ménades, otro que es despedazado por el pueblo: usted elija).
Siempre me sentí atraído hacia las adaptaciones libres, incluso los sencillos guiños a otras producciones que pueden aparecer en desde Seinfeld hasta alguna película de Brian de Palma. La adaptación del mito de Orfeo tiene grandes momentos (advierto, acá se abre el momento en donde comento sobre algo de lo que prácticamente no tengo puta idea: el Carnaval de Brasil), primero por el hecho de tratar a Orfeo como el cantante principal de una scola, venerado por todo el pueblo, fetiche de todas las mujeres, después pasando por Hades vestido con un disfraz de calavera, como un glóbulo negro navegando confundiéndose en el desquiciado torrente de las vedettes y los carros. Creo que en lo que le emboca de Moraes y Camus es en el hecho de lograr mantener el aire mítico en la película, sin terminar dejando a los actores como meros portavoces del “texto” griego. Posiblemente, este éxito está bastante sostenido en el hecho de haber recurrido de una manera bastante neorrealista a actores poco experientes, gente perteneciente al mismo ambiente que se intenta recrear, y que logran dotar al film de una naturalidad completamente lograda. Especialmente, los dos niños que le roban la guitarra a Orfeo para hacer levantar al sol (Apolo), junto a la niña que baila en la escena final de la película, están absolutamente geniales. El mejor momento de la película es, sin lugar a dudas, cuando se hace el paralelismo de Caronte, barquero de la laguna de Estigia (la laguna que conduce al reino de los muertos), con un sereno de un menoscabado edificio de gobierno. Orfeo busca la manera de volver a la vida a Eurídice, y se encuentra en este edificio lleno de papeles. En bodegas, en cuartos, en oficinas, en el suelo: papeles. El sereno intercede y le dice que aquel edificio está repleto de archivos y que siguen llegando más, como señalando el absurdo de un depósito babilónico de textos y más textos. Es ahí que Orfeo le cuenta su suerte, y “Caronte” le responde que no puede buscar a las personas en los papeles, que ahí es precisamente donde todos se pierden. La escena, más allá del excelentemente logrado guiño al mito, tiene un contenido político indudable. En efecto, la escena me hizo recordar a la similar escena de Sur (la película argentina de Solanas), en donde muestran un edificio de gobierno cuyos funcionarios trabajan, mueven y depositan los papeles como si fueran palas mecánicas trayendo y sacando tierra en una construcción. Obviamente, en el film argentino hay una alusión sin velos a la terrorífica burocratización en la dictadura, pero en el film brasileño hay una sutileza, un mensaje que precisamente tiene el carácter de aforismo, que eleva la frase dicha por “Caronte” a una dimensión atemporal, y que es una llamativa premonición de lo que ocurriría con toda Latinoamérica a finales de los sesenta.

E-MULE: Cat Power: Speaking for trees (Mark Borthwick)
Cómo quiero a Chan Marshall. Es un sentimiento sincero, realmente quiero a la mina. El otro día mi novia andaba cortándole el pelo a el fino, y mientras hablábamos de los nuevos rumbos de la política económica de la Unión Europea (mentira), en el I-Sat (canal que pasó de ser sede de los más berretas films eróticos franceses a la mejor opción en lo que se refiere a películas de cable) apareció un video de la señorita Cat Power. En ese momento estaba dando el visto bueno sobre el largo del pelo en la nuca de el fino, cuando escucho aquella voz, y me doy vuelta súbitamente hacia el televisor, confirmando que es un videoclip de su nuevo disco “The Greatest”, un disco demasiado alegre para tratarse de Chan, pero aún así con entrañables momentos. Extraña e inesperablemente contento, me acerqué al televisor, instándole a todos para que vieran a Chan, insistiendo en lo bien que le queda ese espeso cerquillo. Obviamente, todos pasaron el tema por alto sin mayor exaltación, pero el hecho de ver a aquella cantante en el cable -algo que me tiene muy poco acostumbrado por la pauperización de MTV, ese canal que nos solía dar música mala, pero al menos música y no programas como Pimp my ride- realmente me alegró la noche. Comentándole aquello a brunomilan, me parece que es algo medio exagerado en tiempos de YouTube, en donde uno puede conseguir prácticamente lo que sea en cuestión de segundos, sin tener que esperar horas frente al televisor para conseguir algo bueno . Sin embargo, ver a Cat Power en la televisión, aún cuando uno la podría estar viendo perfectamente en la computadora, genera un efecto extraño, es algo cualitativamente diferente, quizás porque uno sabe que está ante una excepcionalidad del sistema (frecuentemente orientado hacia productos lobotomizados), un extraño alineamiento de los planetas, un milagro silencioso encerrado en una pecera de plástico.
Esta experiencia epifánica me impulsó a bajarme el video Speaking for trees, un… ¿documental? ¿concierto?, dirigido por Mark Borthwick, en el que Cat Power toca varios temas y unos cuantos covers. No estaríamos frente a ninguna novedad si no fuera por el hecho de que la única intérprete del video es Chan Marshall y todo el video se resume a una misma toma de ella tocando en el claro de un bosque, sin zooms, sin luces, con el sonido de los grillos de fondo. No hay preguntas, no hay acotación alguna de Chan, no hay prácticamente cortes entre las canciones, sólo se encuentra el Poder Felino empuñando su guitarra eléctrica, con un cable prácticamente incorpóreo que se conecta con un parlante fuera de cuadro, con un micrófono que hasta ahora he intentado encontrar infructuosamente en su cabello, en su camiseta remangada hasta los hombros, o perdido entre la cantante y la penumbra (jugando un poco con el título de esa hermosa canción del Darno). Lo que, en sus premisas parece ser un bodrio garantizado (es decir, ¿quién puede aguantar ver a alguien una hora y cuarenta minutos seguidos, en una toma fija y sin ninguna alteración más allá de la luz del día?), termina siendo una experiencia no intensa, pero extrañamente envolvente. Así como es poco probable que alguien se quede viendo Empire los 485 minutos que dura, siendo este un caso mucho más potable, aún así es difícil imaginar que alguien va a ver esta presentación íntegramente. Creo que esa tampoco es la idea. La primera vez, vi aporximadamente una hora, una hora de Chan tocando la guitarra, una Chan que por momentos la pifia, y que incluso llega a cortar un tema y retomarlo a los segundos para rascarse una picadura de mosquito reciente. Como lo había dicho en un anterior post, Cat Power es la honda búsqueda de lo eterno en el minimalismo, o más precisamente lo austero, una austeridad que tiene que ver con todo menos tosquedad o cualquier cosa que se asemeje a poca delicadeza. Hay una canción en particular en que Chan viene desde el interior del bosque hacia la cámara, entonando entonándola a capella, como quien canta caminando y taconeando en la calle, sin esperar que nadie lo escuche. Cuando va a pasar por encima de una rama corta momentáneamente el canto, y luego prosigue. La forma en que canta el tema, sin intentar lucirse, sin intentar demostrar nada, es de las cosas más reales, menos impostadas que he oído o visto en mi vida. Precisamente, si hay algo en lo que triunfa Mark Borthwick, es en hacernos creer que estamos por fuera de la conciencia de Cat Power, como si fuésemos un voyeur, un pequeño animalito del bosque observando a aquella mujer desde una distancia prudencial. Creo que es algo que precisamente intentó (no tan exitosamente) hacer Gus Van Zandt en esa película tan injustamente odiada que es The last days. Precisamente, en el film de este director se intentaba llegar a excarvar en la intimidad de uno de los personajes más vapuleados por su dimensión épica en la historia del rock. Si bien la película del estadounidense llega a grandes momentos, como bien deg señala en la escena del tema Death to birth y la escena en que el Karco se pasea por esos hermosos bosques de Seattle (¿un guiño a una vuelta al primitivismo?), no logra llegar al nivel de intimidad que sí extrañamente logra este video de Cat Power.
Inevitablemente terminamos desviando nuestra atención hacia otro lado, pero precisamente en ello se encuentra una de las claves del asunto. Puse el video en la computadora mientras estudiaba para un examen, y cada tanto daba vuelta en la silla giratoria, y ahí estaba Chan, tocando su guitarra, sin darse cuenta de que la estaba observando. Pasaban los minutos y me daba vuelta otra vez, esperándola agarrarla desprevenida, pero aún seguía en escena, esta vez tocando por segunda vez una hermosa versión de Rebel Rebel, viendo cómo lo único que cambiaba de posición eran las nubes y la luz del día, aproximándose eventualmente todo hacia la noche, en donde el sonido de los grillos llega a desafiar la audibilidad de la guitarra. Cuando llega la noche no hay luces, ni un efecto de cámara NighVision, prácticamente es imposible a Chan, pero ella prosigue tocando sus temas como un espíritu del bosque. La abstinencia del director a participar de la película logra que lleguemos a un contacto de uno a uno con Cat Power, y hay un doble movimiento extraño: por un lado, la vuelven en lo único del film, no podemos desconcentrarnos con nada, pero por otro, las tomas de Chan se ven ligeramente lejanas, su rostro no se ve algo difuminado, sus ojos están acortinados tras el legendario cerquillo. Es como si en esa soledad Chan perdiera su individualidad y se fundiera en el entorno.
Y uno sigue con sus cosas, pero si vuelve la vista a la computadora, Chan Marshall sigue ahí, y esa constante e imperturbable presencia genera una extraña sensación de estar adentro del film, de no poder salir de la película, una sensación extraña que se potencia si uno se acusta a dormir con el film corriendo, sintiendo como si se hubiera ido de campamento con Chan. y ella saliera de la carpa en el medio de la noche, poniéndose a tocar la guitarra en el fogón, mientras uno tiene demasiado frío para salir del sobre de dormir