Friday, October 26, 2007

13
Dicen que son once pasos, pero en momentos como esos, son los once pasos más cortos que un hombre haya podido dar.
Es la última chance, se sabe que si la proyectil no toca la red será el fin, el acabóse de toda esperanza futura, la bala que hace que gane la casa en una partida de ruleta rusa, el error de cálculos que hace que tu auto siga en la ruta o caiga por el barranco. Toma la pelota, la coloca en el círculo de cal, hace un pequeño pozo con los tapones de aluminio. El brasilero se mueve de derecha a izquierda, aleteando sus brazos como un ave anfetamínica. Ya atajó uno, y queda sólo éste, la diferencia entre la prolongación de la angustia o la victoria definitiva, jugada en los centímetros que separan a sus guantes de goma del cuero amado.
El silencio invade la casa como un gorrión que se da contra los vidrios. Todos permanecen con la vista prendida con sus garras sobre el televisor, escuchando como un vago murmullo las palabras estúpidas, nimias, sudadas del comentarista, las cuales son absorbidas, deglutidas una y otra vez por cada cuadro, cada toma de aquel hombre con el 13 en la camiseta, sus patas de garza retrocediendo cuatro, cinco pasos. El silencio es más denso que la simple ausencia de sonidos, porque todos están y no están, porque en ese momento el mundo y el tiempo patinan sobre hielo fino, y porque saben que el que patea no es otro que el 13, y saben, sí que saben, lo que significa que patee el 13. Agustín mira la televisión y se dice que no, que esta vez no lo va a hacer. Tratando reconocer rostros en las pintas blancas de las baldosas de la cocina, puede creer en aquello, pero luego mira el rostro del 13 y una risa se le dibuja en la cara, sin saber por aquel primer plano hacia quién va dirigida. Risa sudada, de bincha, rulos y barba recién afeitada, se ríe de nosotros, de ríe de mí. Es ahí que Agustín piensa seriamente que es posible que se repita la escena de tres años atrás, la herida de muerte que dejó al 13 y a todo su equipo en terapia intensiva, como un suicidio tan poco premeditado como mal ejecutado. Lo recuerda, el minuto 92’, el penal, la carrera del 13, la pelota arrojada suavemente al centro y la inmovilidad del arquero, agarrándola como si fuese un gorrión amaestrado posándose en sus manos. Y después, sí, el pitazo final del árbitro, sus brazos primero hacia adelante y luego como lanzas al cielo, la última esperanza de empatar el partido destruida como un árbol de navidad en febrero. Y por todo esto mira de vuelta al 13 y piensa que no, no se le va a ocurrir repetir aquello, pero en la cornisa el asfalto parece cada vez más cercano. El juez pita, es ahora. Emprende la carrera, uno, dos, tres pasos, no, no lo va, no lo puede hacer. Los Adidas blancos tocan la pelota y todos están atragantados de saliva, cortisol, cerveza, empanadas y muerte, porque todavía no se sabe la dirección del proyectil, no se sabe las intenciones del arquero, el fino capricho de su cadera, las piernas y sus manos. Agustín piensa que el 13 en otra vida habría sido un gurka, un duelista vaquero, un gladiador o un samurai, y en ese preciso instante pasado y presente se funden en una misma pasta dulce que se amontona entre los vasos capilares de los que están frente al televisor.
No, no lo va, no lo puede hacer.
La pelota se desprende del cuero sintético que envuelve el pie, y en ese momento el 13 también está entrando en el coliseo, saludando con su yelmo bajo el brazo a la multitud, al gran jerarca de toga y su esposa que secretamente lo desea en sueños de uvas, mármol y sudor. Y al mismo tiempo también está girando el tambor frente a unos vietnamitas que ponen su dinero en mesas que sudan sangre y alcohol, sintiendo el frío del caño en la frente, sabiendo que eso es lo único real que hay en este mundo. Y la pelota sigue, y Agustín piensa que el 13 no nació para vivir en estos tiempos, y con la pelota en el aire, aún a centímetros de su pie, lo único que puede ver son las fauces de los leones, el presionar del gatillo, la sangre derramada en la pared y los gritos amarillos festejando el resultado, el tora tora tora del aviador en caída libre hacia el portaaviones.
Y entonces la profecía se cumple, el loco la pica, sí, después de la terrible experiencia anterior, el loco la pica de nuevo. La pelota está en el aire y el golero duda por un segundo. Todos en la casa se levantan de las sillas hasta quedar casi hincados, y sin saberlo se dan cuenta, deciden que todo lo que se podría hablar del alma, sobre Dios, sobre la ciencia, la dialéctica, el ubermënsch, el noúmeno, el arte, la libertad o el Maracaná era mentira, y poco importa cómo siga la tanda de penales, si después otras pelotas dan en el travesaño o a las manos del arquero rival, si el equipo eventualmente pierde ante los otros (mucho más experimentados para tales circunstancias), porque lo único real, lo único que existe ahora es la esfera de cuero, los cien metros cúbicos de aire que la separan de las manos del arqueo o la red, la decisión del 13 a arriesgar todo lo que tiene por una motivación que está más cerca del arte que del capricho. 13, el loco, se arroja a los abismos para que nosotros veamos si puede volar o estrellarse contra el asfalto. Y el loco la pica, y el golero por fin se decide, volando el proyectil lenta y suavemente hacia el centro del arco.
Y es gol.


Momento: minuto 07:40,
(Discúlpenme por los comentaristas mexicanos, es lo único que pude conseguir)

Thursday, October 18, 2007

Esculpiendo canciones: Mis 20 videoclips favoritos
El primer videoclip (por llamársele así) que vi en mi vida, o al menos el primero que recuerdo, fue All you need is love de los Beatles, en una propaganda que creo que pasaban en el canal 10. En él los pibes del Liverpool sencillamente jugaban en la playa, y yo por alguna razón creía que aquello había sido filmado en la playa Ramírez (sic) en alguna visita que yo creía que los tipos habían hecho a Uruguay. Debería tener cinco años, y a mí todo lo que tenía que ver con personas humanas en la pantalla poco me importaba, prefiriendo infinitamente los dibujitos, incluso en las secciones de canto y coreografías milimétricas aparentemente espontáneas, detalle que ya a tan temprana edad me parecía bastante sospechoso y ridículo.
Si se trazara un corte longitudinal de mi niñez, posiblemente la música no habría de ocupar un sector importante, y mucho menos lo que hoy puedo considerar como “buena música”. Vamos a ser claros, no vengo de una familia de músicos, e incluso mi padre tiene lo que a mí me parece un gusto terrible, pudiendo encontrar en su discoteca discos de Cheyenne, Shakira, La cuarta estación y mucha, mucha música mariachi (sí, así de mal la cosa). Mi madre tenía un gusto radicalmente mejor, aunque fue recién en mi pubertad que decubrí que detrás de la ingenua fachada de aquella mujer que se pasaba escuchando todo el día Mecano, había una oculta fascinación por los Beatles, Beach Boys, Styx y Electric Light Orchestra. Esta disposición familiar traía que en mis años mozos fuera un mero receptáculo pasivo de la música que escuchaban mis padres: para mí, la música era lo que sonaba en la radio del Ford Escort de papá, y a partir de ahí era que decidía cuál eran mis temas preferidos (por mucho tiempo, mi tema favorito de la niñez fue “A matter of trust” de Billy Joel. Fue así que mi segunda aproximación al mundo de los videoclips fue a mis seis años, en mi corta estadía en Japón, donde fuimos a visitar a mi padre, que iba a trabajar en aquel extraño país durante un largo año. Mi madre, grabando el programa “Nochebuena con las estrellas”-rondaba el año 92’- le había hecho una selección de videos (nuevos y no tan nuevos) que sonaban en Montevideo, a modo de hacerlo sentir un poco más cerca de Uruguay, en aquel extenso período de exilio económico (la televisión por cable, si bien no dejaba de ser asombrosa –miré Dragon Ball GT casi seis años antes de que llegara a Uruguay- no se entendía un pomo, ya que todo estaba hablado en Japonés). En aquel video recopilatorio, se podía encontrar desde George Michael hasta Joan Manoel Serrat. A mí me gustaba “La incondicional”, de Luis Miguel, porque te mostraba al cantante como un aviador en ciertas rutinas de entrenamiento (y a los niños le suele gustar eso de los aviadores, los soldados , el honor y todo ese universo facho).
Mucho más tarde, a mis trece años tuve el primer contacto con MTV, siendo “Love Rollercoaster” el primer videoclip que vi, muy entusiasmado por los dibujitos de Beavis and Butthead, que llegaban a ser considerados tan peligrosos como la pasta base por aquel entonces. Entre Raizónika, Conexión (con Arturo), Hora Prima con Ruth (amaba a Ruth) y Alejandro Lacroix conduciendo el Top 20 y Gustock (ese tan genial como divagante programa en que llevaban a estrellas del rock latino a cocinar cosas, como una hamburguesa de cuarenta centímetros de diámetro que hizo Dante Spinetta y Emmanuel Horvilleur), desde ahí todo fue a una velocida vertiginosa. Pronto eran las luchas entre MTV y Telemúsica, luego entre los de la vieja y nueva escuela de MTV, luego el programa 120 minutos (que lo pasaban a las dos de la mañana y yo me desvelaba viéndolo creyendo que ahí iba a poder encontrar las respuestas que no me ofrecía el mainstream), y así, una escalada velocísima en que culmina con el obsesivo hombre desvelado bajándose videos de bandas industriales alemanas que les escribe esto que están leyendo.
En un tour de force sin precedentes, confexioné una lista de mis veinte videos favoritos, los cuales, como deberán suponer, no necesariamente son “los mejores videoclips de la historia”, sino los que más me han impactado a lo largo de mi vida. Me tomé la molestia de permitírselos ver en esta misma página, pero en el caso de que les diga “this video is no longer available”, les dejo el enlace, el cual haciendo un clic en el título del video los lleva directamente al clip de youtube.
Bueno, aquí el conteo:


20-Judas priest-breaking the law (Julien Temple)
Desde que me lo mostró Oldboy en uno de sus comments hace unos cuántos post, de manera metódica y progresiva este video fue comiéndose como enredadera varios terrenos de mi vida diaria. Se podría decir que se generó ese extraño fenómeno de transformarse en mi peor videoclip favorito. Reconozcamos lo tramposo del proceso: uno empieza riéndose del video, señalando todo lo absurdo, lo idiota, lo barato del mismo. Después se lo muestra sus amigos, tiene en él colgado bajo el hombro filosas flechas de anotaciones preparadas, elementos que a una primera vista pueden parecer desapercibidos ante el inexperto ojo de quien nunca antes vio el video. Luego tus amigos se van a sus respectivas casas, y vos ponés el video una vez más para alegrarte un poco el día antes de ir a dormir. Y así, cuando te estás metiendo en la cama, casi sin darte cuenta te percatás de que no podés vivir sin esa canción, necesitás verla una y otra vez, se ha convertido en uno de tus videos favoritos. Convengamos que todo lo que aparece en este video de Judas Priest es tremendamente trucho: el atraco, los métodos, hasta la discordante estética entre los miembros de la banda (tenemos a Bob Halford re emplichado, al lead guitarist con una estética más clásica de heavy metal y los otros dos de la banda, que son como una cruza entre melonitas y cantantes de músicos de ZZ Top). Agregando la brillante idea de robar un banco con las guitarras como verdaderas armas mortíferas (esa falicización de las guitarras hasta su máxima potencia como uno de los trademarks esenciales del metal), no hay nada de coherencia en la narrativa de la historia, es decir, ¿por qué van a robar sus propios discos de oro a un banco, cuando perfectamente los pueden retirar de su cofre fort con unos trámites y sin hacer quilombo?¿Por qué el policía no hace nada y por qué termina tocando una guitarra imaginaria? En fin, un videoclip que brilla por las mismas costuras y sietes sin surcir que se ven en su misma superficie


19-Pulp-Bad cover versión (Jarvis Cocker & Martin Wallace)
Soy de los muchos boludos que cayó en la trampa de Pulp, a mediados del año 2003. Apareció este video en MTV y me dije “la puta madre, no sabía que Pulp era tan importante”. La cosa es así, uno veía el video y parecía que la banda habia logrado congregar para un supuesto tema despedida una cantidad de artistas que haría poner verde de envidia hasta a Bob Geldof. Jarvis Cocker, Elton John, Rod Stewart, Cher, Mick Jagger, Keith Richards, Tom Jones, George Michael, Macca, Jamiroquai, ¡¡¡Meat Loaf!!! Era demasiado bueno para ser verdad. Luego de la tercera vez, aún engañado por las voces demasiado parecidas a los personajes reales, comencé a encontrar detalles que no cuadraban, y finalmente me di cuenta de que eran todos dobles de famosos. Este perverso juego de robo de personalidades, es sin duda uno de los recursos más ingeniosos que haya visto, y sin duda una inteligentísima crítica a esa atrocity exhibition en la que suelen convertirse los fundraising events onda Do they know it’s Christmas, Live 8, Teletón y perversiones del mismo tipo. Presten particular atención a Meat Loaf y Brian May (Jarvis Cocker con una peluca), que están absolutamente geniales.


18-Orbital-The box (Luke Losey)
El video de Orbital toma mucho de films estandartes en cuanto al documento del crecimiento frenético e invasor de las grandes ciudades (por ejemplo, Baraka o Zu Früh, Zu Spät), pero creo que en cierto modo los supera. Lo que llama más la atención es el modo artesanal en que lograron hacer que una tipa se desplazara en velocidad normal en una ciudad donde el vértigo sume todo a su centrífuga voracidad: hacer que la actriz se mueva en cámara lenta, manteniendo posiciones por varios minutos, a modo de lograr el efecto. La sensación alienante de un mundo que parece moverse y crecer a un ritmo desacompasado del posible para un ser humano está muy bien logrado, y realmente logra cautivarnos la imagen de la mujer, como si fuera de esos ángeles de “El cielo sobre Berlín”, caminando serena e invisible entre los vivos. El final del videoclip, con la inscripción “los monstruos existen”, resulta tan críptico como perturbador, porque viendo cómo el progreso nos traga, sí podemos creer que realmente creamos un monstruo.


17-Yeah Yeah Yeahs-Y control (Spike Jonze)
La primera vez que vi Y control de los Yeah yeah yeahs, estaba bastante tomado, en ese punto crucial entre la borrachera y el sueño. Recuerdo haberlo visto con mi novia, y no sé por qué razón generó un profundo sentimiento de terror en mí (tómeselo literalmente, estaba tiritando de miedo, pero a lo mejor sí, el Martini y la cerveza ingerida en cantidades industriales debieron ser cómplices de tal reacción), mirando completamente enmudecido aquellos niños que jugaban despreocupados con el cadáver de un perro y que se desmembraban como mero recurso lúdico. Por un largo tiempo me había olvidado del video, hasta hace poco, que mi hermana compró la colección de videos de Michel Gondry y me volví a encontrar con la fuente de mi malestar. Cuando lo vi por segunda vez, la reacción fue radicalmente distinta: me quede maravillado, completamente atónito con la actuación de todos los niños (que realmente pueden ser oscuros cuando lo pretenden) y una Karen O sorprendente en su capacidad de mimetizarse con el resto de los retoños, pareciendo una niña más (sólo que un poco más alta). Pero detrás de ese tono festivo, ese back to the roots perverso, sí, hay mucha oscuridad, con esa lente un poco opaco y ese especie de casa o garage abandonado donde ocurre la acción, como podríamos imaginarnos la estética de un clandestino video snuff. Mientras que desde Shyalaman muchos tipos se lanzaron frenética y repetitivamente encontrar la oscuridad en la aparente inocencia de los niños, Jonze en este video la rescata, pero en todo su esplendor egotista, festivo, ingenuo y violento que caracteriza al ello en estado puro de los niños a tan temprana edad.


16-Björk-Bachelorette (Michel Gondry)
En el tiempo que Björk y Michel Gondry eran pareja, prácticamente eran insuperables: una fábrica de videos excelentes, entre los que encontramos Human Behaviour, Army of me y Joga. Desde mi punto de vista, Bachelorette es el cenit de aquella capacidad compositiva, el magistral uso de la habilidad narrativa en matrimonio con la imagen y el sonido, algo que sólo se lo puedo llegar a ver a Radiohead. La historia es interesantísima, pero más aún es la puesta en escena, con un escenario artesanal, objetos sobredimensionados y escenografías sorprendentes: Björk encuentra un libro enterrado que comienza a escribirse por sí mismo, se adjudica su autoría y lo publica siendo un éxito de ventas. El suceso es tan inmenso que su editor decide llevar su obra a teatro, en donde se cuenta la historia de cómo encontró el libro, cómo triunfó y cómo se adaptó la obra al formato dramático. Hasta acá todo bien, pero entonces vemos cómo en el mismo escenario se levanta otro mini escenario donde hay gente mirando la obra que se trata precisamente sobre la biografía de Björk y cómo adaptó su obra, y así sucesivamente en un Ouroboros deslumbrante en el que se introducen pequeñas deformaciones: las emociones ya no son las mismas, el libro es cada vez más grande y pesado, cada vez las personas se ven más reducidas. Diferente a un eterno retorno, la rueda se sale del eje, desapareciendo lo escrito y comenzando a todo ser invadido por maleza. El hecho nos desconcierta, pero entonces lo comprendemos, es la naturaleza reclamando su autoría.


15-Aphex twin-Come to daddy (Chris Cunningham)
Sin lugar a dudas Chris Cunningham es un loco de mierda y acá hay un video que podría justificarle al menos tres sesiones de terapia electro-convulsiva en el Vilardebó. Sin dudas, el videoclip más efermantemente oscuro que haya visto en mi vida, desde el scenario típicamente industrial y británico donde toda la acción ocurre, pasando por la misma imagen lisérgicamente distorsionada en el televisor diciendo “come to daddy”, los pequeños niños con el maléfico rostro de Richard D.James y el monstruo que pasa de su estado larvario a convertirse en un mega monstruo, padre de sus demás vástagos que lo llevaron a vida (una historia conceptual que Marilyn Manson trató de crear con su Omega15, sin llegar a acariciar el nivel de excelencia de este video). El personaje del televisor grita “I will eat your soul”, y lo llamativo es que en esos cinco dolorosos minutos que dura el video, al menos nos la toma prestada


14-Chemical Brothers-Electrobank (Spike Jonze)
Los Chemical Brothers, junto con Björk y Radiohead, deben ser la banda más regular en referencia a lo bueno de sus videos. Los tipos deben pensar la música en escenas, quedando lo pictórico indisoluble de lo musical (lo que en su caso no es algo malo, no como en otras ocasiones). De entre muchos videos mucho más espectaculares de la banda, entre ellos la genial y cronométrica Star Guitar, hasta la orgía visual de Let Forever Be, me quedé con este video mucho más austero, pero tremendamente poderoso. Vemos a Sofía Coppola en su mejor actuación (es difícil creer que esta es la misma tipa que actuó en El padrino III), como una gimnasta en una competición liceal. El video en sí es una rutina de gimnasia artística, poderosamente musicalizada por los hermanos químicos. Lo que convierte al video en algo espectacular e inolvidable es la dimensión épica que le extrae sin manierismos a una escena perfectamente plausible y hasta cotidiana: la competencia entre liceos, las envidias en el gimnasio (la chica rubia está sencillamente genial), el sueño de reivindicación. Lo genial de la propuesta es hacernos erizar la piel con esa dimensión épica ya citada (esto se hace más patente en el momento en que Sofía, luego de lastimarse el tobillo, ver a sus padres y decir “Mum…”, pisa fuerte la lona con su pie bendado, en el momento más intenso de la canción), pero sin caer en trascendentalismos ni adornar demasiado el escenario: Sofía Coppola no es precisamente una adolescente despampanante, los peinados tienen una cierta ridícula esencia demodé, los colores son bastante apagados y las gradas no están del todo llenas. La escena final dice mucho, el coach levanta a Sofía en tono de victoria y todo termina reducido a una foto más entre los trofeos de una vitrina en el hall de un liceo, como señalando que lo que puede ser un hecho más en el mundo, puede ser un hito en la historia de una persona, un pequeño paso para la humanidad, un gigantesco salto para la vida de un hombre. Premio a Gondry y a los Chemical, por confiar en su música, más que en vacuos recursos de trascendentalismo iconográfico.


13-Nine inch Nails-Closer (Mark Romanek)
Ya es mucho lo que se ha hablado sobre el video, y sin embargo el impacto es el mismo ya sea la quinta o vigésima vez que uno lo ve. Cuando a mis catorce años vi por primera vez Closer sentí como si tuviera en mis manos un video bondage filmado en los albores del siglo XX. El sucio sepia, el polvo y el cebo de las velas invadiendo todo, las cucarachas de Madagascar, los bizarros artefactos sólo posibles de ser creados por un alquimista que se le fue la moto (imposible no pensar en la cabeza giratoria del chancho), la mujer asexuada, casi anfibia, el mono crucificado (un fino tributo a los cuadros vivientes de Max Ernst), todo genera una sensación sobrecogedora, que se amplifica aún más con los scene missing que invaden el video como manchas en la epidermis de un infectado de viruela. Pero lo increíble del videoclip es lo sexual que sigue pareciendo a pesar de todo este manejo de lo violentamente perverso, como si inconscientemente nos hiciera reconocer la fuerza thanática aguardando entre las grietas del deseo.


12-Massive Attack-Karmacoma (Jonathan Glazer)
Para mí, Karmacoma es lo más cercano que los videoclips han llegado a estar del plástico universo lyncheano (bueno, a no ser Industrial Symphony, videoclip –por antonomasia- dirigido por el mismo Lynch). Cualquier reduccionismo narrativo es una trampa de oso esperando a nuestos pirs entre pinocha fresca, sólo vemos una sucesión personajes desperdigados por distintas habitaciones de un hotel, cada uno más perturbador que el otro. Tenemos a personajes extraídos de las mismas películas del director norteamericano (el barbudo con ciertas reminiscencias a Charles Manson aparece en el mundo delirante de Fire, walk with me, así como también esa extraña forma en que el niño imita al presentador de la tele, tapándose la mitad del rostro remite a otra escena del film). También tenemos al tipo escribiendo interminables guiones a los que su editor (¿el editor interno que todos llevamos dentro?) arroja a una pira ardiendo en su cama, cuyo cabello nos recuerda al Henry Spencer de Eraserhead, y así una plétora de referencias cinéfilas, sobre todo a The Shining, con elementos que se repiten, como el caso mismo de las gemelas al fondo del pasillo, en donde toda la acción sucede. Cada uno de los inquilinos vale su peso en oro, y en lo que en apariencia parecería ser un mero detalle (la falta de la letra K en la máquina de escribir), se convierte en el puente metafísico del video, apareciendo en la mano de una de las gemelas (como un desplazamiento en un sueño), momento crucial en donde se prende la pira censuradora y el ambiente parece subir a tal temperatura que las suelas del zapato del atracador terminan derritiéndose. Y hay mucho más, la puta ajada por los años, escortando a un niño a una habitación para ofrecerle sus servicios y esa escena perfecta en donde el tipo dice “¿Who’s gonna be the bad girl?”, generándose como una laguna entre la pregunta y la respuesta, con el rostro gélido de una de las aparentes prostitutas apareciendo un tiempo después y diciendo “I am”. Y también esa escena inesperada del hilo de sangre recorriendo desde la nariz la blanca piel de una mujer, y así imágenes e imágenes poderosísimas e inesperadas como un uppercut en las pelotas. La escena termina con la frase "All these people i killed... nothing personal(I want to be free, an i am... free", y el lustrabotas que se detiene. ¿Cómo interpretarlo?, o mejor dicho ¿Cómo no caer en subterfugio de interpretarlo como un auténtico aforismo nietzscheano?


11-Henry Rollins-Liar (Anton Corbijn)
Mientras que para la mayoría de la gente que conoce Henry Rollins es ese tipo que cantaba las canciones más intensas de la década de los ochenta con Black Flag, para mi siempre será ese musculoso tipo pintado de rojo que aparece en el video Liar. Desde mi opinión, la performance de Rollins en este video es la mejor actuación llevada a cabo por un músico en un videoclip. Es absolutamente impactante como Rollins confiesa todo lo que confiesa, riéndose, regodeándose en su propia crueldad. La primera vez que vi la canción (cuando no tenía ni puta idea de quien era Rollins), les juro que me creía que era una canción de amor, resultando más impactante aún el súbito cambio de tónica del video. (…)Because everything I say is everything you’ve ever wanted to hear/So you drop all your defenses and you drop all your fears/And you trust me completely/Im perfect/In every way/Cause I make you feel so strong and so powerful inside/You feel so lucky/But your ego obscures reality/And you never bother to wonder why/Things are going so well/You wanna know why?/Cause I’m a liar/Yeah I’m a liar!!!. De golpe el nerd pasado de esteroides hablaba con ojos comprensivos se transforma en una especie de demonio rojizo (el manejo de los colores es impresionante, así como en Mulholland Drive no vi un azul tan azul como en la caja indigo que aparece en la mitad de la película, nunca vi un rojo más intenso como el que baña al cuerpo de Rollins), volviéndose como una imagen catártica de todo lo oscuro que nos muestra el personaje. El musculoso logra resultar absurdamente odioso y despiadado, sobre todo en el momento en que se ríe y dice jajajaja/you sucker, sucker/ajaja, y pudiéndosele notar cómo a medida que confiesa haber mentido, una pintura negra comienza a bañar su rostro y resto del cuerpo. El fondo es igualmente artificial, tal como la buena disposición de Rollins al principio del video. Al final del mismo, sale como si nada de entre los decorados, dándonos cuenta de que todo había sido grabado en un terreno tan árido como las emociones que irradia el clip


10-Pulp-This is hardcore (Doug Nichol)
Para los que veníamos acostumbrados a la imagen de Pulp que venía en “A different Class”, con temas pegadizos y, podría decirse, tan británicos como alegres (supongan, Common People), This is hardcore fue una sudada y gélida cachetada, un piano de cola que sólo podía haber sido grabado en un cuarto húmedo y vacío, lleno de tules negros, una canción tan perversa como un burdel de vírgenes suicidas, que relata la obsesión que una persona puede sentir por alguien, recreando la imagen sexual noche tras noche en su mente, hasta que la situación finalmente se concreta y uno se ve obligado a partir de su situación voyeurista para actuar finalmente la escena (I’ve seen the storyline played back so many times before). Incluso sobrepasando lo visualmente hipnotizante del video (un uso del color sólido que recuerda a los comics noir de los cincuenta o a los mismos avisos de Coca Cola de la época, que ahora nos lo venden en formato cuadritos como lindo implemento de decoración), la escena fundamental es la del baile sincronizado de vedettes (no, no esas grasa de las obras de Sofovich), en donde Jarvis Cocker dice “This is the eye of the store/It’s what men in stained raincoats pay for/ but in here it is pure”. Precisamente, Jarvis está en el centro, en el ojo del huracán, pero es una tormenta que se agita como suavemente como las piernas de una competidora de nado sicronizado, un tornado de plumas azules que sólo acarician y aguardan. Así como decía que el video Closer extrae lo más oscuro y violento del deseo, este regenera el mundo brilloso, suave y aterciopelado de la perversión, la serenidad del voyeur imaginando el momento en que el anhelo se hagar realidad, y el flacucho inglés lo logra increíblemente, tan pasivo como decidido, diciendo “Esto es el final del camino [precisamente, hay un sendero trazado por las bailarinas casi simétricas que conduce a Jarvis, diciéndonos esto completamente sereno] Ya vi el guión/interpretado tantas veces antes”. Y la canción termina, en un zoom out donde todos los actores se quedan viendo la cámara, mientras el hombre que sufrió un ataque cardíaco parece agonizante, sin que nadie pueda brinadarle ayuda. Es un video sobre el fin de la inocencia, darse cuenta de que los sueños cumplidos no agotan el deseo, la epifanía de descubrir que en este mundo todos somos actores que por un momento se creen la película que están actuando


09-Daft Punk-Around the world
El video de estos franceses es el documento axiomático de la perfecta materialización del ritmo en la yuxtaposicón de imágenes y movimiento (fuaaa). Así como en Star Guitar de los Chemical Brothers prevalece esa idea de tratar de crear por medios computarizados un paisaje que simule el beat del bombo, los hi hats y hasta la misma voz, lo que tiene genial Around the world es que si bien no logra a capturar el mismo manantial de elementos que en el videoclip del grupo británico, lo hace de manera artesanal, recurriendo al recurso más primitivo de la materialización del ritmo: el baile. Realmente, lo que vemos acá es un laburo de hormiga, haciendo que las momias se sincronicen con la máquina de ritmos, los robots-insecto con la voz pasada en vocoder, los esqueletos con las guitarras, los sintetizadores con aquellas graciosas mujeres de gorra de baño y el bajo con los hombres microcefálicos. Si la mirada es la erección del ojo (perdónenme por ser tan gráfico), este video es una espesa eyaculación.


08-Richard Ashcroft-Song for the lovers (Jonathan Glazer)
La imagen que todo el mundo tiene de Richard Ashcroft es la de ese tipo que camina chupándole todo un huevo en Bittersweet Symphony (de hecho, yo era uno de ellos), pero en este video, sin lugar a dudas el pibe inglés despliega, más que en ningún otro video, su capacidad de performer, sin siquiera cantar realmente, siendo lo más real y común que puede ser una persona comiendo algo mientras escucha una canción. Hace un tiempo, recordando a Rebella mencionaba que a partir de 25 Watts ningún cordón de la vereda volvió a ser el mismo y cualquier Sunday-afternoon-conversation nos despertaba un nuevo brillo, un consuelo quizás, de reconocer nuestro estado de estancamiento o planamente abúlico como un recurso sobre el que poder reconfortarse y quedar, por así decirlo, continentado. Bueno, con este film ocurre lo mismo, cuando mis padres solían ir a Mexico y dejarme como hombre encargado de la casa, en todo ese desierto post apocalíptico de botellas de cerveza, revistas, discos, ropa sucia y más discos, yo comía de latas de conserva con el torso desnudo y por un momento me sentía Richard Ashcroft, cantando con la boca llena sobre el tema que el mismo compuso. Lo particularmente genial es que Glazer se permitió introducir cortes dentro del mismo tema para realzar eso que por antonomasia llamamos trama, incluso sugiriéndonos un desenlace emocionante que nunca ocurrirá, sepultado por las gotas de meo que caen desde la uretra de Ashcroft hasta el fondo del water, sin apartarnos de un primer plano incómodo, del que podemos extraer poquísima información… Sepultar con gotas de meo, me voy corriendo para AGADU, a mí se me ocurrió primero

07-Live-Turn my head (Para ver el video sólo puedn hacerlo haciendo click acá)
Difícilmente haya un artista plástico contemporáneo que haya podido captar de mejor manera la soledad que John Register. El mobiliario de interiores, siempre profundamente pincelado por una luz casi metafísica, llena a lugares vacíos, pero comúnmente concurridos como diners o lavanderías de extensas sombras. Cromo, vidrio y plástico, las pinturas de Register son las pinturas de las sillas vacías, las mesas con algún objeto que queda como vestigio de gente que vivió en aquellos lugares, acentuando aún más la sensación de aislamiento y soledad del hombre. En resumidas cuentas, es una pintura de lo que estuvo. En este videoclip, la banda liderada por el pelado Kowalczyc por primera vez habita estos lugares de nadie, sentándose por primera vez en las sillas que dejó desperdigadas Register, cerrando las compuertas de los lavarropas que quedaron abiertas, ocupando las pinturas, pero sin alterarlas ni trascenderlas. La letra de la canción tiene profundas raíces religiosas (o más bien místicas)-we came to love you al day/these bastards are leaving/somebody’s got to stay/whatever we call you/it’s just a name-, y de cierto modo, no hace contraste con las imágenes. Son una canción y video sobre el silencio de Dios, sobre la certeza de que nacemos y morimos solos. Así como el bajista se balacea en la silla, cuando termine de caerse, haciendo saltar su reloj vital (el reloj de pulsera que pegua un saltito en la mesa), nosotros ya no estaremos, encontrándonos en el suelo la silla vacía.


06-The replacements-Bastards of young (Desconocido)
The Replacements deben ser de las bandas más simpáticas que hayan pisado la tierra. Eternos borrachos, eternos adolescentes, hay algo profundamente real en cada acorde que suena en el tema, en cada palabra que cuasi-grita con su voz carrasposa Westerberg, una forma de himno juvenil que por su misma fuerza tendría que quemar en plaza pública a toda la gangrena emo que cae sobre la televisión hoy en día. El video es bastante conocido por lo estupefacto que dejaban a la mayoría de la gente que lo veía en el auge de ese monstruo posmoderno que resultó ser MTV, cegados por el nuevo lenguaje audiovisual que iría contaminando los medios publicitarios y el cine en cuestión de unos pocos años. Minimalismo puro, el video es sencillamente la toma de un latiente parlante y un lento zoom out hasta llegar a verlo desde el sillón, donde un anónimo personaje que queda fuera de plano fuma un cigarro, escuchando el tema. Eso. Hasta el más miope fanático de videoclips de Dire Straits podía darse cuenta en aquella época el profundo carácter reivindicativo que concentraba el clip, devolverle su lugar a la música, que iba peligrosamente cediendo terrenos al poder iconoclasta que terminó por desterrarla hoy en día. Pero el video no queda sólo ahí, como un mero experimento ingenioso y contestatario sobre el cambio de lenguaje audiovisual. Trasciende ello y nos habla de algo mucho más íntimo y verdadero: el mismo acto de escuchar música. Nos lleva a la íntima relación con la música que sentimos los melómanos en algún momento de nuestra vida: un tributo al hecho mismo de sentarse a escuchar un tema, poner la púa, esperar que el vinilo se embarque en el mágico mundo de sus 33 revoluciones por minuto, sin hacer otra cosa, sin tener la televisión prendida, sin estudiar ni pensar en otra cosa, sólo con la vista perdida en el trepidante parlante: El perfecto matrimonio de tres minutos y medio entre uno, su cigarrillo y la música.


05-Bob Dylan-Subterranean Homesick Blues (D.A. Pennebaker)
Posiblemente, el primer videoclip hecho y derecho en la historia (no agarrar a cuatro flacos andando en trineo y de ahí hacer un video). No sólo la brillante canción de Dylan (una de las mejores del siglo XX), sino el mismo video de Pennebaker se ha convertido en un documento de la historia y los cambios sociales de los 60’, al nivel de “On the road” de Kerouac, “Aullido” de Ginsberg, o “Easy Rider” de Hopper, Fonda y Southern. Es un videoclip bisagra, no sólo tenemos la letra, hablando de LSD, los derechos civiles y en resumidas cuentas, de toda la contracultura de aquella época, tenemos también a Dylan con las perspicaces láminas (“Suckcess”), con ese rostro monótono, como quien con una navaja te dibuja una sonrisa en tu garganta sin movérsele un pelo, y también tenemos perdido en el cuadro a Ginsberg, esas extrañas inmediaciones del hotel Savoy, en fin, toda una conjunción de elementos de la pop culture de la época sintetizados como ningún otro documento en la historia de los videoclips.


04-Radiohead-Karma police (Jonathan Glazer)
Radiohead es una máquina de hacer videos perfectos, videos en los que hay una comunión insperable entre la imagen y el sonido, videos casi conceptuales pero no pomposos, donde se permite un juego libre con las texturas, los colores y las mismas sensaciones (tan sólo recordar Knives out). De cierto modo, en esta lista debería haber cuatro, o al menos tres videos de la banda (todavía me duele haber dejado afuera a No surprises), pero para hacer la cosa más equitativa, decidí elegir sólo uno, del cual quedó Karma Police. Un videoclip perfecto, con un automóvil autopiloteado, en cuyo asiento trasero se encuentra Thom Yorke displicente, exhausto e inexpresivo, como un mafioso esperando a que se de el golpe que encomendó por teléfono. Pronto, lo que es una pequeña mancha perdida en el horizonte de la carretera resulta ser un gordo tratando de encontrar escapatoria al insomne automóvil que lo persigue a una velocidad prudente, como un depredador que extiende la victoria para disfrutar un poco más de la caza. El automóvil lo persigue, con Thom Yorke diciendo “this is what you get when you mess with us”, hasta que el gordo se rinde exhausto, mira desafiante y saca unos cerillos que los arroja a la carretera, propagando una estela de fuego que se transporta hasta el auto, el cual veloz e infructuosamente trata de escapar de ésta. Pudiendo ser Karma Police la idea de una policía que nos controla aún cuando no está precisamente materializada delante de nosotros –en pocas palabras, la moral-, me parece que el film ilustra claramente el principio del übermensch nietzscheano: enfrentarse a los valores vigentes, destruirlos y crear una nueva moral propia. El problema es que cuando ya creemos haberla vencido, como un archienemigo que siempre logra escaparse para reaparecer en el próximo capítulo, no queda nadie en nuestro auto en llamas.


03-Johnny Cash-Hurt (Mark Romanek)
Nunca fui una persona que exprese líquidamente sus sentimientos, decir que sobreviví a Otaru no haka sin derramar ninguna gota salina, ya me da credenciales de tipo bastante estoico frente a los sacudones afectivos que pueden generar el cine. Y no, tampoco lloré en este videoclip, pero confieso que la primera vez se mi hizo un nudo en la garganta. La canción de NIN apabullantemente interpretada por el señor Cash ya de por sí podría dar una patada al banquito que nos mantiene en pie, pero la conjunción de imágenes de decadencia física y juventud nos terminan de dejarnos en el aire, como el banco del ahorcado finalmente arrojado al suelo. Imágenes de Jesus, un recorrido por los momentos más importantes de la vida de Cash y un pequeño vistazo al decadente mundo del presente de sus recuerdos (la vitrina de uno de sus discos de oro hecha añicos, la cámara captando una naturaleza muerta, dándole un tratamiento al caviar en una naranja más cercano al de una señal podredumbre que al de una de las comidas más lujosas del mundo) y la escena final del Cash que imaginaré por el resto de mi vida, el hombre de negro, la soledad de un hombre y su guitarra en el escenario, todo esto convierte a este video en una de esas escasas obras que por unos minutos nos precipitan al borde de nuestra existencia


02-Pearl Jam-Do the evolution (Todd McFarlane)
Podrá ser acusado de ser demasiado conceptual, pero Do the Evolution, junto con Hurt de Cash, debe ser por lejos, uno de los materiales más intensos en la historia de los videoclips. El genio indiscutible en esta obra es Todd McFarlane, un tipo que ya con Spawn quedaba claro que tenía una imagen del hombre más cercana a la de Hobbes que a la de Rousseau. Las imágenes son contundentes, y están encadenadas con un pulso cercano a la arritmia, como si fuera un pequeño curso de teoría darvinista llevada a sus más oscuras consecuencias. Hay escenas magistrales: los edificios saliendo del pasto de las praderas como violentos partos prematuros, el hombre dándole de comer a su perro pequeños hombrecitos contenidos en una lata, el continuum del totemismo desde los vagabundos hasta el Ku Klux Klan, el gigantesco organismo-máquina que se va devorando todos los recursos del planeta. Las imágenes hablan por sí solas, pero me quedo con la escena de la mujer danzante, que a mi parecer representa la misma evolución, una linda mina de mini que en la luz negra del baile nos resulta cautivante y hermosa, pero que a un flash puede ser un mismo rostro de la muerte.


01-UNKLE feat.Thom Yorke-Rabbit in your headlights (Jonathan Glazer)
No conozco a absolutamente nadie que haya visto este video y no lo recuerde en detalle. Desde mi punto de vista, es en esencia un videoclip siamés de Karma Police, pero con una dimensión épica increíblemente abrumadora, con una de las mejores escenas finales de la historia del cine (sí, trascendiendo el mero hecho de ser un videoclip y elevándolo a categoría de corto). En una entrevista, Denis Lavant dice que mientras estaba en escena escuchaba en un walkman palabras inconexas que Jonatha Glazer le había seleccionado para que dijera. La manera primitiva en que dice cada palabra, como arrancándolas del aire (Lavant no tenía ni puta idea de lo que decía, ya que sus conocimientos de inglés eran prácticamente nulos), potencian la sensación de alienación del hombre frente al resto de los hombres, sin rostro, mecanizados como meros autos que lo chocan y no reparan en ayudarlo (la idea de deshumanizar a cierto grupo de personas por no mostrarle el rostro es algo que ya se puede ver en los albores del cine, desde el ejército zarista en las escaleras de Odessa, en “El acorazado Potemkin”). Y el final llega, el auto que aparentemente pondrá final a la vida del resistente hombre está a punto de arremeter, el hombre se saca alfa polar (no confundir con un plancha inglés o francés), revelando su torso tatuado por muchas cicatrices y magulladuras, lo que nos hace pensar que no es la primera vez que es víctima de los despreocupados automóviles de la ciudad. Y entonces el auto arremete, el hombre extiende sus brazos en cruz y el automóvil se hace añicos, con el tipo intacto, duro como un poste y envuelto por una nube de humo. El impacto del video en mi vida fue inmenso, y desde la primera vez que lo vi (creo que tenía catorce años), jugaba en la orilla de la playa de Atlántida a ser aquel hombre, sólo que suplantando los automóviles (un hobbie bastante insalubre) por las olas. Pero pronto aprendí a llevar el papel más allá del campo lúdico, más allá de las olas, más allá del viento. Uno recordaba la voz de Thom Yorke y aquel profundo piano y uno se daba cuenta de que podía, que debía ser ese hombre, dándose cuenta de que esos automóviles podían ser compañeros de liceo, profesores, padres, cualquier persona que nos intentara aplastar en su camino. Si dicen que hay videos que pueden cambiar la vida de uno, este es, desde aquel momento yo sigo con los brazos tendidos en cruz, aguardando por el próximo auto que venga a chocarme.

Tuesday, October 09, 2007

Escopofilia
Todos los cinéfilos somos en cierto modo unos perversos. No es algo que lo haya dicho yo, lo dijo Bertolucci en boca de sus personajes “The Dreamers” y posiblemente lo haya dicho en algún momento Žižek, pero me parece una afirmación profundamente verdadera. Somos un voyeur, una persona con prismáticos viendo desde nuestra butaca lo que sucede en el edificio vecino, rindiéndonos a la escopofilia de ver los amores, las muertes y todas las bondades y bajezas humanas como una vieja que logró interceptar la conversación telefónica de un vecino, como un adolescente que revuelve los cajones de la ropa interior de una vecina suya. Lo increíble del cine es que la ilusión persiste, sabemos que las cosas no están ocurriendo, que son sólo imágenes proyectadas en una pared, pero por dos horas sufrimos, le deseamos la muerte o buenaventura a los personajes que observamos, como disfrutando esa mentira blanca que es la ilusión de estar dentro de una escena real. Estuve viendo la excelente película de Slavoj Žižek, “The Perverts guide to Cinema” y todo lo de lo que estoy hablando lo dice mejor el esloveno: “Cinema is the ultimate pervert art, it doesn’t give you what to desire, it tells you how to desire”/ “The art of cinema consists in arousing desire, to play with desire, but at the same time keeping it at a safe distance, domesticating it, rendering it palpable”. Es una película altamente recomendable, incluso para quienes no tienen muchos conocimientos de psicoanálisis o teoría lacaniana, ya que en conjunto con las escenas, el tipo baja bastante la pelota al piso.
El otro día venía hablando de la escalada patológica de mi insomnio, y hoy en terapia decubrí una particularidad de la que por alguna razón no me había percatado: en los últimos meses, el único momento en que he visto pélículas es entre las dos y las cinco de la mañana, lo que lleva a pensar (muy fenomenológicamente) que si me empezara a acostar muy temprano, iría eclipsando mi pasión por el séptimo arte. Muy probablemente sea una forma de autoconvencerme de que hay algo bueno en estos desvelos, pero al menos constato de que la mayoría de mi producción literaria, ensayística, cinéfila, en fin, todo lo referido al arte, cobra vida propia en esas horas donde todo el mundo duerme.
A continuación hay una serie de revisiones mías sobre cinco filmes con los que compartí mis desvelos en el último mes (Happiness, Stranger than fiction, Mefisto, Blue Velvet y Wild at Heart- bueno, estos últimos dos los vi en Dodecá), que en apariencia no tienen nada en común, pero que de cierto modo tienen una especie coherencia interna con el cambiante estado de ánimo de mis últimos días.
En fin, les invito a que compartan mi enfermedad.

Happiness (Todd Solondz, 1998)
La provocación, el odio hacia la moral oficial, la reacción ante la hipocresía de la sociedad dominante, más que algo posmoderno, se ha afincado como un continuum del ser humano. En esa lucha entre el clasicismo y la vanguardia, muchos artistas escapan a la revolución formal y abrazan a una revolución de contenido, intentando convertir sus obras en verdaderas balas contra el statu quo de su época. Creo que esta película está, en el sentido de su vehemencia contra la hipocresía de la moral burguesa, a la altura de “El discreto encanto de la burguesía”, cualquier libro de Hubert Selby jr, o el disco First Issue de Public Image Ltd. Es un puño americano contra todos los valores establecidos, todas las murallas de adquisiciones y poses que pueden atisbar a alguien a sentirse feliz o al menos seguro, es arte violenta, cruda y graciosa, como la fuerza del ello llevada a la acción sin zaguanes entre medio.
Happiness habla precisamente de lo contrario a lo que indica el título, precisamente trata de la incapacidad de ser feliz en el mundo actual (o de ser feliz, a secas). No le busca una vuelta económica, no le busca una vuelta religiosa, las cosas sencillamente están completely fucked up. Es la misantropía en carne viva, una misantropía mucho menos afinada que la de Lars Von Traer, más al punto, incendiaria, venenosa. Entre los varios personajes que están vagamente conectados entre sí, tenemos a Phillip Seymour Hoffman, un LOSER (con todas las letras en Bloq Mayús) onanista y retraído que anhela a Lara Flynn Boyle, una escritora aparentemente exitosa pero con un vacío creativo que la lleva a “desear que la hubiesen violado de chica, así al menos tendría algo verdadero para decir", una supuesta perfecta ama de casa, cuyo esposo es un aberrante pedófilo (un Dylan Baker en el mejor papel de su carrera), un tipo que a sus sesenta años ya no siente nada por nadie y así, una serie de postales oscurísimas sobre la mediocridad y ficticia bondad humana.
La historia concentra su mayor tensión narrativa en Bill Maplewood (Dylan Baker), un tipo que en una de sus caras es un buen padre (quizás demasiado up tight, pero en definitiva bueno) y en otra un pedófilo sin remedio que recurre a todo tipo de artimañas (entre ellas, sedar a toda su familia) para lograr con sus cometidos. Lo mejor de todo es que la presentación del personaje no es una onda Dr. Jekyll and Mr. Hyde, realmente su actuación puede hacer convivir en su formalismo dos caras de esa misma persona de manera muy creíble. La escena de la película, sin lugar a dudas, es cuando el niño le pregunta al padre si es verdad que violó a su compañero de clase y este responde con toda naturalidad, respondiéndole ante sus interrogantes que “le hizo el amor”. Y el momento negro, negrísimo de la película llega cuando el niño le pregunta si él le haría lo mismo a él en el caso de encontrarlo durmiendo (extrañamente se siente una cierta tensión homosexual en la voz del niño) y el padre responde “No, I Would jerk off instead”…negro, realmente negro…

That's really disturbing shit
Stranger than fiction (Marc Foster, 2006)
Will Ferrell es el mejor actor de la nueva ola de comediantes del reciente milenio. Punto. Ha encontrado un sello característico, una versión purpúrea de toda reacción y modo de expresarse que hace mucho tiempo no se veía, desde casos mucho menos disfrutables (Jim Carrey). Así como Brando es Brando tanto cuando es un obrero hosco y sudoroso como cuando es oficial de guerra nazi, lo Ferrelliano se traspone en todos los personajes que interpreta, resignificándolos y dándoles un nuevo vuelo. Es verdad que las películas en que ha aparecido son bastante irregulares, desde su corta, pero magnífica actuación en Wedding Crashers, hasta deplorable Kicking and screaming, (pasando por la mediocre Melinda y Melinda), pero sin dudas, entre todos los comediantes que integran esa especie de rat pack cómico(Owen Wilson, Ben Stiller, Vince Vaughn, etc.) sin duda es quien dejó más claramente una marca y un estilo de actuación.
En esta película específica, se intenta despojarlo de todo el histrionismo característico de los personajes que interpretaba en SNL, y aún así no deja de ser Ferrell. Ferrell interpreta a un tipo gris, una célula más de ese engranaje del tejido de cúbículos que inunda el Estados Unidos posmoderno. Lo que lo hace tan particular, es el hecho de que todo lo que ocurre en su vida está completamente cuantificado con rigurosidad cronométrica, desde cuantas veces debe masticar, hasta cuantas cepilladas le da a sus dientes. Todo eso cambia cuando comienza a percibir que escucha una voz que narra todo lo que hace (se produce un efecto interesante y por demás gracioso, en el que la voz en off que narra la vida del tipo –y a la que nos veníamos acostumbrando- es percibida súbitamente por Ferrell, haciéndonos dar cuenta de que esa voz también tiene un rol más que narrativo en la película), y que puede predecir perfectamente todo lo que va a suceder (lo que se llama la omnisciencia de la tercera persona). Es así que el tipo escucha de esa voz que morirá pronto, cosa que lo atormenta tremendamente, produciéndose muchísimos cambios en su vida para evitar tal desenlace (obviamente el amor también está presente, con una Gyllenhaal que es difícil no quererla película a película). La cosa es que en cierta parte del film, entendemos que la voz es la de la escritora de una novela que él mismo interpreta (no le estoy pinchando el globo a quien no la haya visto, es algo que se intuye fácilmente en la primera media hora), generándose un efecto matrioshka bastante entretenido. La historia, por novedosa que pueda parecer, cae en el deslumbramiento de los cuadros dentro de cuadros, que se ha vuelto quizás en cierto cliché desde la excelente Adaptation, pero al menos no trata el tema como una vuelta de tuercas trucha al mejor estilo Shyalaman.
El momento perfecto del film, diferente a un juego de intertextualidad que nos podría brindar la trama, es una escena de amor llana y sencilla, pero modestamente perfecta y muy bien musicalizada, de la que no puedo decir mucho más de lo que dijo Dario en este post. Lo interesante que logra la película es que logra generar una simpatía con los dos personajes que interpretan Gyllenhaal y Ferrell, que a la vez nos causa cierta anguestia por la certeza de que el último morirá al final de la película, tal como escribe la novelista. El otro punto que me impactó de la película es esa idea de cómo uno como escritor puede desdoblarse por un momento y pensar de que los personajes sobre los que uno escribe pueden ser realmente personas que sufren el destino trágico que teje su mano, como el inmisericorde puño de Dios. En ciertos cuentos que he escrito debatí duramente conmigo mismo si debía matar o hacer fracasar a mi protagonista, teniendo que elegir entre un final más dramático y efectivo y uno más piadoso, comprensivo para con el pobre actor que interpreta lo que escribo, pero definitivamente menos efectivo para la obra que llevo escribiendo. Muchas veces pienso de que mis personajes están cansados de ser derrotados al final, de morir aleccionadoramente, de tener noches fatídicas sin sexo ni emociones, de encontrar la desgracia esperando entre baldosas sueltas o de darse de cabeza contra el duro espejo de la fantasía… hay veces que pienso que algun día se van a rebelar de alguna manera, es por eso que guardo una goma de borrar como pistola en mi bolsillo. Escribiendo historias uno se da cuenta la verdadera contracara de ser Dios, la responsabilidad del destino de todos los hombres...



Mefisto (István Szabó, 1981)
Mefisto es una historia sobre el poder y toda su destructiva capacidad de seducción. Hendrik Hoefgen es un actor de provincia, es decir, un actor bastante poco mainstream en la Alemania de los años 30’, en ese período fatídico previo al ascenso del nazismo. El tipo es una persona sumamente ambiciosa, planteando crear un teatro que llegue al pueblo, augurando una nueva dramaturgia que pueda ser exhibida en fábricas, en molinos y todo lo que se refiera a la vida obrera y campesina. Eventualmente sucede todo lo que ya sabemos, el incendio del Reichstag, la toma del gobierno por parte del partido nacionalsocialista, etc. La cosa es que en tras una exitosa primera tentativa de exilio, Hendrik recibe una carta de una admiradora suya (que casualmente es la esposa de un hombre de alto cargo del partido) que eventualmente lo tomará como protegido. La cosa es que el tipo decide volver y se convierte en el actor más popular de la nueva dramaturgia alemana, comenzando un ascenso precipitado de la mano del ministro alemán que lo considera prácticamente un hijo, designándolo ministro de cultura, o algo por el estilo. Por supuesto, varios antiguos compañeros de teatro (los mismos socialistas que bregaban por un teatro popular) comienzan a suicidarse extrañamente cabeceando balas en pleno movimiento o tratando de hacer fallidas pruebas de dobles con automóviles lanzados desde barrancos, y el tipo empieza a enfrentarse a los problemas morales y éticos de seguir en tal puesto tan anhelado.
Hay varios elementos de la película que me parecen sencillamente geniales. Primero, la forma progresiva en la que el tipo va cediendo a las órdenes de sus superiores, hasta ser uno de los directores de la nueva cultura alemana (por una ósmosis tan lenta, que nos damos cuenta demasiado tarde, tal como le sucede a él). También es rescatable la relación paternalista que se da entre él y su superior, la forma en que el primero lo sigue llamando Mefisto (un personaje que Hendrik intepreta), mostrándonos hasta qué punto es una marioneta del tipo. Otro punto interesantísimo que salta a la vista, es el discurso que pronuncia el mismo Hendrik sobre el nuevo arte nacionalista en una especie de arian-vernisagge, que si uno lo compara con sus anteriores discursos izquierdistas, todo lo dicho es prácticamente los mismos, señalándonos quizás que tanto la izquierda como la derecha y cualquier movimiento que se dirija directamente al pueblo, son caminos que diferentemente pavimentados conducen al mismo destino de poder y destrucción. Finalmente, hay una escena particular en la que al tipo los nazis lo meten en un escenario y comienzan a apuntarlo por múltiples reflectores, entrando este en una especie de desesperante ceguera, diciéndose a sí mismo que es sólo un actor. La naturaleza de dicho castigo es algo muy dantesco, el tipo quería reflectores, bueno, los tendrá a cada giro que dé, ese será su karma. Es increíble ver su rostro contraído, corriendo en la inmensidad de la masa oscura, como atravesado por esas cuchillas de luz, atontado como una comadreja encandilada por las luces de un auto. Y la realidad no se encuentra muy lejos, aquello le pudo haber ocurrido a muchas personas de alta cultura, tan sólo para citar un ejemplo a uno de los más importantes filósofos del siglo XX.
Ahora que repaso un poco el filme, me doy cuenta que el tema es prácticamente el mismo al de El último rey de Escocia, película sobre la relación entre el dictador Amín Dada y un joven y soñador médico escocés, película enteramente recomendable por la actuación descomunal de Whitaker (de los pocos reales merecedores al Oscar que recuerde en estos últimos años). Y así también podríamos poner en la misma bolsa a El padrino y otras películas emblemáticas del cine. En fin, creo que lo que hace triunfar a tales films es el hecho de mostrarnos como seres corruptibles, como personas con un precio diferente al dinero, pudiendo ser tan manipulables como los sujetos del experimento Milgram, tan pasible de emerger de nosotros el facho hijo de puta que todos llevamos dentro

Blue Velvet (David Lynch, 1986)
Con el fino, tuvimos la oportunidad de asistir a un curso de lenguaje cinematográfico de David Lynch, curso que no sólo daba las ventajas de poder discutir de ciertos recursos, temáticas y demás que se nos escapa por la poca bibliografía que hay en Uruguay (de Lynch sólo tengo algunas entrevistas de Cahiers du Cinéma y un excelente libro de Michel Chion), sino también de poder ver las películas en una sala de cine (ver películas como Eraserhead y Lost Highway en un vhs apolillado de Cinemateca es algo realmente imperdonable). Para mi la película de Lynch en cuanto a calidad y utilización de recursos es Mulholland Drive, pero, luego de ver Blue Velvet en pantalla grande, la cosa da para discusión. Lo que sí es seguro, es que es la película más emblemática de Lynch, la más cargada de imaginería y momentos lyncheanos (la canción de Candy Colored Clown, la violación de Frank Booth a Dorothy Vallens y el baile azucarado entre Laura Dern y Dale Cooper -no importa que se llame Kyle MacLachlan, para mí siempre va a ser el agente Cooper), la que maneja más temas en común, la primera en que le que da una dimensión al color igualmente impactante que a los claroscuros de sus anteriores filmes. Es así también, la película más sutil sobre su propio universo (no cuento a Straight Story), siendo la primera vez que no aparecen seres tremendamente deformados ni universos paralelos, sino una nueva dimensión más oscura y viscosa de la vida cotidiana (en este caso, el pueblo madereroLumberton).
Pero sin lugar a dudas, la película se la come, se la traga y deglute Dennis Hopper, con una de las actuaciones más espectaculares, frenéticas y perturbadoras que se hayan rodado en la historia del cine. Sus estallidos (cada tanto, y sin ningún preámbulo grita “Let’s fuuuuck!”), sus tics, manerismos, cada uno de sus parlamentos (es un lenguaje críptico en el que realmente nunca podemos sacar nada claro de lo que dice), lo convierte un uno de los personajes más angustiantemente impredecibles de la historia. Ver su rostro en cada cuadro merece ser puesto en cámara lenta. En una escena amenaza a Jeffrey con un cuchillo, el tipo se pinta los labios, le da un beso, por un momento parece conmovido por el tema de Orbison que está sonando en la radio, le dice con la voz quebrada, como si fuera un mensaje a decodificar “In dreams I walk with you”, le limpia la boca con un trozo de terciopelo y luego lo golpea en el estómago (todo esto mientras una veterana gorda baila en el techo de un automóvil).
Ya venía hablando de la escena de la violación en el post anterior, en relación a una perturbadora experiencia en la calle, en la que una vieja con nula retención esfinteriana fue protagonista (de hecho, hoy la vi de nuevo, gritando “Ayúdenme, ayúdenme, estoy dura, ¿cómo hago?!”, presencia frente a la cual huí despavorido tomandome un 62 que me hizo caminar ocho cuadras bajo lluvia, en fin, me estoy yendo de tema), pero debo remarcar una vez más lo impresionante de este momento. El tipo saca un extraño respirador y empieza a inhalar profundamente, mientras se arrodilla acercándose a las piernas de Vallens intercalando la función de padre y de niño a la vez, diciendo “don’t you fucking look at me” o “daddy’s coming home” y “Mami… mami” o “Baby Wants to fuck, baby wants blue velvet”, respectivamente. La escena está cargada de una violencia extraña, como si estuviéramos viendo desde la perspectiva de Jeffrey, pero como un niño viendo desde el ropero a sus padres tener sexo duro y parejo. Hay como una redimensión de esa escena originaria, como si fuese vista con los ojos de ese niño, ya que no hay desnudez ni aparente penetración, es el acto sexual imaginado tan violentamente como podría un niño con escasísimos conocimientos sobre la sexualidad de sus padres interpretar tan extraña escena(por ejemplo, como dice Chion, la voces apagadas de Frank y Dorothy atribuídas a un pedazo de terciopelo en su boca, podrían ser la explicación que un niño le da a la voces de los padres tapadas por sus besos o los mismos gemidos). Pero lo verdaderamente oscuro de la escena es la ambigüedad de Vallens, ¿ella es realmente una víctima de la violación o en realidad todo es una puesta en escena de un juego sadomasoquista en donde la que verdaderamente manda es ella? De una forma u otra, es probablemente una de las escenas más impactantes en la historia del cine, mucho más que la tan sádica como innecesaria escena de Gaspar Noé en Irreversible.

Wild at heart (David Lynch, 1990)
Si podemos considerar que David Lynch llegó a un nuevo nivel de sutileza en Blue Velvet, una sutileza en la que ya no era necesaria la existencia de un mundo alternativo y completamente extraño ni la incorporación de seres manufacturados por el propio Lynch (algo que se venía dando en películas como Eraserhead y Dune), para llegar a una nueva y tremenda dimensión de lo aterradoramente real, en Wild at Heart podríamos pensar que Lynch perdió toda esa sutileza ganada con los años. Viendo el film por segunda vez, en cierto modo mi inconformismo originario, lejos de aplacarse, se intensificó. Parecería como si el tipo hubiese llegado a ese punto muerto de autoindulgencia en donde en apariencia todo vale, pero en realidad se busca perpetuar un sello propio, una especie de gimmick que resulta tan poco emocionante como la última serie de un código de barras (no me tiren tomates, pero fue algo que precisamente sentí viendo Satyricon). Todo lo lyncheano aparece ampuloso, desmedido, hasta esperable, onda insert bizarre moment here. Las mismas escenas colectivas de marca Lynch, esas en donde todo parece sumergirse en un lago de conversaciones inconexas y absurdas y donde parece que todo el tiempo se detuvo, quedan muy por debajo de la famosa escena de la canción de Candy Cotton Crown (Blue Velvet) o la comida en la casa de los X (Eraserhead). Aparecen obesas bailarinas nudistas de vaudeville, ritos vudú cargados de imaginería sadomasoquista, y escenas, escenas y escenas (que parecen la misma rodada una y otra vez) de sexo fogoso y desenfrenado entre Nicolas Cage (Sailor) y Laura Dern (Lulla). Incluso, parecería que hasta el clásico catalizador de la separación entre los varios mundos que hay en Lynch (la oreja en Blue Velvet, La caja índigo en Mulholland Drive, el agujero en la capucha del Hombre elefante, etc.) parece volverse demasiado obvio y exagerado en la película, terminando en aquel guiño final al mago de Oz (que no comentaré para quienes no hayan visto la película).
Sin embargo, hay dos escenas que salvan el film: la violación verbal de Bobby Perú a Laura Dern, y la escena del choque presenciado por los protagonistas, sobre la cual me explayaré un poco. En esta vemos que Cage y Dern cruzan el Estados Unidos misterioso y abandonado de la carreteras interestatales y se topan con ropa desperdigada en el asfalto. Pronto ven el coche destrozado a un lado de la carretera y las víctimas mortales de dicho accidente. Pero entonces, justo cuando están en camino de abandonar la escena del accidente, se encuentran con una sobreviviente, aparentemente la hija de los muertos que, lejos de llorar la muerte de sus padres, está cercana a una crisis histérica por la pérdida de una cartera que suponemos le robó a su madre. Ella grita, camina de un lado para el otro sin percatarse del profuso corte que tiene en el cráneo y dice que su madre la va a matar (cuando sabemos que eso es bastante imposible, ya que sus padres están a unos metros nomás, tan muertos como la repercusión mediática actual de Jazzy Mel). Lulla trata de calmarla pero ésta se aparta, completamente obsesionada por el objeto perdido, mientras camina de un lado para otro, entrando y saliendo de la profunda oscuridad (como si apareciese y desapareciese –fort/da*). Finalmente, cuando está a punto de darse cuenta de la verdad (se rasca el cráneo que presumo abierto, diciendo que tiene el pelo pegajoso), se deja caer en el suelo, siguiendo obsesionada por the fucking purse, siendo la joven pareja protagonista de su absurda y espontánea muerte. Como primer punto fundamental, estaría ese miedo al enojo de sus padres, ese enojo completamente absurdo, pero tremendamente real, que perdura aún después de la desintegración física de sus jueces y castigadores. De cierto modo, vemos que la autoridad se ejerce mucho más allá del acto coercitivo, la voluntad de poder se sigue ejerciendo de una forma fantasmática más allá de la simple demarcación entre la vida y la muerte. Si lo pensamos psicoanalíticamente, de cierto modo sería un alegato en torno a la función superyoica de los padres, cómo los mandatos se perpetúan aún más allá de la misma presencia física de ellos. En pocas palabras, el pasaje de lo real a lo simbólico.
Pero sin lugar a dudas, lo genial de dicha escena es cómo Lynch materializa un elemento básico de su filmografía, que es el esquema acción-reacción y la noción de la separación de la parte del todo. Así como el operador de maquinaria del otro mundo en Cabeza Borradora tiene un papel incomprensible pero a la vez completamente treascendental en la vida de Henry, hay todo un mundo detrás de la mera acción/respuesta gobernado por las fuerzas del inconsciente, que parece demorar, transformar y pervertir la reacción sugerida, o al menos esperable. En este caso, la reacción de ver a sus padres muertos, se ve tragada por un vórtice y redireccionada hacia otro lado, un lugar del que no obtenemos más que la punta del iceberg, que es esa reacción absurda y desenfrenada de preocuparse por las reprimiendas ante la pérdida del bolso. Tal como a Lynch le fascinaba aislar ciertas partes de la anatomía de animales que disecaba, el tipo aparta una parte de la reacción del todo esperable, volviendo su escisión e individualidad con respecto al todo algo innombrable, absurdo y terrorífico (como decía, el ojo de un pato fuera de la cabeza es una pequeña piedra preciosa, con un brillo casi maligno). Estos juegos de alteración de la parte y el todo, ese desfasaje de tiempos que también se pueden ver en los fallidos playbacks, como mi escena favorita en la filmografía de Lynch (la escena del Club El silencio), hablan de un universo que sólo podemos ver cuando salta una tuerca de su engranaje, un universo que aguarda por nosotros como las hormigas debajo del césped verde de la escena inicial de Blue Velvet.

*Chiste psicoanalítico completamente nerd

Tuesday, October 02, 2007

Tacos adolescentes
09:05
Spring will tear us apart, me digo mientras trato de esquivar las pelusas de los plátanos con toda la habilidad shaolin que alguien puede extraer de sí a las nueve de la mañana, cuando sólo durmió dos horas. Un día de estos voy a ir caminando por la calle y me voy a morir, así nomás, morir, quedarme tirado como estas pelusas al borde de la vereda. Este fue un año complicado para mi sistema nervioso parasimpático. Los insomnios se fueron radicalizando tan de a poco que uno ni siquiera se dio cuenta del todo. A mis catorce años me acostaba alrededor de las doce y media, durmiéndome con la voz de Homero Simpson como los arrullos de una buena madre. A los quince empecé a dormirme un poco más tarde, me quedaba viendo The X-Files, o tratando de encontrar una película erótica en el Cinemax o cazar alguna teta en el Wild On (sí, realmente triste, pero tenía quince años, che). Luego fueron los dieciséis, el I-Mesh, el Napster, el Morpheus (todos esos programas que nos decían que eran mejores que el anterior, cuando eran la misma bosta), luego la música, el Señor de los Anillos, las películas eróticas más sofisticadas del I-Sat (francesas sobre todo), los casetes alquilados que terminaban a las dos y media. Y así fue prolongándose, sintomática y tangencialmente hasta estas baldías mañanas de adsl, como lo dije en otro post, en la búsqueda del eslabón perdido del rock and roll en un grupo rumano, las películas de cinemateca que siempre devuelvo con retraso, los comentarios en blogs uruguayos, chilenos, argentinos, y la música, la música eterna y constante invadiendo células clóqueas, con el arrullo de Mark E. Smith creyendo que es Damo Suzuki, durmiendo con la luz violácea invadiendo las rendijas de la persiana, la voz de jorge Hané en el canal 26.
Siempre digo lo mismo, “hoy me duermo antes de las dos”, y son las cuatro y estoy despabilado como una lechuga (¿como una lechuga? sí, realmente necesito dormir). Llego tambaleándome a la clase, saludo a Pez Rabioso y me percato del remolino gigante en mi pelo. No sé si es antes o después de pegar el primer cabezazo, que pienso que mientras una gran cantidad de gente de mi edad se destruye las células nerviosas con alcohol, piñazos, drogas blandas y duras, yo me la doy con el tiempo, el desvelo delicioso y aparentemente eterno de la madrugada. Y como un drogadicto, al borde de la desintegración física y espiritual, mientras trato de entender lo que dice el profesor, digo y me lo creo por un momento, “esta es la última vez…”

13:18
La parada de 18, esa que queda en frente a la iglesia de Tacuarembó, ya nunca será la parada en que me bajaba para ir al dentista a mis quince años. Tampoco será la parada en que solía bajarme para ir a la casa de una ex novia. Todo cambió el viernes pasado, en esas dos cuadras que dejaron un agujero húmedo y lleno de basura, cual pozo de ascensor en mi pecho. Es impresionante cómo una mala experiencia puede infectar todo una porción geográfica, sin importar cuántas otras experiencias permanezcan ligadas a dicho lugar. Una canción que amábamos si se mezcla con el fallecimiento de un ser querido se convierte en el dialecto oculto de la muerte, una esquina en que nos robaron se convierte en un triángulo de las bermudas a evitar a toda costa, una camisa con la que nos acompañó en una noche de amor no correspondido es la directa culpable (y no de quien estamos enamorados) por nuestro infortunio. De cierto modo, no me puede parecer más preciso el dicho popular “quien se quema con leche, cuando ve una vaca llora”… y Uruguay está lleno de vacas, si las tendrá.
Lo que había sido un breve paseo por el centro se convirtió en una experiencia tremendamente perturbadora. Había algo que ya andaba mal desde el principio. Hay días en que el centro está particularmente bizarro con respecto a lo normal. Sí, uno suele toparse con esa vieja que duerme en Tristán Narvaja y Mercedes que no deja de tejer y destejer la misma ropa. Uno suele ver hurtos, una mujer gritando al cielo mientras un tipo corre como una flecha expresa por la calle, sin nadie que se anime a detenerlo. Pero no estaba preparado para aquellas dos imágenes que se me quedaron talladas en el borde de mi cerebro. Todo ocurrió en cuestión de dos cuadras, iba caminando para la parada de 18 y Tacuarembó, y a la altura de la estatua del Gaucho veo una cantidad de gente aglomerada mirando hacia el suelo. Por un momento pienso que estarán observando la rutina de un artista callejero, pero pronto me doy cuenta de que ese pensamiento es una simple evasión hacia la idea de lo que realmente ocurre ahí. Efectivamente, hay alguien en el suelo, en este caso un viejo, descamisado tres botones, como si se los hubiera desabrochado jadeando justo antes de caer al suelo. Le invaden ligeros espasmos, rítmicos, como una ola que nace en su cadera y termina en la punta de sus pies. Algunos tratan de intervenir con una total y lenta inseguridad, como una persona inexperta tratando de cambiarle los pañales a un niño ajeno. Un tipo tiene un celular contra la oreja y pregunta en voz alta si hay algún médico por la vuelta. Los espasmos son cada vez más esporádicos, cosa que me hace pensar por un momento que en cuestión de unos minutos el hombre saldrá de un acceso epiléptico sin tener puta idea de lo que ocurrió. Sin embargo, también se me ocurre que el enlentecimiento espasmódico podría ser una señal de cómo desaparece del hombre toda esencia vital. De una forma u otra, permanezco mirándolo, sin hacer absolutamente nada, con una especie de fascinación morbosa, intentando rescatar detalles de aquella imagen. Es ahí que reparo en el rostro del viejo. No sé en qué momento cambió, pero ahora su rostro es ceniciento, como si sus vasos capilares comenzaran a drenar porlan en vez de sangre. Y ahí veo su iris celeste, mirándome a través de sus párpados entornados. Me está mirando a mí, esos ojos inexpresivos desembocan unívoca, endorreicamente a mi iris negro, via aferente a la corteza de mi lóbulo occipital y alma. Hago zoom out, veo el rostro entero. No parece dolorido, ni siquiera extrañado. Se encuentra plácido, sereno, como preguntándose por qué tanto lío por un viejo en el suelo. Y entonces pienso que a lo mejor es un reto, el tipo con su muerte se me ríe de mí, en mi cara, remarcándome mi estupefacta inacción. Pienso que aquel viejo me dice “yo sabía que iba a terminar así, con vos mirándome con esa cara de cagón
Todo aquello duró aproximadamente veinte segundos. Sigo mi camino, aún recordando esos ojos celestes. Cuando llego a la parada, se me ocurre en un principio sentarme en los banquitos de metal, pero por un capricho al que estaré eternamente agradecido, prefiero esperar parado, un poco del lado de la calle. Mientras me confundo un ciento ochenta y pico con un 121, escucho unos extraños gritos de vieja que se alzan detrás de mí. Veo y es una vieja muy gorda. En sus piernas elefantíticas, hay un azul río de várices que desembocan en unos tobillos inmensos, en los que veo extrañado una bombacha que pende de ambos. Y recién ahí entiendo los gritos: “¡Me cago, me cago, alguien ayúdeme que me cago!”. Veo el rostro de desesperación de la vieja y vuelvo mi mirada a la calle, esperando un ómnibus que me salve de tal situación. Pero lo peor está por venir. Vuelvo la vista y la vieja sigue gritando “¡hijos de puta, que alguien me ayude por favor, ahh, me estoy cagando!”. Y entonces mi vista se desvía hacia el banquito, y ahí veo la caca blanda de la vieja, goteando desde la estructura de metal hacia las baldosas. Más allá de la conducta obviamente extraña, hay algo en su grito que toca las aristas de la locura e incluso lo trasciende. Hay algo en esos gritos, y en esos gemidos, mientras parece como si sufriera y disfrutara a la vez haciéndose encima, ahora limpiándose con fruición con un papel higiénico que sacó de un bolso. Con lo único que lo puedo comparar es con aquella impresionante escena de la violación de Isabella Rosellini a manos de Denis Hopper en Terciopelo Azul, el tipo gritando “Don’t you fucking look at me!” y “Baby wants to fuck!”, mientras toma un pedazo de la bata de la tana, metiéndoselo en la boca con pasión. Toda la gente mira para otro lado, incluso con miedo, mientras que la vieja sigue con su infernal soliloquio. Miro de vuelta la mierda tibia, cayendo de a pedazos sobre las baldosas. Todo permanece en un terreno incierto. Lo único que recuerdo de lo que sucedió después es haberme subido a un ómnibus sin siquiera saber su número, llegar a mi casa y pegarme el baño más extenso y minucioso de mi vida.
Y ahora, una semana después, estoy cansado, como dije, dos horas de sueño no son recomendables para ninguno, pero nunca me sentaré en ese banco, esos dos recuerdos se anudan como un mensaje oculto que por no descifrarlo me perseguirá por el resto de mis días. Espero como la otra vez, en la calle, y me doy cuenta de que hasta la sombra de la parada me parece infecta.

13:25
El 104 es más fiel de lo que se mantiene en el folclore popular. A no ser por una mala jugada que nos hizo pasar a el fino y a mí en Carrasco, de todas las veces que me vuelvo del centro, me tomo este ómnibus un 35% de la veces (lo que, en comparación a las frenéticas y constantes visitas del 121 a las paradas, es una cifra ponderable). Espero en la perturbadora parada de la que venía hablando, y cuando subo, saco un billete de cien. El chofer-guarda no se exalta, saca el cambio con un remarcado automatismo, pienso que dirigiéndose a Carrasco, el tipo debe estar acostumbrado a los rostros de Fabini (qué prejuicioso, qué cosa, che). Encuentro un asiento contra la ventanilla en la mitad del ómnibus, y pongo uno de los temas más pacíficos que se hayan podido componer en la historia (Ruta a 80 de Jaime sin tierra). En otro post ya lo había dicho, pero la venganza del pop luego de tanto tiempo sepultado por los escombros de distorsión, debe tener algo que ver con mi vida, capaz que me estoy ablandando, no sé. Aún así, el extraño dolor de panza y las dos horas de sueño me mantienen los pies en la tierra e impiden que me eleve demasiado en esa nube de placidez que largan mis audífonos. Comienzo a sabotearme, como es costumbre, pienso en el toque de Buenos Muchachos que no voy a ir por mi maldita uruguayez (esa mala costumbre de dejar las cosas para último momento, que en general no es muy recomendable a la hora de comprar entradas anticipadas), y pienso en la vieja, sus gritos, la mierda goteando desde el asiento hasta las baldosas y el ojo gris del viejo, observándome sereno. Vuelve el malestar y lo único que me queda es mirar para adelante, el ómnibus que dobla por Eduardo Acevedo, pasando por el querido Unibar y lo que antes era el Nat Capiloncho. De repente me percato de dos tipas que están en los asientos de más adelante. La morocha está vestida con su ropa liceal: pollera gris hasta las rodillas, camisa blanca y la clásica corbata semi desabrochada de las doce del mediodía. La rubia lleva una colita tirante y el cabello cae copioso en punta, anda de short y con una camiseta a rayas horizontales azules y blancas… hockey, digo por sobre la voz de Nicolás Kramer. Me quedo unos segundos viéndolas, preguntándome qué es lo particular de todo aquello. Y entonces me doy cuenta de que por alguna razón, una está sentada en el extremo izquierdo del ómnibus y la otra en el extremo derecho. La rubia lleva la cabeza apoyada contra la ventanilla, se ríe como quien se ríe de un secreto que no quiere compartir, y con una ceja levantada escucha el cuento de la morocha, cargado de mímica, desde el otro extremo del ómnibus. Hay un breve segundo de silencio, ellas se miran, se quedan sin decir nada y se ríen, se ríen así nomás. La morocha tiene las manos sobre el regazo y mira para abajo, como riéndose de un recuerdo avergonzante, y la rubia sonríe serenamente con la vista perdida en la calle, mientras el sol le da en el rostro sin encandilarla. Pienso qué es lo que las lleva a sentarse en lugares separados, cómo pueden estar tan alejadas pero tan juntas al mismo tiempo, cómo es que a pesar de estar separadas por un pasillo, están tan entrelazadas por una misma risa, por un mismo juego de cuyas reglas no logro descifrar. Pero por alguna razón, esa lejanía no hace más que acentuar aquel momento perfecto, de esas risas en cámara lenta, con el fondo sonoro de ruta a 80, como si todo eso fuera la definición de algo más, de una perfección intangible, difícil de prever o ponerle nombres. Es una perfecta escena para una película, las dos tipas hablando ahora de vuelta, pero cada una desde su extremo correspondiente. Y ahí es que me doy cuenta de que no podría ser de otra forma, ellas dos tienen, deben sentarse ahí, y las dos chetitas estarán hablando de pantalones Magma, de una noche en Lotus, del nuevo disco de Babasónicos o un secreto de una amiga en común, y no lo saben, pero ocupando sus respectivos lugares mantienen un equilibrio de algo que va más allá de ellas y de mí, de este ómnibus, de Jaime sin tierra y el nuevo equinoccio que nos está matando lento y dulce. Ellas tienen que estar sentadas ahí, como equilibrando con su simetría algún tipo de fuerza intangible, un sistema de pesos y medidas astral que podría descalabrarse y terminar con todos y todo en el momento menos previsto. Y lo más probable es que por Arocena se levanten de dichos asientos y la rubia y la morocha se vayan cada una para su casa o para la clase de hockey, posiblemente olvidándose de su charla para la hora del almuerzo, sin saber que estoy completamente agradecido por ese momento tan particular que me hicieron pasar.

17:06
Luego de haber comido y chequear cosas diarias de la computadora, me doy cuenta de que no engaño a nadie, y que por más sueño que tenga, no voy a poder acostarme, dormir y sentir como que aquello es aprovechar el tiempo. Tenía que hacer un par de cosas por Pocitos, imprimir un material que hace tiempo lo tengo en stand by, visitar a mi primo, devolver la película Hapiness con dos días de retraso (en este post iba a extenderme sobre dicha película, pero me parece que lo dejo para otra ocasión).
Agarro por Tomás Diago, y en el Ipod elijo Sunday de Sonic Youth. Hay algo que cambia cualitativamente en el entorno cuando caminás con determinada música en tus audífonos. Ya había hablado de la experiencia cercana a la lisergia que sentí en Atlántida al escuchar Keen on boys, pero posiblemente ello haya sido una conjunción, no sólo de la buena canción, sino del estado de euforia de volver a aquel lugar que tantos recuerdos me trae. Pero con Sunday es distinto, el efecto que genera en mí es infalible, siempre el mismo. Luego de esa especie de corto riff, al entrar las guitarras siento que mis pasos cobran una diferente dimensión y se vuelven uno con el ritmo tan marcado de aquella canción. Esto me lleva a plantearme que hay canciones específicamente construidas para caminar, de las cuales, en mi caso particular rescato tres:
Sonic Youth-Sunday
Ya venía hablando de ella. Cuando camino al son de aquel ritmo marcado, se reactiva algo en la dimensión adolescente de mi persona, por un momento se hace patente ese nihilismo juvenil, cercano a 25 watts, pero en una dimensión más dramática y, por así decirlo, oscura. (...)Sunday comes and sunday goes/Sunday always seems to move so slow/To me, here she comes again/A perfect ending to a perfect day/A perfect ending, what can I say/To you, lonely sunday friend?/With you, Sunday never ends. El otro día escuchaba la canción Domingos de Buceo Invisible, que maneja más o menos la misma esencia triste y solitaria de los domingos, pero un poco más apoyada en una dulce melancolía. Como decía, me parece que La juventud Sónica le da una dimensión más oscura a aquella abulia, teniendo bastante de esa teenage angst, pero de una manera mucho más sutil que Nirvana (y ni mencionar a las bandas Emo o Nü Metal). Lo que siempre creí, es que hay algo particularmente brillante en la cualidad interpretativa de la voz de Thurston Moore, que logra que las palabras tengan otra profundidad completamente inimaginada. Por ejemplo, tenés la canción Teenage Riot, y si uno lee la letra, podría ser cualquiera de la desbordante cantidad de himnos adolescentes que se han compuesto. Sin embargo, hay algo en la forma de decir cada palabra que resulta completamente creíble, que le da a la frase un significado por completo diferente (algo que le venía comentando a Pez Rabioso sobre el verso “get in the car” que canta R.Smith en Fascination Street). Es una obsesión que me ha invadido últimamente, la dimensión de las palabras en su cualidad interpretativa, más que puramente semántica. En fin, cuando me pongo Sunday en los auriculares, siento que camino en cámara lenta, engrandeciéndome en un mundo más perverso y aburrido del que realmente es.
Pavement- Range life

Considero que desde su sensibilidad indie, candidez y ritmo, Pavement es la banda perfecta para caminar, pudiendo sentir algo similar, pero bastante diferente a la música de Sonic Youth. Realza en mí una dimensión similar de la adolescencia, pero una mucho más plácida, como una dulce esencia diletante, una especie de canto loser del cual no es conmiseración. Range life, entre todas las canciones de la banda de California, es mi favorita para dichas circunstancias, sobre todo en los días soleados, o en los que uno siente urgente necesidad de sentirse bien. Mis pies caminan en un ritmo diferente, y de cierto modo, quizás por los guiños medio folk o country de la canción, me siento un poco como Jon Voight en “Midnight Cowboy”, caminando con ese gorro de vaquero y la pequeña radio en la mano, mientras se escucha la hermosa canción de Harry Nilsson.
Joy Division- The eternal

Con Curtis y cia es distinto. Es una canción que utilizo especialmente para los días brumosos, sobre todo esas mañanas invernales que a uno pueden destruirlo, a no ser de encontrarle su belleza. Mantengo firmemente que esta es la canción más deprimente que se haya hecho (aunque en letras, hay otras de Lou Reed y otros perversos que pueden ser peores), sobre todo por ese trasfondo fúnebre sobre los que se alza la voz de Curtis, y esa pequeña sección de piano que hiela la sangre. En días tan fríos y brumosos como esos, al menos es un buen consuelo por un momento creer que se está en Manchester.
En toda esa caminata, me percato que lo único que pude efectivamente pude hacer fue visitar a mi primo, pero por la hermosa musicalización que me acompañó el trayecto, siento que no fue en ningún sentido una pérdida de tiempo.

19:30
Con mi primo y su novia comemos algunos bizcochos, y a mí me viene la irresistible tentación de mirar la rambla por su increíble ventanal. El se ríe por esa fascinación, diciendo que después de todo, aquello sólo es agua, pero yo, como muchos otros, me quedo completamente embelezado por aquella vista. Parece que ya vamos a empezar a acostumbrarnos al calor. Ya era hora. La visión de la gente corriendo o sentada de chancletas, me hace acordar al primer epifánico día de calor de hace unas semanas, luego de un infierno tan crudo. La gente realmente estaba feliz, en la rambla, en la calle, vistiéndose (quizás de una manera excesivamente apresurada) con sus ropas de verano. Sentado al lado de la prefectura le comenté a un amigo que todo aquello me hacía acordar a esos pueblos que salen a recibir a la lluvia luego de meses y meses de sequía, pero en el sentido inverso. Nos quedamos sentados, mirando los rostros de la gente, y uno sabía que había muchas complicaciones detrás: inconformidad, infidelidades, plata, no plata, instintos sexuales frustrados, nostalgia y crisis existenciales, pero estaba calor, y eso era suficiente para que gente de todas las edades y clases sociales estuvieran felices (y en un mismo lugar, como ocurre en la rambla). Cuando me estaba yendo, vi en la placita Trouville a una gente bailando sin música (un espectáculo bastante particular), y le comenté a mi amigo:
-Después decimos que somos un pueblo triste.
02:00
Ya es un sábado, dos de la mañana. Las del octavo subieron los decibeles muy por encima de lo permitido y algo que podría ser Cattaneo, Tiesto, Oakenfold (en realidad no importa) está tirando el edificio abajo. La música toma las copas de la cristalera, el vidrio de la ventana, mi cabeza. Se escuchan tacos, tacos adolescentes como granizo en mi techo. Y realmente sería algo irrelevante si no estuviera releyendo “El extranjero” en este preciso momento. Es un sábado, las piernas jóvenes arriba y yo leyendo “El extranjero”. No porque tengo, ni siquiera reprochándomelo, sencillamente porque quiero. Hago fuerza mentalmente, intento atesorar este momento, como un momento crucial que define el carácter de uno. Las dos horas que dormí ahora cobran factura. Antes de que me venga el sueño y deje el libro por el cuento del checoslovaco, pienso que así recordaré estos años cuando sea viejo, y me dejo caer dormido, arrullado por las piernas, la noche joven y los cristales trepidantes.