Friday, January 25, 2008

Escarbando en fotos (Hennings-Los Rodríguez-Lung Leg-Trudie-Fotologs)

“Apareció en el escenario del cabaret con cintas alrededor del cuello, la cara como cera. Con el pelo amarillo muy corto y un vestido de terciopelo escaso y oscuro y con sus rígidos volantes, era algo absolutamente distinto al resto de la humanidad... vieja y estragada... una mujer posee infinitos matices, caballeros, pero, desde luego, uno no ha de confundir lo erótico con la prostitucion... ¿Quién puede impedir que esta chica, que es la mismísima histeria... se hinche hasta construir una avalancha? Cubierta de maquillaje, hipnotizada con morfina, absenta, y la llama color sangre de su eléctrica versión de "Glorie", una violenta distorsión de lo gótico, su voz brinca sobre los cadáveres, se burla de ellos, trinando conmovedora como un canario flauta”

Ravien Siurlai, escribió este texto sobre una presentación en vivo de la performer, Emmy Hennings, la mujer que se ve en la foto de arriba. Greil Marcus, el escritor de Rastros de carmín, el libro que estoy citando, afirma que en la posteridad miles de periodistas tratarían de navegar en los mismos morfemas, desenterrando adjetivos de fosas comunes para llegar a una expresión tan cruda y verdadera del terror que puede generar una puesta en escena. Para alguien contemporáneo le puede resultar extraño el terror de Siurlai, después de todo, es sólo una mujer cantando, así como resulta insólito el hecho de que en el siglo pasado a la gente le viniera infartos al ver algunas pinturas en exposiciones. Podríamos decir que los hombres no se habían enfrentado a tantas cosas como nosotros (nuestros padres, nuestros abuelos) por las postrimerías del siglo XX, y hasta cierto punto puede que algo de cierto haya en esa hipótesis. En el libro mismo se dice “En 1912 aún faltaban dos años para la guerra; al igual que el resto de los europeos, Siurlai había tenido que aprender el significado de una frase como “brincar encima de los cadáveres”.Es decir, ya a esta altura podría decirse que hemos perdido la inocencia. No sólo en el plano histórico-bélico, a nivel artístico hubo muchas otras personas que se iban más allá de los límites de los soportable, como podían ser las puestas en escena de Throbbing Gristle, el extremismo de los accionistas vieneses, o los escatológicos shows de G.G. Allin (estoy ennumerando, no considero que algo una realmente a dichas personas). Sin embargo, hay algo que ya a su altura se había perdido, y son pocas las palabras que se puedan agregar frente a ese terror provocado a un periodista casi anónimo, del que apenas tenemos un extracto del diario Die Aktion. Y uno busca y busca, pero se termina dando de lleno con la imagen, esa fotografía de Emmy Hennings mirando ligeramente al costado, los párpados pesados y gruesos, el cuello y todas las comisuras y agujeros del rosto sumidos a una sombra que parece avanzar lenta como la miel. Son las tres de la mañana y me doy cuenta de que no estoy releyendo el libro, como me lo había propuesto. Todo, el comienzo de la lectura, el lapiz con que iba a subrayar las frases fundamentales, todo era una trampa tendida por la foto, frente a la cual he estado sin decir una palabra, por casi veinte minutos. Todo lo que podía decir Siurlay está ahí, inmortalizado en la página 170 de un libro mal traducido de Anagrama.
Desde el mismo momento en que reparé en esa carilla, decidí investigar todo acerca de la mujer. Sin embargo, la información de ella (por lo menos en internet) es huidiza, tanto como lo indica ese rostro, que huye de algo no con miedo, sino con el verdadero placer de ser presa. Lo poco que se puede obtener de ella es por medio de las biografías de Hugo Ball, su esposo, célebre por haber sido una de las figuras claves del dadaísmo de Zurich (por muchos considerado el único dadaísmo que existió). Fue una de las primeras integrantes del círculo de Cabaret Voltaire, era cantante, poeta y solía recitar sus obras tanto como las de alemán. La historia del dadaísmo no es una historia de verdades, sino más bien de versiones, y sin embargo desde muchas variadas fuentes, todas confirman una misma situación: Un día, Hugo Ball recitaba unos poemas en el Cabaret Voltaire. Su compañero Janco le había preparado un disfraz, una especie de mitra hipertrofiada que llevaba en su cabeza, una capa que parecía tragarse su cuerpo, unas garras de cartón, en fin, un traje tan absurdo como el que pueden ver acá. La cosa es que Hugo Ball estaba recitando los poemas, cuando de repente le invadió esa terrorífica sensación de sublimarse, verse a sí mismo relatando sus poemas fonéticos, encontrarse diciendo anlongo bung, blago bung, y no tener idea de por qué está haciendo eso, por qué estaba siquiera parado delante de aquel público. La experiencia fue desvastadoramente violenta para él, y a duras penas se las pudo arreglar para terminar el poema. Él y Hennings siguieron por un tiempo haciendo sus performance-acts, en galerías, de aquí para allá, pero la cosa no duró mucho. Desde el momento de aquella presentación Hugo Ball supo que era el principio del fin, y ciertamente no mucho tiempo después abandonó el movimiento, terminando en una iglesia, destino que respetó y acompañó su esposa (para un dadaísta, un final tan inconcebible como una líder piquetera haciendo el baile del caño en Bailando por un sueño –ups!, me olvidé que ya había pasado-. Lo grandioso de tal desenlace es que ciertamente ilustra el eterno karma del dadaísmo: hasta qué punto el tratar de llegar al verdadero absurdo se asemeja al vuelo de Ícaro. Ball lo vio el absurdo en todo su ígnico esplendor, lo llegó a tocar, pero después de aquello nunca pudo ser el mismo, refugiándose de él en la mayor usina generadora de sentido: La Iglesia. Ciertamente, es como si en aquella pequeña muerte se hallaran todas las muertes de aquel movimiento.
Todo lo que se sabe desde ahí sobre Emmy Hennings es un tanto difuso, sólo que terminó siendo la difusora post mortem de su marido tempranamente fallecido, consiguiendo mantenerlo vivo por medio de sus obras. Sin embargo, no importa cuantos Greil Marcus o bloggers como yo escriban sobre ella, todo lo que es, y podría ser, está concentrado en aquel retrato, una imagen que vale más de mil anlongo bung, blago bungs.

Nunca pude explicar a ciencia cierta mi fascinación hacia ciertas imágenes. Ciertas personas anónimas me han obsesionado desde chico, cuando veía fotos de bisabuelos míos, tratando a partir de sus imágenes reconstruir sus historias, y a menudo sorprendiéndome de los resultados (tal es así que gran parte de mi niñez creí que mi tatarabuelo era un cazador inglés que aparecía en un cuadro que se encontraba en el corredor de la casa de mi abuela). Sin embargo, el primer verdadero recuerdo de mi obsesión con personajes anónimos se remonta a un videoclip que la mayoría de ustedes conocen:



Tenía siete años y Sin Documentos de Los Rodríguez hacía furor, y aparecían en muchísimos programas de televisión de aquella era pre-MTV -canal que para un niño cuya preocupación fundamental era llenar el álbum Dinosaur in my pocket, era algo prácticamente tan desconocido como la lista de gases nobles-. Fue así que en una grabación de Nochebuena con las estrellas –ese programa donde pasan videoclips de los temas más insoportablemente exprimidos del año-, vi aquel videoclip de un Calamaro que yo creía gallego, cantando con el resto de su banda en unas sierras. Pero aquello no era importante. Lo que me había obsesionado era una mujer que aparecía en el clip. Prácticamente la narrativa del clip tampoco tiene mucha importancia, todo da a entender una especie de amor prohibido enmarcado en un entorno rural (qué poco atractiva que resulta tal descripción). Sin embargo, cada vez que aparecía aquella mujer vista desde la perspectiva de un caballo, cada vez que la veía con aquella camiseta ajustada, los pómulos prominentes y la raya al medio, mi corazón aleteaba como un pájaro a punto de darse contra un ventanal, algo en mi se transformaba, era una sensación nueva y aterradora como pisar algo blando en el fondo de un arroyo. Había una escena específica en que se podía verla mascando chicle, y para mí aquello era algo violentamente seductor, algo que no podía ver a puertas abiertas, casi sin poder siquiera mantenerle la mirada. Me encerraba en mi cuarto, y ffw, rew, una y otra vez la veía masticando aquel chicle. De aquella experiencia han pasado varias muertes y reencarnaciones de Calamaro, MTV, internet, otras bandas, Claudia Cardinale, pornografía y mujeres de carne y hueso, y aunque piense fríamente que he visto mujeres mucho más bellas que esa, al ver el video en el youtube siento el mismo extraño y hermoso pudor que la primera vez.
Ante ese primer acercamiento más bien sexual, mi interés sobre ciertas personas parcialmente anónimas detrás de la fotografía se fue extendiendo a muchos planos y con una curiosidad que llevaba a hacer como una especia de arqueología sobre personajes a los que la mayoría de los mortales les chupaba un huevo. Resultaba dolorosamente poético el hecho de que Aris Kind, un don nadie del siglo XVII, tuviera que morir para eventualmente llegar a la inmortalidad. Me refiero precisamente a esta obra de Rembrandt, que dejó estampado a aquel hombre en el imaginario colectivo, sin que la mayoría de nosotros supiéramos ni cómo se llamaba.

La lección de anatomía del doctor Tulp es precisamente eso, el cuerpo de Aris siendo abierto fríamente por un doctor, como si el único acercamiento hacia un ligero reconocimiento fuera mostrando todo su ser, hasta incluso lo que la piel no suele dejar ver. Aris Klind había sido un ladrón de poca monta, y en aquella época de cientificidad febril, se precisaban cuerpos para realizar autopsias –algo que todavía no era muy bien visto, incluso en algunos lugares, ilegal-. Ese podía ser un final previsible para gran cantidad de condenados (las autopsias de rutina eran impensadas para personas ligeramente respetables), pero de seguro que aquel tipo no sabía que en doscientos años aparecería en todo libro de arte que incluyera al siglo XVII. Héroes anónimos, diseccionados durante siglos ante millones de personas.


Sonic Youth se asemeja en alguna de sus tapas a los Smiths por su capacidad de rescatar personajes e inmortalizarlos. Mientras que Morrisey y co. suelen recurrir en casi todas sus álbumes a imágenes de películas, como el soldado de Meat is Murder –proveniente del excelente documental llamado In the year of the pig-, o su primer disco homónimo, con una imagen del pecho de Joe D’Alessandro, el cual curiosamente es propietario del jean marca-bulto de la famosa tapa de Sticky fingers, de los Rolling Stones (es curioso, pero es como si diferentes bandas y artistas intentaran recomponer su cuerpo por pedazos). Los personajes detrás de las tapas es todo un tema, como por ejemplo, preguntarse quién es la gorda sobre la que se recuesta el personaje parecido a Tom Waits en Rain Dogs, quién es la mujer que sale de la psicodélica cripta en Hot Rats (Miss Christine, una groupie líder del GTO), y un eterno etcétera que daría varios posts para hablar. Pero volviendo a Sonic Youth, la tapa del Goo, dibujada por Pettibone sobre la foto tomada a Maureen Hindley y David Smith, testigos del asesinato de los Moor, ya habla por sí sola (la tengo incluida entre mis tapas favoritas de todos los tiempos), pero sin embargo nada difícilmente impresione tanto como el rostro de aquella chica arrodillada en el Evol. En aquella chica se encuentra el odio tallado por un cincel que más que cincel es un clavo al rojo vivo. Mantengo que si aquel rostro hubiera encabezado el disco de alguna banda de la primera ola del punk, por su capacidad de síntesis de todo el odio supurante -tal como 21st Century Schizoid Man es la angustia hecha carne- posiblemente sería tan famoso como el de Johnny Rotten o el Fender Precission bass siendo destruido contra el suelo por Paul Simonon. Por más que se apele a subjetivismos, se puede entender por qué un retrato y no otro se convierte en la bandera de una generación, por qué la cara de Che Guevara está pegada en la pared de estudiantes de arquitectura en Oslo, o por qué la cara de Bob Marley está en una de cada cinco prendas que se venden en la feria. Hay algo en la foto en sí, una expresión, algo tan potente e inexpresable como un acorde que te hace cagar parado, un verso que emplea palabras comunes pero que parece decir algo que nunca antes había sido pronunciado. Y efectivamente, uno de esos rostros es el de Lung Leg, la chica que aparece no sólo en esa tapa, sino también en Death Valley 69’ y muchísimas películas de Richard Kern. Fue tanta mi curiosidad, por no decir obsesión, que me empecé a bajar de a uno, varios videos de la filmografía de Richard Kern (que se pueden conseguir todos juntos en el dvd recopilatorio Hardcore videos), con el sólo propósito de saber un poco más de ella. Lung Leg era la Giulietta Messina del neoyorkino, apareciendo en varias películas del género Cinema of Transgression. De las películas en sí, no hay mucho que rescatar, sólo películas con el único propósito de generar shock, en una especie de ensalada de explotation, porno y cine de terror clase Z, de la manera más gráfica posible. Incluso llegué a ver una película que sólo consistía en una tipa sometiéndose a una intervención quirúrgica para coserse los labios de la vagina, llegando a cerrándoselos como un corset, por lo que ya se imaginarán por dónde viene la mano. Y luego de ver algunas de las películas, ciertamente la comparación a Lung Leg con Messina es más que arbitraria, porque las actuaciones son realmente pésimas.



Pero hay algo de la mina que llama la atención y que no se puede precisar, una furia que desborda su rostro que llega a lugares donde la mayoría de nuestros músculos faciales no pueden llegar, una furia intrínseca como si dentro de sus ojos se encontrara parte del combustible que hace seguir girando al mundo. Lung Leg parece de esos animalitos violentos y obscenos que no podemos dejar de temer, por más que estemos viéndolos separados por una reja de zoológico. Quise saber qué siguió haciendo la actriz, pero desapareció de la faz de la tierra, no se sabe siquiera si sigue viva. Como la historia del dadaísmo, lo que pasó con Lung Leg es más una cuestión de versiones que de verdades.

Hay muchas otras mujeres del punk que tienen un plus de atractivo que las groupies o minas de la escena de otros géneros musicales no tienen. Siendo Almost Famous una película que no me canso de ver, debo reconocer que la versión romántica que se hace de Penny Lane, puede llegar a convencer a uno (eso de mujeres enamoradas de la música y no de los músicos: realmente conmovedor), pero siempre vi a todas las groupies del entorno de hard rock setentoso (onda Penny Lane o Connie Hamzy) como meras escaladoras que podían estar desde con Jim Morrison hasta con Alice Cooper por el simple hecho de ser músicos. Pero las punkettes tienen un aura diferente, posiblemente por pertenecer a un terreno donde el glamour se limitaba a un baño público con secador de manos, y donde no había tanta plata para esquiar en montañas de merca. Es así que hay algunas punkettes que son realmente adorables, como el caso de Trudy Arguelles, o Dinah Cancer (que también supo ser música), y otras que no tanto pero que le doblan en actitud a aquellas flowerpower bitches. Acá hay una linda página que les hace tributo a muchas mujeres del punk de Los Angeles (interesantísimo ver que algunas de ellas ahora escuchan World Music).

Sin embargo, hablando de fotos que se convierten en mitos, hay una maquinaria que está llevando el augurio de Warhol a criterios insospechados, esa de que "In the future everyone will be world-famous for 15 minutes"
El Fotolog.
Posiblemente los fotologs sean la encarnación binaria de todo el potencial idiota, grasa, o sencillamente maligno que tiene la internet para ofrecernos. Siempre que se habla de lo terrible que está la juventud hoy en día, la lumpenización de todo intento de discurso, la primacía de la imagen sobre la palabra, la influencia de la nueva tecnología en el enajenamiento y estupidez moderna, ahí cuando empezamos a temer a hablar como nuestros viejos, los fotologs aparecen para darles la razón.
Pero qué han hecho los fotologs para que se produzcan estas aberraciones de la digitalidad, o mejor dicho, ¿qué hemos hecho nosotros para merecer tales fotologs? En sus bases, los blogs y fotologs son prácticamente lo mismo, y sin embargo hay diferencias fundamentales en sus discursos. Por supuesto, para toda regla siempre hay excepciones, y ciertamente hay blogs escritos por y para tarados (por momentos resultando incluso peores por haber una mayor pretenciosidad que en los fotologs) y hay fotologs bastante respetables como el de dagnasty, el de hple, y alguno que otro más (no conozco tantos, no suelo visitar aquellos lares). Sin embargo, la extensa mayoría de los fotologs están escritos por:
a) Bandas que utilizan el espacio exclusivamente para promocionarse (algo que en ningún sentido está mal, pero que tampoco tiene demasiado vuelo)
b) Teens que se convierten el espacio en un book absurdo de su propio narcisismo, con fotos sacadas a diario con textos borgianos como “Buenop, ak andamo sakando unas fotitits con la nueva kam” o “axer fuimos p Arachania, tuvo rebueno, pq el Mauro peló unas chechas y d++++!!!!!”
Lo peor es que, pensando que aquello sólo se debe a la obra de algunas pocas personas con un severo handicap mental, en los comentarios, o más bien, las “firmas”, el léxico y contenido no varíaa mucho de aquella tónica:
Ej:
divinahh
pase
q sts genial
besoss
ff

o, mi favorita:
watxiooooooo un besazo
cuídate

No creo que necesite exponer mucho más.
A lo que esto venía al caso es que hace una semana, mi hermana me mostró el fotolog de uno de esos personajes deplorables que abundan en esa comunidad –o más bien, jauría- virtual. El caso del tipo, sus fotos y su historia me interesó ponerlo acá por ser un actor metonímico de la metáfora que es la estupidez humana y los nuevos espacios que genera la internet para nutrirla.
El personaje es Maxi Ramonero, un tipo que día a día se saca una foto en poses más sacadas de un catálogo de Peluquería n.a. que de un fanzine punk –si es que aquello realmente sigue existiendo,-, contagiándonos con su tremenda sabiduría en mensajes como

no entiendo naaaaa toy re deprimido. The KKK took my baby away :(
Bue cambiando de tema ta ayer sali ahi al pedo ya q me dejaron tirado y ta a la rambla
con una amiga y el novio des u mejor amiga cualkiera jaja na x lo menos me diverti


Brillante.
Pero la estupidez no queda en algo solamente circunscrito a la forma, también es completamente la escenificación de su vida cotidiana. El tipo tenía una novia, llamada Agustina la que se fue de Montevideo por dos semanas. En el post del dos de enero escribe:

Bue nada esto lo hice enla Playa de Solis cuando salimos ese finde q fue el mejor de mi vida con mi nene divina como te extraño aguuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu
te re amoooooooooo


El tipo está enamorado. La extraña. Los siguientes posts son más o menos de la misma temática, incluyendo la marca de fábrica autoflagelante de la adolescencia con frases del estilo “me siento solo, me falta un refugio”, frente al cual la mayoría de la gente sale en su socorro, dándole para adelante, diciéndole que las cosas van a mejorar.
Sin embargo, luego de tanto contenido no apto para diabéticos, el diez de enero escribe:

Hola bue no se q decir toy hecho mierda soy la peor persona del mundo deje a la mejor persona del mundo como Aguuuu no me perdono ni me va aperdonar
ojala puedamos llevarnos bn y puedamos halbar bn xq te adoro nena
fuiste lo mejor q me paso y no te merezco

Uno lo primero que piensa es que la cagó, pero al menos el tipo tiene el rostro para confesarlo… ¡Nada menos que en un Fotolog! Al mismo tiempo, los morbosos pueden ir al fotolog de Agustina (que tampoco es Simone de Beauvoir) y ver como se va derrumbando poco a poco en el oscuro mundo de la espiral invertida. Sin embargo, las cosas siguen cambiando, y para el 17 Maxi Ramonero está enamorado de nuevo, enamorado como si fuera la primera vez (todavía incluye una foto de su musa). Agustina no se queda atrás, y el 12 ya siente que las cosas se van reordenando, para que el 19 confiese estar enamorada de un brasileño tatuador que conoció en Garopaba ¡Eso es lo que yo llamo un buen duelo!
A todo esto, Maxi ramonero para el 19 da la noticia de que su nueva novia desapareció y para el 25 nos cuenta que se está acostumbrando a la soltería.
En las lecturas oficiales de finales de siglo ya se venía hablando de la inmediatez y velocidad de la vida cotidiana, el flujo del capital constante y la fuerza centrífuga que parece recortar todos los vínculos sociales, pero nadie nos había preparado la vida de Maxi Ramonero. En cuestión de dos semanas cambia el esquema táctico como tres veces y todas sus obsesiones, o mejor dicho, pelotudeces, pueden ser leídas en la web por todo el mundo (ah, de eso también se habla, la caída de la barrera entre el mundo privado y colectivo).
En fin, ver este tipo de fotologs, más que confirmar el a veces necesario uso del rifle sanitario, es una actividad un tanto al pedo, pero aún así divertida, como tirar bombas brasileras a la jaula de los mandriles para ver cómo reaccionan.

Concluyendo, parece extraño cómo pude empezar con Emmy Hennings y terminar con tal ficha, pero a lo mejor es así, cuando uno hace de arqueólogo y escarba en ciertas fotos, sabe que se puede encontrar con vestigios de un reino sepultado, o en otros casos, con un envase de detergente.

Wednesday, January 16, 2008

Escopofilia III: Afilando la guadaña/Sexo, Drogas y H2Oh
2008 me agarró con una extraña angustia, una térmica que ha saltado más de lo esperable (y deseable), en un tipo al que la mayoría de la gente conoce como alguien que suele dejar pasar (a veces demasiadas vecese) la mayoría de las cosas. Últimamente me he encontrado puteando al televisor como un anciano, suscitando a menudo las risas de otras personas como mi suegra, que siempre que me ve estoy quejándome de algún aviso o de algún actor. No sé si soy yo o si realmente nos van jodiendo a gratis, pero ¿el aviso de 7up H2Oh no es un completo absurdo desde el mismo hecho de ser una bebida levemente gasificada y dietética y embanderarse como la bebida perfecta para la gente que no busca ser perfecta? Si aquellas personas les gusta ser como son, ¿entonces por qué toman bebidas dietéticas y levemente gasificadas? Después, agregar los avisos de blanqueadores que equiparan a dejar la ropa limpia de los hijos como un hecho sine qua non sobre lo buena que es una madre (como si no hubiera malas madres que usan Nevex) y el último aviso de Claudia Fernandez y el Piñe, que además del juego de palabras que muchos sabemos a donde apunta (tas contento-kasconquenco) es un velado alegato a favor del sexo como mercancía (además, justo eligen a Piñeirúa, dejando más claro que Claudia Fernandez está con él por los créditos que sacó- porque si no, ¿cómo?).
Agregado a esto, voy a Rottentomatoes y lo único que veo como futuros estrenos son remakes y versiones cinematográficas de comics (dentro de poco Paris Hilton va personificar a Puca en el cine).
En fin, tratando de ordenar esta colección de puteadas más bien sin forma, por lo que acá van mis últimos tres mayores enojos televisivos-cinematográficos de este año.

Mujeres asesinas (Varios directores, 2006-2008)
No tener cable debe ser algo complicado. Debe ser incluso más complicado que no tener televisión. Uno sin televisión se termina arreglando, termina por aceptarlo y recurre definitivamente a la lectura o al youtube, pero la posibilidad de ver televisión, y que tu opción esté restringida a cuatro canales que no tienen prácticamente nada que ofrecer, es algo angustiosamente frustrante. De producción nacional ni hablemos (además, ¿soy el único al que La oveja negra no le parece nada del otro mundo?), de Brasil siguen las mismas telenovelas de alto budget que por alguna razón la gente cree cualitativamente superiores a las venezolanas, y de las cosas compradas a Estados Unidos sólo puedo rescatar Lost y CSI (que tiene sus buenos momentos). De Argentina, desde Szifrón no hay nada que realmente valga la pena, y me propuse terminantemente no hablar de ese otro programa que parece prácticamente omnipresente en todas las esferas de la vida cotidiana (saben a cuál me refiero), incluso pareciéndome (más allá de las risas que me suele sacar de vez en cuando) Televisión registrada como un mero refinamiento y expansión de algo archi recontra conocido desde PNP.
Todo esto era una pequeño prolegómeno para abordar el programa de Mujeres Asesinas, un programa que aparentemente estaba laureado por varios medios como una de las mejores series de capítulos unitarios que hubo desde Tiempo Final (bueno, quien lo decía tampoco era Alsina Thevenet). Como todos sabemos, en Uruguay las cosas no sólo llegan tarde, sino que una vez que pegan se vuelven a repetir de manera muy poco decorosa (por Dios, cómo llenan con El Chavo cualquier baldío de programación), y estas mujeres vienen asesinando desde el año pasado. En lo que va de su programación, creo que he visto seis capítulos (no sé cómo, pero sí, creo que seis), los cuales incluyen actrices de la talla mediática (miren la palabra en cursiva) de Araceli Gonzalez, la Gaetani y Leticia Bredice. Una cosa que me llamó la atención del programa y su difusión es que en cierta manera, esta articulado como un alegato feminista, planteando en la mayoría de los casos (uy!, verídicos) a las mujeres más como heroínas románticas, que como asesinas per sé. O sea, se trata de que las mujeres son víctimas y lo único que hacen es ejercer su voluntad de poder a grados insospechados. Pero lo raro es que detrás de este mensaje semi latente, en el camino de glorificar a la liberación femenina en su catártica justicia a mano propia, nunca se escatima la posibilidad de mostrar una teta, un culo, o una escena lésbica. Me sigo acordando del caso de Araceli González, una especie de viuda negra que mataba a su esposo teniendo sexo con él hasta ocasionarle un infarto. Y así, en casi todas los capítulos que vi, había algún elemento de ese promopack de feminismo también disfrutable para el hombre. Lo que choca es esto: uno puede ver las heroínas de Russ Meyer, casi todas como amazonas escotadas completamente al ojo voyeur del hombre y es muy difícil que a uno no se le dibuje una sonrisa en el rostro. Es decir, el mensaje es tan descaradamente misógino que se vuelve completamente naïf, casi como un impredecible elemento pop que exaltando lo más grasa de un tiempo termina por cuestionarlo. En cambio en Mujeres Asesinas hay una hipocresía, una falsa moral, una misoginia sintomática que me parece mucho más aberrante que lo que se podría encontrar en un programas mucho más obvios como los de Olmedo. Es decir, detrás de ese alegato libertario (en el plano más filosófico), detrás de ese aparente lado oscuro de la sexualidad, no hay sino un discurso ideológico que es como una versión hipertrofiada hasta el desconocimiento de la moral más retrógrada. El acto sexual, siempre es algo pérfido, actuación definitiva de una infidelidad, acto previo a un asesinato o un acto asesino en sí (citando a la película de Araceli). Es como un canto al eros con el mito de la vagina dentada esperándonos detrás del telón. De cierto modo lo que logra todo esto es mantener de forma sintomática (que es la peor de todas las formas) un discurso en el cual el sexo es algo malo, penable, violento. En unas de las mayores escaladas pansexualistas de la historia de la televisión rioplatense (porque vamos a ser claros, hubo un preciso momento en que en Argentina las vedettes se adueñaron de los informativos y en Uruguay Abigail se convirtió en una institución –como si un travesti fuera la última novedad de la civilización-, sin olvidar uno de los casos más ejemplarizantes, el de Cámara Testigo, que pasó de ser una visión también bastante ideológica de la criminalidad a una mera excusa para mostrar la vida nocturna de whiskerias), la televisión no podría ser más enfermamente moralizante (sobre todo en el terreno de la ficción). Hace tiempo que nadie tiene sexo por amor, -ni siquiera eso, que podría pensarse alegato de un hippie o un religioso ferviente del sexo conyugal (dos cosas que estoy lejos de ser)-, nadie tiene sexo porque está bueno, porque es divertido o porque directamente puede hacerlo. El garchar es para engatusar, para meter los cuernos, por despecho, por error, por plata, para matar. A nadie se le ocurre la historia de una pareja que un día le pinta coger, cogen y lo sienten bien. En cierto modo, series como Mujeres Asesinas y Tiempo Final cumplen esa regla bastante graciosa que era enunciada por un cinéfilo indie en la película Scream: “En cualquier película de terror, si alguna pareja tiene sexo, eso significa que los van a matar”. Dicho y hecho, un importante porcentaje de los capítulos de Tiempo Final se basaban en la composición química parejafeliz-cuernos-descubrimiento-asesinato sumamente creativo. Incluso me preguntaba cuál podía ser el apelativo de ello, la razón por la cual se seguía insistiendo en el tema, y sin embargo capítulo a capítulo, no sólo en Tiempo Final, sino también en el más histérico Resistiré o en Historias de sexo de gente común se insistía en ese punto hasta el hartazgo. Uno podría hacer un film que intentara encontrar el engranaje preciso entre Eros y Thanatos (en lo que El imperio de los sentidos es la película axiomática por excelencia), incluso uno podría sencillamente escandalizar porque puede, como podría hacerlo John Waters o Todd Solondz en Happiness (en ese final del perro en el que uno se dice "pah, ahora sí que se fue al carajo"), pero acá se busca algo distinto, algo imposible de estar más lejano de combatir una moral imperante. La única solución que encuentro a todo esto es que a la gente le gusta ver a otros pagar por sus sucios pecados.
La televisión mundial y la moral que la atraviesa como vasos capilares ha dejado de ser el lobo difrazado de oveja, ahora viste de Araceli González

Spun (Jonas Åkerlund, 2002)
No sé qué tienen las drug movies. Hay gente que tiene su fetiche por las películas clase B, hay otros que les gusta las películas de persecuciones automovilísticas, yo siempre fui un tipo de drug movies. Ahora, viéndolo un poco mejor, es probable que esa fascinación por el mundo de la droga no se estanque únicamente en el terreno del séptimo arte. También en la literatura, en el último año, la mayor cantidad de los libros que consumí, si no están completamente atravesados por la droga, al menos es un tema que se llega a tocar (desde Bukowski –a no engañarnos, el alcohol también es una droga- hasta Enrique Symns, pasando por Burroughs, Kerouac y Selby jr).
La otra vez hablaba con un amigo sobre el blog de un músico y nuestras conjeturas sobre la pasión con que relataba con detalles casi dignos del INE las drogas que consumía, los asados que comía y el acontecer dionisiaco de su vida nocturna, sólo podía ser explicada por el pasado straight-vegano de esa persona. Es decir, luego de ser un straight vegano (ya siendo bastante complicado desde el vamos el hecho de no comer carne –o cadáveres, como ellos prefieren decirlo-), algo que en nuestra sociedad bastante carnívora y bebedora es lo más cercano a ser un brahmán, uno va acumulando cartones y en algún momento de su vida uno quiere razonablemente gastarlos todos al mismo tiempo. Es así que volviendo un poco al pasado, a razón de llevarle la contra al resto de mis compañeros de clase (estamos hablando de mis 13-16 años), me había propuesto ser todo lo que no eran ellos, y en eso se incluía la bebida, los cigarros, la mediocridad académica, entre muchos otros detalles. Es así que mientras las palomas de la madrugada picoteaban el vómito de compañeros de clase pasados con vino lija antes de las fiestas de quince, yo me mantenía sobrio y leyendo, con una persistencia que tenía más de cruzada moral que de simple inapetencia. Como le dije a unos amigos hace un tiempo, era straight sin saberlo. (Ahora que lo pienso, cómo me habría venido bien escuchar a Ian Mackeye en esa época, pero en aquel entonces lo más cercano a cultura musical era poder adivinar el nombre de los videoclips de MTV en el menor tiempo posible).
La cosa es que de cierto modo, todo lo que no hacía en la vida cotidiana lo vivía sintomáticamente a través de películas y cosas que leía. Leyendo o viendo películas, por un momento era esas personas que nunca podría ser en la vida cotidiana. Incluso tuve una corta incursión en el mundo de los juegos de rol, la que, para mi propio bien, no duró mucho. Ahora que lo pienso bien, estaba fascinado con el tema de la masacre de Columbine por el hecho de que en cierto punto era un anhelo secreto cumplir los actos de Eric y Dylan con la mayoría de mis compañeros de clase.
Y así fue como llegaron las drug movies.
La primera vez que vi Trainspotting fue una sensación intensa, visceral. Recuerdo terminar de ver la película, fascinado por aquella canción de Underworld, ir a la cocina, ver la mesa puesta, la familia sentada, Coca Cola, una milanesas y sentir que nada de eso tenía sentido. Recuerdo haber pasado los días siguientes mirándome obsesivamente los brazos. Los quería tener más flacos, quería tener los brazos de Renton, tener su cabello rapado, esas camisetas encongidas que no le pasaban del ombligo. La droga por primera vez se sentía como algo cercano, como algo que por su sola presencia podía hacerme caer en su mundo, como el borde que amenazante parece tironearnos hasta el abismo.
A partir de Trainspotting fueron otras películas. Porro, alcohol, merca, peyote, todo circulaba por mi videocasetera como si fuera el Tánger, aunque prefería la heroína. Los films de heroína tienen ese plus, esa formación reactiva, la suciedad y delicadeza de la ceremonia de la jeringa y la cuchara, los abscesos, la flacura, y los brazos, siempre los brazos picados que tanto me obsesionan.
Es por esa razón que en mi estadía en la casa de María se me ocurrió alquilar Spun, película que pintaba medio cirquera, pero que tenía mucha white trash (otro fetiche mío) y a Mickey Rourke, actor idóneo para todo lo que se refiera a excesos. La película es sobre el cuelgue con las metanfetaminas, por lo que ya sabía a lo que me enfrentaba. Si Aronofski se encargaba de hacerte parecer una pitada de porro una montaña rusa llena de cut ups y primerísimo planos de pulipas contrayéndose o dilatándose, uno se imagina que con la metanfetamina (no por nada se le suele llamar speed), la edición puede ser anticipada de no ser precisamente una película de Tarkovski. Y efectivamente, ya en sus primeros cinco minutos, uno se da cuenta que el tipo no sólo cumple con lo esperado, sino que se le va la moto como nunca pudiera imaginarse. Aparentemente la película trataría de reflejar ese desfasaje temporal del mundo de los colgados al speed, lo entiendo, pero hay una cantidad inconmensurable de tomas al pedo, completamente ajenas al solipsismo de un drogadicto. Es decir, si a Spider Mike (John Leguizamo) se le ocurre abrir la puerta, te van a poner en dos segundos, la persona vista a traves de la mirilla, un primer plano de Leguizamo, las manos, después una toma del interior de la puerta, mostrándote como se abre la cerradura, y recién después la puerta abierta. Así también, cada vez que Ross prende el auto, una cámara interna te muestra cómo se prende el motor. El absurdo máximo llega en el momento en que Ross tiene sexo con su novia –por antonomasia-, apareciendo toda una serie de animaciones que poco o nada es lo que pueden aportar al desarrollo del filme. Es decir, ¿qué función realmente tienen esas animaciones? ¿Representan el deseo de Ross?¿Una distorsión del sexo bajo la influencia del speed? No, sencillamente eso, tenemos unos dibujantes bastante cool, metamos algunos dibujitos, por más que no tenga nada que ver. No voy a ser el primero ni el último en criticar la new trend de los estilizadores de la imagen. No sería el primero en putear a Aronofsky (que si bien Réquiem por un sueño me parece una película horrendamente efectista, Pi no está mal), ni tampoco hablo de que la nueva ola de directores de videoclips jugando a hacer películas sea homogéneamente mala (lo que ha hecho Spike Jonze me gusta mucho y ciertamente The Science of sleep, de Gondry me pareció un film correspondidamente hermoso en lo visual), pero hay una cantidad inconmensurable de material de edición al pedo en esta película que resulta tremendamente imbancable.
La herencia de Corre Lola, corre, se ha pagado caro en las drug movies. Parece como si las drug movies más que una temática, se hayan vuelto una estética en sí. Personalmente, no creo haber visto mejor escena de un shot de heroína como aquella actuada magistralmente por Harvey Keitel (y este es uno de esos casos en los que el pomposo adjetivo está justificado) en Bad Liutenant –en español, el ridículo título de “Un maldito policía”-. Y precisamente, si uno se percata de ello, la escena es prácticamente una sola toma. Un poco más estilizado, pero también muy convincente (incluso me hace pensar qué es lo que realmente se están inyectando los actores, porque definitivamente algo se están metiendo en las venas), es The Panic in needle park, con unos close up de los brazos y los rostros de los drogadictos que a uno le provocan escalofríos. Incluso hay una escena en que Pacino le inyecta heroína a Kitty Winn y la cámara (estoy recordándolo, capaz que no sucede realmente así), hace una especie de lento travelling desde el brazo hasta el rostro, como si fuera el mismo trayecto del efecto de la droga (aunque en realidad en el lugar donde se suele sentir más es en el estómago y en la columna). Lo común que tienen estas dos escenas es en la economía de recursos: nada de dibujos animados, música cool, o edición MTV. Incluso, si pensáramos en alucinaciones –algo para lo que podrían servir los efectos especiales-, me parece mucho más convincente la austera escena del murciélago comiéndole la cabeza a una rata en The lost weekend, de 1945, una de las primeras películas en que el borracho protagonista dejaba de ser de esos perspicaces personajes que sólo servían de relleno para gags y humor físico. Las únicas drug movies que recuerde que me gustan más allá de tener algo de ese estilo son la ya mencionada Trainspotting y Acid House, ambas con un particular encanto británico que lo terminan comprando a uno.
Volviendo a Spun, lo único que la salva es la escena en que Mickey Rourke habla sobre su madre ahogando cachorritos en una piscina, diciendo que está matando lo que no va a poder cuidar (curiosamente, uno de esos momentos al final del film, donde parece que Jonas Åkerlund pone la pelota al piso) y el hecho de no ser una película moralizante, con personajes que muy lejos están de ser románticos. En este sentido prefiero toda la vida el Chinaski de Barfly (convengamos que no hay nadie mejor para el papel de Bukowski que Rourke) o a la pandilla de Drugstore cowboy que a la horrenda, horrenda, HORRENDA interpretación de adolescente en las drogas de Evan Rachel Word en Thirteen (no tanto la actuación, sino el personaje de inocente-teen-blanca-seducida-por-latinos-malos-al-oscuro-mundo-de-la-droga), o a Leonardo Di Caprio en Basketball diaries.
Pero la moral es una lagartija que al agarrarla de la cola se escapa y te la deja como obsequio, y aún así en las películas con intentos de poner más a prueba al espectador, termina como parte de un discurso dominante. Parecería que en el sadismo de ciertos directores hacia sus personajes, sobre todo Aronofski en Réquiem por un sueño –aunque hay que coincidir que está basada en una obra de Hubert Selby jr.-, se repite un poco lo que venía hablando con respecto a las series argentinas, como una visión moralizante similar al puño de Dios (en este caso, el cineasta) cayendo sobre los mismos pecadores. Al menos, esto es algo que podemos agradecer que no ocurrió en este film.

9 songs (Michael Winterbottom, 2004)
Cuando a Michael Winterbottom le preguntaron por qué rodó una película con escenas de sexo explícito, este respondió ¿por qué no? La respuesta es perfecta, de esas cartas que están a la altura de la manga pero casi ninguno suele usar. Esta era razón suficiente para querer ver una película de la que más de una persona había comentado. Lo que no me quedaba muy en claro era por qué se llamaba “9 songs”. En el videoclub Videoimagen, vi la parte de atrás del dvd y ahí entendí el por qué. La película es el recuerdo de una relación pasada del protagonista al ritmo de flashbacks cargados de escenas sexuales y 9 conciertos que se sucederán a lo largo del film. La mayoría de las bandas están recontra hipeadas (ej; Franz Ferdinand y Black Rebel Motorcycle Club), pero había más de una que me caía bien, como Primal Scream, The Dandy Warhols y los Super Furry Animals. Aunque les parezca difícil de creer, estaba más impaciente por ver cómo articulaban estas presentaciones en vivo con la trama, que la gran cantidad de felaciones y close ups pornográficos que garantizaba el dorso del DVD. Es así que alquilé la película con bastante anticipación.
La película dura una hora y siete minutos, y ciertamente no está mal actuada, incluso se dan una serie de diálogos muy naturales que de seguro fueron improvisados (aunque tampoco hablamos de conversaciones a la Brando-Schneider en Ultimo tango en París, ya que seguimos hablando de películas con alto contenido sexual).
Después, las escenas sexuales. Resultaría difícil increpar a la forma de filmar las escenas, en las cuales hay un muy bello manejo de la imagen y las sombras (para mí el tema de las sombras es absolutamente esencial en la pornografía y las fotos eróticas, algo que le erra tremendamente la Playboy argentina y las gonzo movies, pero eso es algo que me encargaré en otro post que tengo en mente), aunque hay una paleta de colores pálidos –esa aura mañanera de Inglaterra- que, de cierto modo dejan lo sexual por debajo de otro tipo de intimismo (no precisamente frialdad) pero no discutiré esto porque a lo mejor era algo que se proponía el director. Pero el problema viene con lo que vendría a ser el coagulante del film: la música. Supuestamente las bandas iban a ser los cables subterráneos que conectaban a toda la película, y sin embargo no figura realmente nada de esto en el film. Mientras que el sexo no es un acto violento y desenfrenado (la imagen de Nicholson y Lange en El cartero siempre llama dos veces se me viene a la cabeza), pero sí muy intimista, las presentaciones en vivo son algo frío, distante y monótono. Todas parecen haber sido filmadas en la Brixton Academy, un lugar más bien grande, lejos de gozar de la proximidad de un bar o un pub londinense. Los shows parecen estar elevados al nivel de espectáculo, pero muy lejos de una experiencia intensa, de una situación de por sí. Incluso, a no ser en la presentación de Franz Ferdinand, no parece muy claro si a los protagonistas le gustan las bandas, o si sólo están ahí como meros receptáculos de algo que se suponen que tienen que disfrutar, como si estuvieran jurando la bandera más que viendo la banda de sus sueños. Incluso, uno podría pensar que las canciones actúan como una especie de coro griego sobre lo que ocurre con la relación, pero poco o nada es lo que se puede sacar en limpio de ello. Aún más, la iluminación y las tomas (generalmente a una distancia prudente de la banda) son tan parecidas entre sí que nos haría pensar que fue un mismo show de varias bandas recortado y pegado a lo largo del film. Es decir, la música no tiene nada que hacer en la película. La única conclusión que se puede sacar es que las bandas no son más que un ornamento hip para actuar como anzuelo como boludos como yo.
Luego de aquella respuesta, el ¿por qué no? que tanto me sedujo como una de las respuestas más sinceras en mucho tiempo leídas, me termino encontrando con un film que de no ser por esas canciones (algo tan desconectado como una cita a los fenomenólogos alemanes en una lista de supermercado), podría haber sido una linda película que funde amor, sexualidad y droga (si, la hay y de una manera dosificada y casi cotidiana que me resulta de lo mejor de la película) de una forma tan natural que podría haber sido la respuesta a lo que me venía preguntando en el punto uno y dos de este post. Pero lo cool es más fuerte.

Wednesday, January 09, 2008

Kit de salvación
La cosa era que me iba. Más bien, me escapaba. Era mi primer escape semi oficial. Entonces me encontré a mi mismo revolviendo cosas de mi cuarto y poniéndolas en mi mochila, sin mucha conciencia de ellas. Era como si por el enojo el borde de todas las cosas se limara y todos los objetos fueran opacos prismas de distinto tamaño y textura que se encastraban como pedazos de tetris en el fondo incierto de la mochila. Pero la cosa es que me escapaba de casa, sabía que no por mucho, pero al menos era algo parecido a un escape. Había telefoneado a María diciéndole que me iba a quedar en su casa. Justo los planetas se habían alineado y no habría nadie en la casa por una semana. Le había dicho que caería a eso de las ocho, por lo que a las cuatro de la tarde tenía que ingeniármelas para encontrar algo para hacer fuera de casa. Estuve en la plaza Gomensoro leyendo Carver y negando una y otra vez las chapas para el vino que me pedían con un automatismo casi al borde de la disciplina algunos planchas rambleros. Luego, pasé unas horas en la casa de un amigo, jugando al Monopoly y conversando en la terraza sobre exámenes, la mostaza de La Pasiva y películas porno de Bin Laden.
Unas horas después, un 183 inusualmente vacío y un sendero adoquinado me conducen a la casa de María. Montevideo es un horno, pero los elevados techos de las casas del prado como contracara de sus crudos inviernos mantienen las casas frescas como un oasis-bunker en verano. No me he recuperado del todo de mi esguince de tobillo, pero aprovecho el impedimento físico para detenerme en el enchastre lila de los Jacarandás en los adoquines, los cables de luz demasiado cercanos al suelo, los perros guardianes que me ladran automáticamente y sin ganas, como empleados públicos marcando tarjeta en verano. Había una mezcla de enojo y tristeza que sólo lo podía sentir como calor y libertad.
Una vez en la casa, todavía medio sombrío por la pelea acontecida hace unas horas, le hago un pequeño repaso de lo sucedido. María trata de alegrarme y me dice de alquilar una película y de la posibilidad de que venga mi cuñado con su novia a comer más tarde. Me dice que mi concuñada tiene La danza de los vampiros, repitiendo el apellido Polanski, como una palabra mágica capaz de sacarme de mi estado taciturno. Toda esta conversación en el living la llevaba a cabo con mi mochila aún puesta. En cierto modo, era posible de que siguiera con ella encima para subrayar la novedad de mi escape. Me estaba escapando, y me gustaba hacerme conciente de ello viéndome reflejado en el televisor con aquel bulto en la espalda. Pero cuando menciona lo de alquilar un dvd se me hace un vacío en la cabeza. Suelo llevar el aparato a su casa, si no, es tratar de ingeniárnosla con lo que hay en el cable (muy poco recomendado). Pero realmente no tengo idea de si traje el dvd. Es más, me percato de no tener idea de lo que llevo en la mochila. Sólo sé que traigo “¿Puedes hacer el favor de callarte, por favor?” de Raymond Carver, que me lo puse a leer en la placita Gomensoro unas horas antes. Le comento a María el hecho de no tener idea de lo que hay dentro.
Pongo la mochila sobre la mesa, es como si me sacara una bituminosa piel de mi cuerpo, mi espalda está completamente empapada.



Sobre la mesa: mi mochila de escapatoria, mi kit de supervivencia.
La abro y curiosamente los dos acercamos nuestras cabezas como dos niños intentando distinguir formas en el fondo de un aljibe. Saco lo que hay adentro:

Cinco discos:
-Buenos Muchachos-Dendritas contra el bicho feo
-Sonic Youth-Evol
-Sonic Youth-Daydream nation
-Dinosaur jr- Beyond
-La hermana menor-Todos estos cables rojos

Diez Libros:
Carver, Greil Marcus, Jean Allouch, Zizek, Eyherabide, Ferreiro, Leandro Delgado y algunos seminarios de Lacan que nunca logro entender

Nada más.
Tremendo kit de supervivencia.
Mi novia extrañada me pregunta en dónde puse la ropa. ¿Camisetas? ¿Calzoncillos? ¿Cepillo de dientes?¿Abrigo?
Nada.
Lo que podía ser perfectamente usado como una señal de la decadencia de mi rebeldía de medio pelo (es decir, ¿cómo podría efectivamente fugarme ante tal incapacidad de selección de suministros?) se convirtió en una divertida postal de estos años, una linda instantánea de mi personalidad actual. Mi kit de supervivencia, ese acto fallido, es sencillamente eso: cinco discos/diez libros. Sabía que iba a tener puesta mi camiseta de Sonic Youth los días que durara mi estadía. Sabía que tampoco me iba a poder cambiar de calzoncillo, y probablemente tendría que pedirle prestado el cepillo de dientes. Y aún así, me encontraba extrañamente bien, como si me hubiera enfrentado súbitamente a algo revelador, un momento a partir del cual nada iba a ser lo mismo.
Son todos grandes discos, pero hay algunos otros discos que considero más fundamentales y que no los elegí. Pensé que por alguna razón había elegido justamente esos. Pensé que algo de la elección podía estar basada en uno de mis últimos posts sobre música feliz (¿qué mejor música para sobrellevar una crisis familiar que Dinosaur jr?), pero esta hipótesis se derrumbaba ante discos como el Evol, que en sí es bastante oscuro (Shadow of a doubt, por Dios). Pensé infinitas combinaciones, intentando encontrarle un rasgo común temática o estilísticamente, pero aún resultaba bastante forzado.
Los discos que cayeron dentro de la mochila quedaron, de cierto modo, canonizados.
De una forma u otra, más allá de las nuevas bandas que conozca, aquellas que redescubra y las otras que me decepcionen, esos cinco discos quedarán marcados en mi memoria. Y desde ese preciso momento lo supe, se convirtirían en algo más que cinco discos que me gustan mucho, se transformarían en cómplices de un crimen imperfecto, en mi salvavidas, mi pistola de bengala, mi espejito de código morse,
los discos con que una vez pensé escaparme de todo y de todos.