Saturday, January 31, 2009

Mejores discos del 2008
Sí, el post llegó tarde, quizás demasiado tarde, pero esto se debe a un par de razones razonablemente razonables:
1) 2009 me viene resultando un año bastante activo, lleno de idas y venidas, proyectos, contraproyectos, indigestiones y redescubrimientos, que poco espacio me dejan para sentarme y escribir
2) La idea de los diez discos del año ya fue presentada en tantos espacios, que uno pierde la convicción de que está creando algo relativamente innovador o creativo.
3) Iba a mechar la lista con experiencias que me ocurrieron en las vacaciones, pero terminé haciendo usufructo exclusivo de ellas para un cuento que ando escribiendo
4) Saqué una cuponera de quince películas en videoimagen, las cuales han confiscado prácticamente el noventa por ciento del espacio físico y temporal que tengo para hacer otras actividades distintas de laburo/estudio
5) ¿Quién puede escribir con este calor?
Hay una larga tradición en definir cual es tu canción del verano. Con una redundancia casi vikinga, gran cantidad de mis posts se centran en los cambios subjetivos que acarrean los cambios de estaciones, estaciones que no están divididas por solsticios ni equinoccios, sino por las pequeñas historias y capítulos de la vida que uno se cuenta a sí mismo. Posiblemente de todas las estaciones, el verano es la que más se emperra en encontrar sus objetos metonímicos, aquellos tres o cuatro minutos que se estampan en el imaginario colectivo como una yerra, generalmente enfocados a cierta imaginería fiestera, hip, fresca o lo que sea. Básicamente, por el perfil tan oficialista puntaesteño del verano uruguayo –por más que Rocha se ha convertido en nuestro verano uruguayo (no el mío, mis veranos siempre van a mantener su corazón pegados a Atlántida)-, la estructura nitrogenada de los temas veraniegos marcan la exigencia básica de poder musicalizar una pasarela. Fíjense cada uno de los temas oficiales del verano, y siempre encontrarán una cualidad bastante atada a cierta noción de glamour, los beats en negras marcando cada pierna de garza (¿o el paso de ganzo?) de esas modelos que a tanta gente les hace el bocho. Tomen ejemplos, Get over you, o Take me home de Sophie Ellis Bextor (una mina que es a los temas de pasarella lo que fue el río Klondike a la fiebre del oro a fines del siglo XIX), Can't get you out of my head de Kylie Minogue, Velvet Morning de Primal Scream (con nada menos que Kate Moss detrás del micrófono), y la cosa da para rato.
El tres de enero me fui para Punta del Diablo, que en base a la cantidad de gente que lo había invadido, por momentos parecía significar su nombre literalmente. Llegué con María a las cinco de la mañana y no tardamos media hora para huir a Santa Teresa. Las razones eran múltiples, pero principalmente estribaban en que no había lugar en el camping, tanto que había automóviles con gente durmiendo adentro esperando para que se desocupara. Había una extraña desesperación de la gente (diferente al tono aletargado y más bien genchi que siempre caracterizó aquellos pueblos de la costa rochense), había una necesidad de ocupar un lugar, a como de lugar, sin importar las consecuencias. El verano del 2009 será para conocido como el verano en que Uruguay se prendió fuego, pero también el verano en que Rocha se llenó como un hematoma rechoncho de sangre, un departamento, como dicen las traducciones de Burroughs, "al rojo blanco". En general este es el momento donde extraigo alguna conclusión en que me separa del resto de la chusma, y por más que sé lo artificial de esta postura (después de todo, yo también estaba ahí), aquella desesperación por estar en Rocha me parecía una interrogante frente a la que a Guy Debord no le hubiera temblado el pulso al responder. Hay un aviso propio de ese nuevo linaje de comerciales que incorporan elementos absurdos tratando de vendértelos como si fuesen la última obra de un colectivo surrealista escondido en un silo antibombas checo, que más allá de sus lugares comunes, muestra una o dos verdades del fenómeno veraniego. En el aviso, la gente se manda mensajes de texto de dónde hay comida, dónde hay fiesta, dónde hay sol, etc. acarreando muchedumbres enardecidas que van nomadeando de un punto de atracción a otro. Aquello era realmente lo que se podía ver en la costa: la gente andaba corriendo como cumpliendo un schedule, tan cansados que no sabían si lo estaban disfrutando. Todo eso me hace acordar a las nociones de espectáculo que maneja Guy Debord en Rastros de Carmín sobre la fiebre jacskoniana (que no es un firmante de la declaratoria de la independencia, sino el moonwalker, the king of pop, o la reencarnación de Peter Pan, como él preferiría llamarse). En referencia al multimillonario disco Thriller: “El contenido ya no era el sonido de la música, ni la forma la manera e que la música se presentaba o funcionaba como género. El contenido era ahora la respuesta al acontecimiento social de Thriller, y la forma mecánica del acontecimiento. (…) El triunfo de Thriller imponía su propio principio de realidad, estaba allí como parte de cada viaje al trabajo, como una serenata a cada recado, como un referente a cada compra, como un hecho que formaba parte de la vida de todos. No tenía por qué gustarte. Sólo tenías que reconocer esa realidad, aunque en cierto modo, en el año de Michael Jackson, reconocerla implicase que el disco te gustaba”. Suplanten a Michael Jackson por Punta del Diablo, y ahí tienen exactamente lo que pienso. Como en Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj, de Julio Cortázar, Punta del Diablo no se regalabaa los visitantes, era más como los turistas entregándose a Punta del Diablo, en un honorable acto sacrificial.
Pero bajándome de las ramas de tal arborescencia, en los siete días que permanecí en Santa Teresa, no escuché una sola canción. El hecho fue fortuito, el I-Pod que conservaba todo mi arsenal musical me traicionó a último momento, agotándosele la batería por una desinteligencia mutua (mía y de la máquina) con el botón de HOLD. Esa semana sin música fue bastante interesante, incluyendo un encuentro cercano con un ñandú, el descubrimiento de las bondades de cagar en el bosque, un mal episodio (y un subepisodio aún peor) vinculado al consumo prolongado y excesivo de caipirinha, y un momento de extraño ensimismamiento que podría haberme costado la vida. Sacando cuentas, fueron unas mini vacaciones curiosas.
Ni bien llegué a Montevideo me fui para Atlántida, esta vez sí comenzándome a poner al día con la música. Fui a pescar un par de veces. La primera, con mi abuelo asesinamos a 34 pejerreyes y tres sardinas. Es interesante hacer una actividad musicalizada por algo diamentralmente opuesto. En ese sentido, era gracioso practicar el silencioso e instrospectivo arte de masacrar peces con los Fucked Up de fondo. Fue ahí que más o menos se comenzó a performar el que vendría a ser mi tema del verano:
Scott Walker, Next. Posiblemente no sea tan buena como Au Suivant de Jacques Brel (¿pero quién puede interpretar cualquier tema mejor que Jacques Brel?), pero conserva la desesperación, las inflexiones de voz de alguien completamente arrasado por la desesperación del militarismo, la gonorrea y el amor fácil de las prostitutas. El Next, you’re next de la putas, gambas abiertas esperando el próximo soldado para rociarla de esperma, se convierte como una palabra flotante, una palabra que taladra el cerebro de Walker, que lo acompaña en sus pesadillas, que aparece, casi como un elemento tan traumático que resulta imposible de simbolizar, una palabra que deja de ser una palabra y se convierte en una cosa. Si bien el Scott 4 es el disco definitivo de Walker (personalmente, lo considero entre los tres discos mejores producidos que se hayan hecho por y para humanos), el Scott 2 es el más variado en cuanto a los personajes que encarna, sin la unidad del cuatro o del tres, pero con, posiblemente los mejores temas sueltos de su carrera –Best of both worlds (cancion perfecta, si las hay), Jackie y Plastic Palace People, como ejemplos, sin contar a Next, del que ya venía hablando.
Fiel a mi estilo, mi tema del verano no tiene nada veraniego (el único verano que recuerdo ser musicalizado por un tema correspondiente, creo que fue hace cuatro años, en donde Mula Plateada fue el tema que atravesó diametralmente aquellos tres meses de pura playa y crisis personales), es un tema que pertenece más al frente de guerra en la campiña francesa, llena de nieve, barro y putas de sudor frío, completamente comidas por la sífilis.
En fin, todo esto no es más que para llenar el ojo ante una lista que ya viene demasiado atrasada.
Acá los mejores discos del 2008.


10) Xiu Xiu- Women as lovers
En mi computadora aparece una escena actuada por Nicole Kidman. Uno le ve la piel, y parece de porcelana. Hasta a uno le da miedo que de caerse se haga añicos. Pero el tema es que estoy seguro de que si la cámara se empieza a acercar lo suficiente, aquella mejilla blanca, ligeramente rosada va a comenzar a mostrar sus poros, sus ínfimos vellos enquistados, y si pudiera acercarse con un lente microscópico, en esa parcela de piel uno podría encontrar un violento continente, lleno de bacterias, mitocondrias y anticuerpos uniéndose a un sucio festín caníbal. Más o menos esto es lo que pasa con Xiu Xiu. La pareja llega a una introspección tal de su jodido mundo emocional que todo aquello que vemos es tan humano, tan violenta y suciamente humano, que nos termina incomodando, dando asco. No hay nada más horrorizante que la verdad, y, letrísticamente Jaime Stewart nada entre ella como experto pez de pantano. "Why would a mother say such things/ Why add tongue to a kiss goodnight?”, cuando uno escucha versos como estos, aquello resulta algo demasiado incómodo para asumir, incluso para escuchar. En un mundo donde parecen cada vez más lejanos los momentos de locura, los auténticos pasajes al acto que provocaban un Jerry Lee Lewis parado sobre el piano, un John Lydon gritando I am an anarchist!, o un Alan Vega cagando de miedo a un público de doscientas personas, mientras esquiva sillas y botellas voladoras, es bueno que sigan habiendo trabajos que sigan generando sensaciones tan extremas, aún así sea la de huir, huir sin mirar hacia atrás.

09) Glasvegas-Glasvegas
Hubo una época que decir que una banda creaba himnos juveniles, tanto disponibles a ser tarareados en una cotidiana excursión urbana como coreados en estadios, no era algo tan sacrílego y reprobable como hoy en día. Todo lo que detente un plus-de-emoción es calificado como rimbombante, ridículo y exagerado. Dentro del indie hay una desconfianza sistemática hacia lo visceral, o los grandes discursos, uno puede ser cute pero no llorar a moco suelto, uno puede ser soñador, en tanto sea pueril, uno puede mechar elementos heroicos, en tanto adopte una semi consciente autoparodia. El puritanismo indie ya no puede entender a los solos llenos de pathos de antaño, o las canciones de amores juveniles de Bruce Springsteen. Es así que llega este disco de Glasvegas, un disco completamente tan sensible y juvenil como perfecto. La voz del James Allen tiene un tono, o más bien una articulación extraña, como si fuera un jamaiquino, en vez de escocés. Un disco que tiene una unidad sonora que lo hace parecer conceptual sin serlo, con todos y cada uno de sus temas perfectamente recordables, tan perfectamente dependientes como independientes entre sí, listos para que te lo cantes a ti mismo en los peores momentos, para que practiques guitarra aérea en tu casa sin sentir vergüenza. Glasvegas es la banda que tendrían que escuchar todos los chicos de quince a dieciocho años, de pretenderse mejores generaciones futuras

08) Cadáver Exquisito- Cadáver Exquisito I
Cadáver Exquisito nunca va a tocar en un Pilsen Rock. Apenas pueden poblar la mitad de un BJ y posiblemente estén en su pico de popularidad (¿?). Las razones son múltiples, pero una de las principales es la de no poder amoldarse a ninguna escena. Demasiados entrópicos para el gran público, demasiados normales para la escena under/postpunk/free/psicodélica/comehongos uruguaya (entiéndase IMAO, Fiesta Animal, Trío Vilardebó, Psiconautas, Pacientes, que en realidad tampoco tienen mucho que ver entre sí), Cadáver Exquisito nunca estuvo apadrinado –a no ser que nadaran hacia el otro lado del charco y le pidiese su bendición a Ariel Minimal-, y aquello lo convertirá en una banda eternamente insular en la música uruguaya. Ya cuando uno ve la horrible tapa del disco, se da cuenta de que esta gente no quiere agradar a nadie. Cadáver Exquisito I es un culto a lo dionisíaco, con un baterista que parece aplicar técnicas de Guantánamo a su batería y un guitarrista que encontró el puente invisible que une a Gegg Ginn con Jimmy Page. Todo lo bueno y malo que se puede decir sobre el disco radica en su desmesura, con temas de diecisiete minutos que nunca llegan a dejar de ser interesantes, solos tan setentistas como violentos que se anclan en Color Humano, Pescado Rabioso y otras bandas de aquella época, y sí, algunos sacrificios, propios de tales trapecismos volantes sin red. El tema paradigmático es Plafond, un tema con esencia funk que tranquilamente podría pegarla en las radios, y en el que, súbitamente a la mitad del mismo, se le instala un medley y demás divagaciones que lo extienden a más de diez minutos de puro delirio. Uno puede pensar que es una lástima sacrificar un tema pop tan, en un principio, redondo, pero ese mismo autosabotaje termina resultando una declarción de principios.

07) Deerhunter- Microcastle/Weird era cont.
El Microcastillo de Deerhunter es uno lleno de laberintos, puertas falsas, fosos y mazmorras, sin nunca dejar de ser brillante, tan cristalino como de vidrios espejados. Pop, pop del bueno, es casi como una de las más perfectas síntesis de los mejores recursos del indie de los últimos quince años. Es un laburo de orfebrería, que nunca pierde el norte aún en su más intrincado y shoegazer ep Weird era cont, que posiblemente supere incluso al disco oficial. Disco hipnotizante si los hay (el tema Agoraphobia siempre me mete en un extraño estado de trance), frente al verano que despliega sus tentáculos furiosos sobre todos nosotros, uno se pierde en el castillo de Deerhunter, y por un momento aquello se siente como abrir el freezer y meter la cabeza unos minutos. Si bien Next, de Scott Walker es mi tema del verano, posiblemente el disco de mi verano sea el Weird Era Cont, un álbum que me ha acompañado en jornadas pesqueras, descalzas caminatas por baldosas calientes de Montevideo, angustiantes desvelos frente al teclado y trayectos interurbanos en saunas móviles. Si enero en la ciudad no termina resultando un infierno, mucho le debe a este disco.

06) Millones de casas con fantasmas- Apoteosis LP
Pau O’Bianchi es el multifacético integrante de Tres Pecados, auque divide su actividad en otras bandas como Relacionessexuales, Genuflexos, y andá a saber cuántas otras más. Apoteosis LP es un disco elaborado en el marco de proyecto solista llamado Millones de casas con fantasmas. Es un disco doloroso, en el que el mismo Pau dice haberlo hecho casi en un estado de sonambulismo, percatándose del resultado recién una vez terminado (el disco fue grabado en una licencia vacacional, tiempo en el que no hizo practimanete nada fuera de la producción del disco). Pau aparece desatado, ciclotímico, con picos y bajones que tienen anclaje en oscuros tiempos que marcaron la vida del músico en el último año. El cambio sufrido desde Pesadillas para niños y travestis dadaístas (su primer disco) es notable, con una forma de cantar y una poesía mucho más segura de sí misma, comenzando a dejar los gérmenes de cierta cosmogonía que va a ser uno de los aspectos más interesantes de la obra de O`Bianchi. Abre el tema Hoy con un dulce arpegio y la voz de Pau, lejos de los gritos primigenios, cantando con voz temblorosa “(…) la seguí como si estuviera imitando a un ciempiés, verde venenoso pero honesto/ un ventilador/no hace volar a las mariposa las descuartiza/ como si fueran nuevas cenizas”. La canción sigue con la guitarra y aparecen unas trompetas lejanas, como si se estuviesen levantando los puentes del reino de Pau, esa muralla que sólo se conocía por el aceite ardiente que caía de sus torres en Pesadillas. El disco posiblemente tenga los momentos más bellos e intensos en la discografía de O’Bianchi, con una dignísima versión de Mandolín (ese tema abrumadoramente bello de Gustavo Pena, “El príncipe”, uno de los músicos más injustamente olvidados de la música uruguaya), la oriental China conquistará al mundo y el abismo que abre el disco a la mitad, que es la trilogía Mariana mañana/Ella no se va/Cajones, de las cosas más ominosamente depresivas que se hayan registrado en la música uruguaya. Tras Ella no se va, una canción desesperada y tensa, con ciertos visos a The trickster, de Radiohead (b-side que aparece en el single My Iron lung), Cajones sería la culminación del viaje en espiral invertida, con una atmósfera opresiva y versos como “ya están los cajones/solo faltas vos”. Aquello es Pau O’Bianchi más sombrío que nunca. Y a todo este ambiente funerario lo sigue una canción hermosísima, casi festiva, una pequeña historia para niños llamada “Lourdes, la hija del flaco dragón”.
Es bueno saber que hay gente que no sabe hacer otra cosa que hacer música.


05) Nick Cave and the Black Seeds- Dig, Lazarus, Dig!
Es increíble cómo alguien puede reinventarse de una forma tan específica, tan precisa, que encarna a otro personaje sin dejar en ningún sentido de ser lo que siempre fue (a diferencia de bandas como Primal Scream, que cambian quizás demasiado, o la esencia camaleónica de Madonna, una tipa que sólo es un lobo cambiando de disfraces de cordero). No hay que tomar a la ligera el mostacho, con este –introducido en su rostro en el Grinderman.- Nick Cave se aleja del romanticismo (de romanticista, no romántico) gótico de sus primeros trabajos, o la franqueza introspectiva de lo más reciente, para ser un personaje salvaje, más cerca de un pimp con un halo metafísico que un personaje Baudelaireano, un granjero más que bruto, brutal, pero no por así menos genial. El último disco de Grinderman tenía grandes temas como No pussy blues, pero por algunos caprichos ya clásicos a la hora de realizar los arreglos y producción de Cave, algunos recursos –como las baterías, siempre tan bajas- se habían echado a perder. Dig Lazarus Dig debe ser uno de los discos que mejor suenan de Nico Cueva y sus malas semillas. Más allá de sus obsesiones europeas, Cave siempre estuvo obsesionado con el Estados Unidos subterráneo, el que queda más al sur (un sur metafísico, que va un poco más abajo que cualquier rosa de los vientos) y que representa más descarnadamente bandas como Jesus Lizard, o Butthole Surfers (un ejemplo de ello, es su versión de Tupelo, ese susurrante, mágico y austerísimo blues de John Lee Hooker). En ese cambio de geografía, Cave se maneja con total soltura, sabiendo ser pimp y predicador al mismo tiempo, mostrando que todavía le quedan muchísimos años para hacernos caer de culo.
Extra Ball: de los mejores títulos de álbums que haya visto

04) Tickley Feather- Tickley Feather
Tickley Feather es posiblemente mi mayor descubrimiento del año, un disco editado en invierno, y que en cierto modo es un continuador de las sendas abiertas por Ariel Pink, con ese deconstruccionismo low-fi que llega a momentos mágicamente envolventes. Si seguimos con la lupa sobre los blueprints de este disco, hay cosas del Person pitch de Panda Bear, algunos climas hondos e invernales que me recuerdan al dream pop de Cocteau Twins y una forma de cantar que recuerda a la francesita Le volume courbe –proyecto sobre el que había reseñado hace un tiempo-.
Pero bueno, todo esto es una boludez taxonómica que en apariencia no tiene otro fin que mostrar las bandas que he estado escuchando. Si nos ponemos diseccionar el disco, Tickley Feather se relaciona un poco con los discos de Daniel Johnston, por el hecho de la recurrencia a cierto arcaísmo infantil, con canciones pobladas de loops de canciones de cuna para niños que generan un extraño deja vu, como si uno hubiese escuchado alguno de esos temas en las tonadas musicales de un móvil que pendía sobre su cuna. La voz de Annie Sachs, flotando entre viejas máquinas de ritmo y sintes de juguete, se siente como un espectro escuchado del otro lado de una interferencia telefónica, una voz que aparece y desaparece como un murmullo de otro mundo. Un disco que tiene una fantasmagórica ternura, con temas como The Keyboard is drunk (¿será alguna referencia a aquel hermoso tema de Tom Waits?), que genera una melancolía algodonosa, un sentimiento oceánico en que nada, al menos por esos 03:10 minutos, puede salir mal.
03) Juana Molina- Un día
Decir que Juana Molina ha convertido a su voz en un instrumento resultaría, no sólo una redundancia, sino una perogrullada digna de Juan Ortelli (bueno, pensándolo bien, Juan Ortelli diría que Juana Molina en este disco es como The soft machine comiendo en Pumper Nick, o algo por el estilo). Sin embargo, no podría decirse otra cosa, es la voz tomada como material de luthier, desmontándosela y analizándose todas las posibilidades inherentes. En esta rosacruz búsqueda estética por supuesto ya han habido centenares de performers más vanguardistas, más laberínticos y más radicales como puede ser, póngasele Meredith Monk, o Diamanda Galás (dos nombres que a Phibrizoq posiblemente lo haga hacerse encima), pero la gran victoria de Molina es en realizar estos experimentos en un compuesto que nunca llega a resultar completamente foráneo, una investigación que mantiene la unidad emocional y formalística de todo buen pop, aún prescindiendo del formato canción, uno de los básicos santo y señas del género.
Por momentos se deja a la voz navegar subterráneamente por los temas, repitiéndola en un loop que actúa como un pulso irreconocible, convirtiéndola en un riff, en un solo, en un cuerpo de vientos, en una ola, en un axolote, en un colchón de plumas –con araña Quiroguiana incluida. Un día llega a la culminación de una búsqueda no sólo emprendida en otros títulos de Molina (Son tiene mucho de eso), sino de la música argentina, vocalísticamente hablando. Lo reescucho y pienso que este es el disco que siempre le hubiera gustado hacer a Tanguito, un tipo que ya en los sesenta exploraba con las onomatopeyas y cualidades diferentes que ofrecian las cuatro cuerdas vocales, aunque sin la destreza y medios de Molina. Poesía cotidiana y abstracta, sumado a la herencia de Eduardo Mateo, fundida en orquestaciones que recuerdan a Robert Wyatt. No mucho más que decir.

02) Destroyer- Trouble in dreams
El término virtuosismo generalmente se lo asocia con destreza, cierto enfoque dentro de lo instrumental que hace pensar al artista o el producto más cerca del cerebro que de las tripas o el corazón. Es en este punto que el último disco de Destroyer subvierte tal punto, porque es un disco tan sentido, tan emocional como perfecto en su ejecución y arquitectura. Bejar es de los músicos que han hecho, canción tras canción, de su personaje un verdadero golem de arcilla que trasciende a su obra (no es sorpresa encontrar ciertas cadenas de carbono entre el canadiense y el siempre autorreferencial David Bowie). De hecho, disco a disco, Bejar va cartografiando un mundo que está demarcado por continentes emocionales, y en donde cada país tiene elementos de otro. La correferencialidad en algunos músicos se vuelve apologética, pero en el mundo de Bejar lo convierte en algo nuevo, lo vuelve más rico, como nuevas puntadas en un tejido que se va regenerando. Así, no sorprende encontrar ciertos elementos de otros discos en este, así como cierta correferencialidad entre algunos elementos de las mismas canciones del álbum, generándose una madeja que se extiende desde los inicios de su carrera, sin ser de esos casos de autohomenaje tan penosos, que circulan en la música y cine. Trouble in dreams es una pieza maestra en la arquitectura emocional que despliega, estando todo tan equilibrado y perfectamente diseminado, cada cambio de tono, cada silbido, cada temblequeo de voz, cada entrada y salida de guitarra (qué punteo dolorosísimamente perfecto que es Shooting Rockets), que lo convierte en un cubo de Rubik perfectamente armado, montable y desmontable en cuantas variaciones sea posible. Es la divina proporción davinciana del disco de amor y desamor. Y de eso me doy cuenta cuando escucho a Bejar, queriendo sentir lo que él siente, vivir lo que él vive, sin importar cuan terribles de sus resultados
01) Tres Pecados- Liu y las dificultades graves de aprendizaje
Pau O’Bianchi fue el músico uruguayo del año. Con una disciplina –o hybris- digna de Robert Pollard, Pau en un año hizo cinco discos, cinco que de hecho podrían haber sido más, pero que se limitó a mantenerlos en el cajón por razones meramente ligadas a la difusión de los mismos. Los mejores temas posiblemente estén en Apoteosis, pero Liu y las dificultades graves de aprendizaje es sin duda el trabajo más redondo, algo sobre lo que se le deben repartir algunas fichas a Ezequiel Rivero (uno de los integrantes de Amelia), cuya formación más anclada en el pop le dio un equilibrio que nunca antes se había visto en los anteriores trabajos de Pau. Liu… es un disco intercomunicado por el amor, prácticamente podría decirse que es un disco conceptual sobre tal sentimiento. El tema dos (ninguno lleva nombre) por su extraña orquestación recuerda a Panda Bear, mientras que el cinco –un tema tan sencillo como único, que no me dudaría en ubicarlo como el tema uruguayo del año- tiene una autorreferencialidad pop (“conocí a una chica en el Roxx bar, en un toque de Guachass y Culpables”) que no queda en un mero namedropping, y aporta a una de las mejores letras de Pau hasta la fecha. Alucinaciones floridas, sentimentalismo sin ironía, perspicacia sin cinismo, oscuridad con moretones de luz, es gracioso pensarse a uno diciendo “este es su disco definitivo”, cuando la carrera de Pau ocurrió en un par de años –con muchísimo más por delante-, pero la cantidad y variedad de su obra me terminan llevando por tales derroteros.
Pero lo más deslumbrante de este repaso discográfico no radica en números y records, sino en el hecho de que, a diferencia de personajes como Max Capote o Dani Umpi, en los que la construcción de cierta imaginería adquiere una redundancia que reduce su obra a espectáculos de afirmación ideológica, Pau, y podría decirse que solamente también el dúo Carmen Sandiego (mundos distintos, pero los dos tan oscuros como cautivadores), lograron en unos pocos años, no crear una determinada estética, sino un mundo propio; en el caso de Pau, un mundo de crayola, poblado de sexo, ciempiés, cangrejos, niños, drogas y polillas. Hace un tiempo conversaba con un amigo y le comenté, como al pasar, “esto es una escena muy Pau O’Bianchi”. Llegar a decir aquello de una forma tan natural que uno casi ni logra percatarse de ello, es algo que ya les está reservando a estos músicos un lugar especial en la historia de la música uruguaya, una historia que, como espero que así continúe, no deje de escribirse.